Cuestionario en modo avión

Almudena Cid: "Viví el síndrome de Stendhal en una papelería en Tokio"

La ex gimnasta olímpica, que protagoniza el corto de terror ‘Dar-Dar’ presentado en el Festival de Sitges, demuestra ser una viajera empedernida.

Almudena Cid (Vitoria, 1980) decidió retirarse de la competición en 2008, siendo la única gimnasta rítmica que ha disputado cuatro finales olímpicas (Atlanta, Sidney, Atenas y Pekín). A partir de entonces ha hecho sus pinitos como escritora de los cuentos infantiles Olympia, presentadora televisiva, comentarista y, especialmente, como actriz (el año pasado se incorporó al reparto de la serie El secreto de Puente Viejo que emitió su último episodio en mayo). En el Festival de Sitges ha presentado el oscuro y terrorífico corto Dar-Dar, de Paul Urkijo, inspirado en el demonio de una leyenda vasca.

Almudena Cid

Foto: Cordon Press

Siendo de Vitoria, ¿te sientes más identificada con el norte, no?

Me quedaría con el País Vasco en general. Con Vitoria en concreto porque con los años se ha convertido en un modelo europeo de vida sostenible, se ha ido peatonalizando, pensando en el ciudadano, con sus tranvías. Es una ciudad plana, cada barrio tiene su zona verde para poder caminar sin estar pendiente de los vehículos. Vivo en Boadilla (Madrid) y tengo que coger el coche siempre. Eso de poder ir andando a los sitios en Vitoria a comerme unos pinchos para mí es un lujo.

Tu familia es de Extremadura, ¿qué te inspira el sur?

Recuerdo esos largos viajes de ocho horas en coche a Alcántara, el pueblo de mi familia en Extremadura, con la ventanilla bajada, mi padre que fumaba por aquel entonces, pelearme con mis hermanos en la parte de atrás, con mis padres cabreados… Pero al llegar al puente romano y pasar por debajo ponernos todos a aplaudir y a querernos mucho porque ya habíamos llegado al pueblo. Allí estaba mi abuelo, que reciclaba cosas del campo. De hecho, tiene un espacio llamado 'El Rincón de los Engendros' al lado del puente romano. Ese olor a pintura, los aplausos y el calor es lo que más recuerdo.

No todo el mundo tiene un abuelo que descubre restos arqueológicos…

Mi abuelo, que falleció el año pasado, siempre fue muy curioso, era un ejemplo del reciclaje. Demostró que puedes saber mucho sin ser universitario. Sabía mucho de arqueología. Cogía su moto y recorría los campos. Cuando descubría algo llamaba a los arqueólogos para que verificaran el hallazgo. Así fue cómo un día encontró un menhir tumbado, cree que lo estaban transportando y se rompió por el camino. Le llamaron para ver cómo lo levantaban y le dieron un lugar para visitarlo (los Dólmenes de Alcántara). Se sentaba en una silla y se pasaba las horas mirándolo. Me emociona hasta recordarlo.

Puente de Alcántara

Puente de Alcántara

"Era llegar al puente romano de Alcántara y pasar por debajo ponernos todos a aplaudir y a querernos mucho porque ya habíamos llegado al pueblo". 

Si hablamos del este, ¿qué destino elegirías?

Japón es el viaje que más me ha marcado cuando estuve allí a los 16 años. Les prometí a mis hermanos que el día que tuviese dinero les llevaría. Me impactó su cultura, tan radicalmente distinta, el idioma, la comida… Esa distancia que respetan, el no invadir el espacio de la otra persona y que ahora nosotros nos vemos obligados a mantener por la crisis sanitaria. Recuerdo las tiendas de “todo a 100” como un entretenimiento constante. Me sentí en otro planeta. En las tardes libres que teníamos recorríamos locales de tecnología. Le llevé un amplificador de música a mi hermano, un regalazo en aquel momento porque era lo último. O un carrito para los cartuchos para la Nintendo, el discman o los auriculares pequeños cuando en España era muy raro encontrarlos. Luego he vuelto con mi marido [el presentador y escritor Christian Gálvez] y me ocurre siempre, que veo con otros ojos esas mismas ciudades. En Tokio entré en una papelería de ocho plantas, con ese hilo musical, cómo estaba colocado todo… y me puse a llorar. Te puedo decir que viví el síndrome de Stendhal en una papelería en Tokio. Vienes de los contrastes, del cruce de Shibuya, del metro en el que vas embutido y entras en esta papelería con esa armonía… creo que fue producto del contraste.

Al oeste, estuviste en los JJ OO de Atlanta en 1996, ¿qué dirías que te atrae de EE UU?

Fue la primera vez que estuve en ese continente, cuando competí en Atlanta. Aunque lo que viví fue una falsa realidad dentro de la villa olímpica. No visité la ciudad. Luego sí he ido varias veces a Nueva York de vacaciones con Chris, pero es una ciudad que me gusta un rato, no viviría allí. Me resulta agobiante pese a que puedas ir en bicicleta por Central Park. Viví Acción de Gracias que es algo especial, pero poco más. Yo ya no tengo mucho más que ver en Nueva York. Algo que no me ocurre en España. Voy a un pueblo al norte y me ofrece algo, siempre descubro rincones maravillosos que desconozco. A Nueva York hemos ido tres veces en diez años, la primera vez en el viaje de novios en 2010, cuando dimos la vuelta al mundo y pasamos por Hawai. En Hawai llegué a pensar en la posibilidad de que se levantase una ola y no lo contáramos. Hice surf y la ruta de Perdidos porque nos encantó la serie. Sin embargo, no era allí muy popular, había pocas localizaciones, al parecer no triunfó tanto como en Europa.

Nueva York me resulta agobiante pese a que pedes ir en bicicleta por Central Park

En el Festival de Sitges has presentado Dar-Dar, un cortometraje que protagonizas. ¿Qué tipo de viaje dirías que propone este terrorífico relato?

Supervivencia. Lo llamaría así. Es un personaje que nada tiene que ver conmigo, basado en un cuento vasco al que el director le ha dado una vuelta. Es más terrorífico que el propio cuento. Es un corto mudo, aunque tiene sonido de fondo. Recuerdo haber pasado mucho frío porque rodamos en enero.

Al igual que en el corto, ¿has sufrido en la vida real un viaje de pesadilla?

No me llevo nunca un mal recuerdo de mis viajes. Creo que todas las ciudades me ofrecen algo. Por ejemplo, Nápoles me pareció al principio muy decadente, pero una vez que estás allí te haces a la decadencia y acabas por encontrarle la belleza.

¿Habías estado antes en Sitges?

Nunca antes, y mira que estuve viviendo en Barcelona ocho años. Ahora mismo estoy sentada frente al mar. Yo que vivo en la capital de repente necesito ver el mar y sentirlo. Miro el mar y es como si los problemas quedaran detrás. Me produce calma. En Barcelona de vez en cuando me iba a tomar un arrocito, tiene una estructura muy ordenada, pero nunca me hice a la ciudad.

Plaza Roja

Plaza Roja

Moscú, la visita más express que ha realizado al ex gimnasta 

Foto: iStock

Tu profesión de gimnasta te ha obligado a realizar viajes muy cortos. ¿Recuerdas la ciudad en la que hayas estado menos tiempo?

La primera vez que estuve en Moscú. Ni siquiera me dio tiempo a ver la Plaza roja. Llegué, fuimos al pabellón, competí y nos fuimos. Eso me ha pasado mucho. Por eso he vuelto a muchas de estas ciudades con mi marido porque no tengo recuerdos. Los sitios cambian. Es algo que he recuperado en los cuentos que escribo sobre Olympia, ella fantasea con estos viajes y los narro desde su punto de vista infantil.

¿Y qué experiencia gastronómica te ha sido imposible borrar?

No he comido mejor en ningún sitio como en Vitoria. Pero sí que recuerdo como algo imborrable mi estancia en San Petersburgo en 1991, esa sopa con dos albóndigas flotando, la comida tan barata, que a todo le echaban mantequilla y perejil, porque la comida no tenía nada de sabor. No teníamos agua potable, bebíamos limonada o agua con gas. Llegamos a entrenar en una piscina con el agua verde porque en el fondo tenía algas. No había duchas, solo mangueras, y compartíamos la pastilla de jabón. Recuerdo llevarme cosas de todo a cien para regalar a las niñas que no tenían de nada. Luego he regresado a Rusia y no tiene nada que ver, aunque ahora ves muy clara la diferencia de clases. Antes era un país sin recursos y ahora lo tienen todo a nivel entrenamiento, son los mejores.

Tantas semanas separada de los tuyos, ¿hubo algún destino que te hiciera sentir que estabas mucho más lejos de lo normal?

En Australia en el año 2000. Vi canguros, koalas… lo que hacen los turistas. Me impresionó la amplitud de las calles, todo es a lo ancho. El centro de Sidney es dinámico, tiene otra energía. O tirar de la cadena y que el agua fuera al revés. Pero fue la primera vez que sentí la distancia, sentí claustrofobia. Nunca me había pasado. Es la primera vez que cuando llamé a mi madre sentí que estaba lejos de verdad.

Atenas

Atenas

"Ver desde lo alto Atenas fue bastante inspirador para terminar los juegos por todo lo alto."

Foto: iStock

Tras Atlanta y Sidney, llegó Atenas en 2004, la cuna de los juegos…

En Atenas pensé que iba a haber la cosa nostálgica del origen de los juegos y la villa resultó ser un corta pega del modelo americano. En un día de descanso fui a la Acrópolis y me regalaron una cajita con la imagen de una diosa. Ver desde lo alto la ciudad fue bastante inspirador para terminar los juegos por todo lo alto.

Pekín en 2008 fue tu último viaje como gimnasta, ¿cómo lo recuerdas?

Estuve un mes y Chris me acompañó unas semanas. Pudimos hacer turismo una vez acabada la competición. Fue sorprendente ir a la Muralla y que no hubiese nadie. Tenemos una foto sin un solo turista. Una vez acabados los juegos la gente se marchó. No me había pasado en otros juegos que al salir de la zona de control vieras otra realidad, con más gente y caos. Los taxistas no podían escupir dentro del coche o debían trabajar los días que les obligaban y lo cumplieron. Me quedo con las bolitas con carne por dentro, como empanadillas. Nos acompañaba un traductor, así que tanto en los puestos como en restaurante comimos genial.

¿Qué primer destino elegisteis como pareja?

Paris. Chris me invitó a ver la película Ratatouille y fuimos a Paris. Paris me recordó a Donosti, una ciudad que tiene algo de aristocrática, de elegante, aunque no va mucho con cómo soy. Fuimos a la Torre Eiffel aunque me gustó más el barrio de Montmartre, con los artistas. El público francés como el italiano siempre me ha querido mucho como gimnasta, y por eso le he tenido mucho cariño siempre a Francia.

Paris me recordó a Donosti, una ciudad que tiene algo de aristocrática, de elegante, aunque no va mucho con cómo soy

Tu marido es un estudioso de Leonardo da Vinci, entiendo que Italia es un destino habitual para vosotros…

Cuando queremos descansar nos vamos a Florencia, nos encanta Italia. Nos gusta ir y estar. No tenemos horarios, paseamos por el Duomo o por el puente Vecchio y nos quedamos charlando. Me dan ganas de parar a los turistas que pasan de largo por una placa conmemorativa que nadie mira. En el último libro de mi marido, Hannah, que está basado en hechos reales, se habla de esta historia. Solemos ir también a una librería de referencia, donde él compra libros que le puedan inspirar. Italia es un país bello lo mires por donde lo mires.

Florencia

Florencia

"Cuando queremos descansar nos vamos a Florencia, nos encanta Italia. Nos gusta ir y estar". 

Foto: iStock

¿Qué significa viajar ahora para una persona como tú que lo ha hecho desde muy joven por obligación?

Desde que acabé la competición salgo de casa sin tener que preocuparme de si me dejo el maillot, el aro o algo imprescindible para la competición. Tengo aun ese miedo, y me tengo que recordar que ya no compito. Ya no me importa dejarme algo porque da igual. Si tengo que lavar las braguitas por la noche, pues lo hago, no pasa nada. Ahora por fin viajo por placer, sin agobios, sin miedos. No tengo que pedirle permiso a la tripulación para que me deje subir el aro al avión. Si no llega la maleta me da igual. Antes todo era un miedo en torno al viaje. Qué feliz hubiera sido si hubiese pensado en todo esto…

Por último, ¿dónde te gustaría escapar cuando la situación se normalice?

Quiero volver a Japón. Parece una tontería, pero la mascarilla me produce seguridad. Sé que voy a estar tranquila, porque está todo normalizado. A finales de los 90 ya era habitual en sus vidas. Además, Chris está ahora más metido en su cultura, practica artes marciales. O a Florencia. A sitios que ya he visitado. No tengo en mi cabeza descubrir nuevos sitios. Repetiría aquellos lugares que me han dado tranquilidad.