Verónica Thomson tiene 35 años, es médico de familia y durante su periodo de residencia formó parte del equipo de urgencias del Hospital Comarcal de Málaga donde vio “de todo”, aprendió “de todo” y disfrutó “muchísimo”, según ella misma narra a Viajes National Geographic.
Hoy, y desde hace dos años, la doctora Thomson es uno de los diez médicos que trabajan en la Clínica Buchinger Wilhelmi de Marbella y, a pesar de que como ella misma confiesa, conserva “un gran recuerdo” de su etapa como urgencista, “aquí tengo la posibilidad de tratar al paciente de otra forma, una basada en la prevención”.

Clínica Buchinger Wilhelmi
Su llegada a la famosa clínica de ayuno de Marbella fue por casualidad, alentada por otro urgencista, su adjunto en el hospital, y otro de los doctores que forman parte de la panel de médicos de la clínica, el Doctor Fierro. “Yo ya me sentía muy atraída por la medicina natural y preventiva además de por temas de nutrición, así que la oferta me vino como anillo al dedo”, confiesa.
Diez días con verónica
Han pasado tres meses desde que conocí a Verónica Thomson, quien fue mi médico durante los diez días que pasé en la Clínica Buchinger Wilhelmi donde me sometí a su famoso programa de ayuno. El mío fue express, el programa más breve que ofrece la clínica, el de diez días. Y no creo que lo tuviera fácil con una paciente, aquí no hay clientes ni huéspedes, como yo. Una periodista completamente fuera de su zona de confort, en un entorno amable pero muy medicalizado donde cada planta tiene su propia enfermería que visitar al menos una vez al día y, para colmo, sin esas comidas y bebidas pantagruélicas propias de esta profesión.

Clínica Buchinger Wilhelmi
Si a todo esto le sumamos que soy una hipocondríaca de manual, hoy puedo afirmar muchas cosas, pero me quedo con la profesionalidad de la doctora Thomson, al igual que con la del equipo humano de la clínica, el corazón Buchinger Wilhelmi, y por el que muchos de sus pacientes repiten. Y esto no es una frase hecha, cuentan con más de un 70% de tasa de repetición. Por supuesto, los resultados obtenidos tras un programa de ayuno también suman, pero de esto ya hablaremos luego.

Clínica Buchinger Wilhelmi
¿Qué es el ayuno terapéutico?
A pesar de haber adquirido una rápida fama como método de adelgazamiento (algo tiene que ver la peregrinación de la jet set), lo cierto es que un ayuno terapéutico es más una cura que una dieta, sobre todo porque, parece casi irreal hasta escribirlo pero, no se pasa (demasiada) hambre.
Todo empezó con el médico alemán Otto Buchinger, quien en 1920 puso en marcha un innovador tratamiento que ayudaba a las personas a prevenir enfermedades, tanto físicas como psicológicas, conocido ayuno terapéutico.

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Su familia y cuatro generaciones de médicos han seguido desarrollando el método, dotándolo de una base científica. Con el objetivo de recuperar y mantener la calidad de vida, el rendimiento y la armonía interior, en la Clínica Buchinger Wilhelmi se insiste en la capacidad innata del hombre de vivir, durante un tiempo limitado, de sus reservas de grasa,“mantiene controlados factores de riesgo como el sobrepeso, la tensión arterial, el estrés, etc., y trata enfermedades cardiovasculares, del aparato digestivo, trastornos metabólicos y desequilibrios del sistema inmunitario”, a la vez que se depura a sí mismo.
Este es el punto de partida de una terapia que según los propios médicos en general, y la doctora Thomson en particular, “mantiene controlados factores de riesgo como el sobrepeso, la tensión arterial, el estrés, etc., y trata enfermedades cardiovasculares, del aparato digestivo, trastornos metabólicos y desequilibrios del sistema inmunitario”.

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¿En qué consiste el ayuno terapéutico?
La cura comienza nada más ingresar en la clínica, donde el primer día el paciente ingiere un menú bastante liviano y 100% vegetariano (el plato de arroz con verduras lo recuerdo como uno de los más sencillos y sabrosos de mi vida). Durante este día, que el paciente puede pasar en su habitación o disfrutando de las instalaciones de la clínica (ahora con el protocolo COVID hay que esperar en la habitación hasta obtener el resultado negativo de la PCR que hacen de forma obligatoria a cada paciente).
Así pues, durante ese día de toma de contacto y de, en mi caso, reprimir las ganas de llamar a mi jefe para que me sacara de allí lo antes posible, vas recibiendo un aluvión de citas médicas (análisis de sangre y orina a primera hora de la mañana del segundo día), además de la visita diaria a enfermería para controlar la tensión, el peso y las dudas añadidas que cada paciente tenga. En mi caso, unos cuantas.

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Al día siguiente, con la depuración, comienza la fiesta. También la primera visita médica con los resultados de los análisis en mano de la doctora. En mi caso, todo en orden, aunque, como siempre, la tensión arterial un poco baja, un detalle que se mira con lupa mientras ayunas, ya que la falta de ingesta puede hacer que baje aún más.
Y resucitó al tercer día
He tardado dos días en centrarme y tranquilizarme, pero lo he conseguido: aquí todo está absolutamente controlado. La verdad es que no sé si han sido las palabras de aliento de la doctora, el mimo con el que me tratan las enfermeras -recuerdo especialmente la calidez de Antonia- o las experiencias de otros pacientes con los que me topo por las instalaciones, pero de pronto algo hace ‘clic’ en mi cabeza.

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Se acabaron los fantasmas. Las dudas, no. Pero me encuentro bien, me siento mejor e incluso corro 3 kilómetros en la cinta del gimnasio, algo antaño impensable en mí, practico yoga y meditación cada tarde y leo todo lo que cae en mis manos, desde el libro El Arte del ayuno, que dejan en tu habitación al llegar y que te puedes llevar a casa, y que me dura un suspiro. Nunca me he alegrado tanto de tener un libro electrónico cargado de buena lectura.
De los días de ayuno siempre cuentan que el segundo suele ser el peor. No tanto por el hambre o el deseo de masticar, sino porque es el día en el que el paciente suele presentar más síntomas, como dolores de cabeza, lengua áspera, mal aliento y hasta la piel seca, y todo porque nos estamos purgando, eliminando las toxinas. Y al tercero resucitas.

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En caso me siento bien. Pletórica, diría yo. Mis amigas no me creen cuando conecto con ellas por whatssapp (el móvil está permitido, pero solo se pueden hacer llamadas en la habitación). He llegado al nirvana de las 200 calorías, donde mi cuerpo, ahora escaso de combustible, se ve obligado a acelerar. Con mi metabolismo trabajando más duro para producir energía, experimento un nuevo nivel de fuerza y claridad mental que me hace escribir un par de artículos al día incluso antes de que amanezca. Es otra de las ventajas de ayunar, el cuerpo no necesita tanto descanso, por lo que se suele dormir poco, pero soñar muchísimo.
Al día siguiente, durante el turno de comida en el salón de los ayunadores, comparto esta inquietud con algunos de mis compañeros, un grupo heterogéneo proveniente de medio mundo. Conecto muy bien con una alemana que me dobla la edad y que empezó con este tipo de curas desde muy joven. Es empresaria, y me sorprende que se abra tanto a mí como para confesarme que ha vendido su empresa y que necesitaba un parón en su vida. “Es un momento difícil para mí”, me cuenta mientras baña la cuchara en un tazón de sopa de patata con hinojo, “esto es un reseteo magnífico para coger fuerzas y continuar”.

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Es la primera vez que visita la clínica de España, ya que siempre suele realizar el programa en la sede de Buchinger Wilhelmi en el Lago Constanza y, con la mirada un poco pícara, le sale del alma un “aquí es más divertido”. La creo. La mayor parte de la sala está formada por profesionales de la hambruna, gente que ha seguido el método Buchinger Wilhelmi varias veces antes, y así me lo confirma otro paciente, un empresario catalán de mediana edad con el que -paradójicamente- acabo hablando de los mejores hoteles y restaurantes de Barcelona. “Para cuando volvamos”, matiza.
La clave está en la cetosis
Tengo la sensación de que la doctora Thomson no da crédito cuando le pregunto por décima vez qué le está pasando a mi cuerpo, y sobre todo cómo es posible que me sienta tan bien. Su profesionalidad, y también su paciencia, quedan demostradas cuando ella, también por décima vez, responde: “el azúcar circulante es la gasolina que nosotros utilizamos para llevar a cabo todas nuestras funciones, así que cuando este azúcar disminuye durante la práctica del ayuno, volvemos a tener glucosa gracias al depósito de glucógeno del hígado, aunque este es limitado y solo dura unas 24 horas”.

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Y continúa: “empezamos a encontrarnos bien más o menos al tercer día porque es cuando formamos cuerpos cetónicos echando mano de la grasa acumulada”. La doctora Thomson me deja bien claro que el cerebro solo tiene dos formas de nutrirse, “o azúcar o cuerpos cetónicos, por eso tenemos dos vías de alimentarlo y si eliminamos el azúcar, entramos en cetosis”. Así se da el cambio metabólico en el cuerpo, aunque también hay más cosas en marcha: durante la cetosis, el cuerpo comienza a repararse y a reiniciarse. Y está comprobado: comer de 200 a 300 calorías diarias durante varios días, en cualquier momento entre los 20 y los 60 años, no solo es bueno para la cintura, también es una inversión en salud y bienestar en la edad adulta. Y cuidado, porque no hay que confundir la cetosis inducida por el ayuno con una dieta cetogénica baja en carbohidratos y alta en grasas. De hecho en la Buchinger Wilhelmi son poco amigos de estas últimas.
¿Una clínica o un hotel de cinco estrellas?
Uno de los aspectos que más me descolocó nada más registrarme a mi llegada fue el hecho de sentir que estaba en clínica y no en un hotel, algo que me colmó de inseguridad y alguna que otra angustia aunque la Buchinger Wilhelmi no tenga ninguna pinta de hospital y sí lujosas instalaciones.

Clínica Buchinger Wilhelmi
El recinto está formado por tres edificios, dos consecutivos con un perfil más médico y otro más apartado adquirido de forma reciente, reformado y destinado a englobar la parte más inspiradora y creativa de los programas. Aquí el taller de pintura fue mi actividad preferida.
Hay una estupenda piscina, cómodas hamacas, un spa y un gimnasio además de numerosas salas de tratamiento donde los huéspedes pueden reservar de todo para pasar el rato entre comidas, desde osteopatía, exóticos masajes, drenajes linfáticos, acupuntura o tratamientos estrella como el hidrocolón, que ayuda a depurar las últimas toxinas que nuestro cuerpo no consigue purgar mediante el ayuno.

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Ayunando también se come
Y sí, aquí resuelvo una de las dudas más generalizadas: ayunando también se come.
Aparte de al comienzo y al final de cada programa, donde se ingieren deliciosas comidas vegetarianas bajas en calorías para ayudar a que el sistema digestivo entre y salga de la hibernación, el resto se basa en líquidos, y es fundamental beber muchísima agua, de hecho los pasillos de la clínica están llenos de botellas, ahí sí que hay barra libre. El desayuno consiste en té de hierbas y un pequeño platillo de miel que siempre aconsejan guardar en la habitación por si se necesita una dosis de energía extra. Para el almuerzo se puede elegir entre un caldo de verduras o un zumo de frutas, o bien mitad y mitad de ambos. La cena es otro caldo. Y todo está sorprendentemente bueno, sabroso.

Clínica Buchinger Wilhelmi
Tal vez sea el hambre o tal vez sean las manos de Fernando Sánchez, el chef ejecutivo de la Clínica Buchinger Wilhelmi desde hace más de 10 años, quien se empeñó en defender la cocina que trabaja con las verduras como plato principal. Un importante trabajo de I+D detrás de la gastronomía casi vegetariana (también sirven algún plato de pescado) que aquí se practica, hoy numerosos pacientes también acuden hasta la clínica para disfrutar de esta gastronomía con programas de dietas integral ovo-lacto-vegetarianas con un mínimo de duración de siete días. La verdad, no me extraña. La gastronomía fue el factor más sorprendente de mi estancia.

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Perder peso no es el objetivo
Es mi séptimo día de programa y le pido a la enfermera que me deje ayunar al menos un día más. No soy la primera en querer mantenerme en esta especie de limbo de bienestar que debo romper para volver a masticar e ingerir alimentos sólidos, y como esta última fase es tan importante o más que las anteriores, mi petición queda denegada y en mi habitación aparece una compota de manzana en lugar del tradicional té de hierbas que me lleva acompañando cada mañana.

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La miro con recelo, como si fuese la culpable de expulsarme del paraíso de bienestar personal en el que me encuentro, pero me la como y, tengo que confesar, me sabe a gloria. Los dos días posteriores los paso en el restaurante de quienes ya ingieren dieta normal y me alegra coincidir con mi colega alemana, quien tristemente ha tenido que abandonar el ayuno antes de tiempo porque “tenía la tensión demasiado baja”. Los platos de la dieta son sublimes y disfruto dándome cuenta de que si comer bien fuese siempre tan rico, las tasas de obesidad serían muchísimo menores.

Clínica Buchinger Wilhelmi
Estoy impresionada y totalmente convertida cuando llega el día décimo. Y a pesar de que vuelvo a hacer la digestión, ya no hay dudas, ni fantasmas, y hasta he ampliado mi zona de confort con la llegada de esta clínica a mi vida. He adelgazado 5 kilos y mis constantes vitales están fenomenal. También las analíticas, que te repiten al romper el ayuno. Además de las inseguridades, también he dejado por el camino un par de centímetros de cintura y otros tantos de cadera, pero sobre todo he aprendido lo importante que es comer bien para sentirse bien. Tres meses después, a pesar que mi práctica de ejercicio sigue siendo limitada, solo he recuperado 1,5Kg y mantengo la práctica del ayuno 16-8 al menos 5 veces a la semana. ¿Volvería otra vez? Ya tengo mi reserva para el mes de enero.