Ciutat Vella siempre fue el alma de Barcelona. En la maraña de callejones que se aprietan entre Las Ramblas y la vía Laietana —esa avenida que a principios del siglo XX se abrió aplastando parte del barrio gótico para que los nuevos distritos pudieran conectar mejor con el mar— siempre hubo todo un ecosistema de artesanos y comerciantes que manufacturaban para vender aquí a quienquiera que fuese que pasara frente a los escaparates. Ya desde la época de la Barcelona medieval y muy probablemente desde que ésto era Barcino, aquí hubo sombrereros, cuchilleros, boteros, cordeleros, espaderos y tantos otros gremios que no solo dieron nombre a muchas de las calles del centro sino también carácter único a un barrio que hasta hace bien poco aún conservaba intactas sus cererías y sus mercerías históricas.
No es ninguna ilusión que Ciutat Vella, atosigada por el exceso de visitantes que prefieren comprar un sombrero mexicano a una pamela hecha a mano, está perdiendo irremediablemente su alma. Apenas quedan un puñado de tiendas de mostrador de madera y dependiente con bata, de obradores, de talleres de manufacturas y en definitiva de toda esa panoplia de comercio autóctono que siempre caracterizó este rincón de la ciudad.