Ese trayecto incalculable, porque siempre se hace largo, entre la aduana de Sant Julià de Loria y Andorra la Vella es el mejor termómetro para medir las constantes vitales del Principado. No es que de sus cunetas hayan desaparecido las tiendas outlet de ropa de esquí ni esos grandes almacenes con carteles oxidados. Pero lo que antes era una especie de paraíso para el estraperlo alegal y la compra low cost ahora combina los resquicios de aquellos alegres noventas con la inquietud de un país próspero. El indicio que lo confirma todo son las grúas que se elevan, a vista de peatón, más que los propios Pirineos y que flanquean promociones urbanísticas donde abunda el apellido luxury. Sí, este pequeño Principado está mutando, más bien redefiniéndose, y en toda imparable revolución este hotel ejemplifica la vertiente más sofisticada, deliciosa y cultural de dicha metamorfosis.
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