
Vidas para una novela
Cuenta Lola Escudero, que como secretaria general de la Sociedad Geográfica ha participado en la coordinación de este enciclopédico volumen, que la que acaba de llegar a las librerías es una edición revisada y actualizada, en un formato reducido y más manejable en comparación a la publicación original de 2009. Encontrará el lector en él muchas sorpresas, anécdotas emocionantes, aventuras insólitas y biografías que se leen con la diversión propia de una novela de aventuras a lo Julio Verne, Robert Louis Stevenson, Emilio Salgari o Daniel Defoe.
Esa es precisamente una de sus virtudes, que las biografías que componen el atlas se leen de forma ágil. Explica Lola Escudero a Viajes National Geographic que se trataba de uno de los objetivos que buscaban, que querían “combinar un poco el estilo fluido del periodismo con el rigor científico de la obra”. De ahí los atractivos títulos y las entradillas de cada uno de los perfiles, de los que se ha ocupado Luis Conde Salazar: un cebo demasiado goloso para que el lector no pique en ellos.

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Cubierta de la nueva edición del atlas.
Foto: Sociedad Geográfica Española
Hay aquí vidas de novela como la de Catalina de Erauso, “la Monja Alférez”, una auténtica desconocida para el gran público pero que, siempre vistiendo con ropas masculinas desde los 15 años cuando escapó de un convento, vivió mil aventuras, reyertas con muertes y líos varios en América, donde murió por enfermedad en Veracruz, en 1630. Son muchas las biografías de pioneros, como el primer europeo que pisó Corea, el primer vaquero del Oeste, el primer arqueólogo que se aproximó a los secretos del corazón Maya en Palenque… En definitiva, son “aventuras que nos han contado siempre con muy poca épica. Muchas de ellas, en manos de un guionista americano, se habrían podido convertir fácilmente en una película -explica Lola Escudero-. En cambio, nosotros casi pasamos por estas vidas casi vergonzosamente”.
Son todos los que están, pero no están todos los que son
Aparecen desde los exploradores rescatados de la oscuridad de los primeros tiempos, de los que se conocen pocos datos biográficos, a los viajeros y viajeras más célebres. Se explica en el prólogo que firma Diego de Azqueta Bernar, Vicepresidente de la Sociedad Geográfica Española, que desde sus inicios la sociedad se propuso como objetivo recuperar y difundir la memoria de todos ellos. Estos son protagonistas comparables a Sir Richard Francis Burton, David Livingstone y a Lawrence de Arabia, por ejemplo, pero por diversos caprichos de la historia quedaron en la sombra.
“Hemos tenido que dejar a mucha gente fuera, es que era imposible que estuvieran todos -cuenta Lola Escudero-. En el listado inicial había cerca de setecientos nombres, pero los redujimos a casi doscientos finales. Hay gente que nos señala la ausencia de uno u otro. Claro, pero tampoco era esa nuestra ambición, sino que buscábamos que el listado final fuera representativo”. Si bien, la presencia de mujeres en el atlas es meramente testimonial (por orden de aparición: Egeria, Isabel Barrero, Catalina de Erauso, Carmen de Burgos y Aurora Bertrana y Salazar).
No es capricho misógino. Más bien es representativo de cómo la mujer ha tenido vedado el mundo del viaje y de la exploración a lo largo de los siglos; pese a que, como destaca Lola Escudero durante la conversación, “la presencia de la mujer es evidente desde bien pronto, como en el segundo viaje de Colón -explica-, donde ya hay una serie de mujeres embarcadas, pero “es que las mujeres no tienen voz propia, porque se considera que lo que hacen no es meritorio de poner por escrito”.
Una larga tradición exploradora hasta nuestros días
En un extremo geográfico del Mediterráneo, la exótica Hispania no dejó nunca de ser lugar de origen de viajeros, comerciantes, soldados y curiosos de todo tipo. Hay noticias de que las naves tartesias recorrieron el litoral atlántico norteafricano en expediciones auténticamente épicas para la época. El mismo emperador romano Publio Elio Adriano tuvo una vocación viajera inquebrantable que luego ha sido común en todos los exploradores, una voluntad de permanecer en movimiento, de ir un poco más allá. Sigue una nómina interesantísima de viajeros y exploradores de la España medieval que fueron configurando la posibilidad de una geografía real del mundo, como la de Abu Abdallah Muhammad El Idrisi, que en el S. XII ya trazó un mapamundi en el que insertó todas las tierras y mares conocidos en la época.

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Idrisi presenta un gran mapamundi orientado en sentido inverso al actual: el norte abajo y el sur arriba.
Foto: CC
Los siglos XVI y XVII son los que más exploradores aportan al atlas. No es extraño, es la época dorada, años en los que, tal como se señala en el libro, el mundo se hizo uno gracias a exploradores españoles. Se llega a América y Juan Sebastián Elcano protagoniza la primera circunnavegación. Pasa el tiempo y los muros de la patria, si un tiempo fuertes, van caducando en valentía, como dijo Quevedo en sus versos. Es la llamada “decadencia española”. Sin embargo, la tendencia al movimiento y la curiosidad no desaparecen, se especializa, eso sí, se regionaliza y aparecen personajes de trayectoria rocambolesca como el “falso Inca” Pedro Bohórquez, uno de tantos buscavidas y pícaros que vieron en la América del período colonial una oportunidad de enriquecerse, o de escapar de la ley.
También durante la edad de oro de las expediciones científicas la aportación española fue importante, algo que incluso reconoció Alexander von Humboldt. Por ejemplo, en 1733 todavía existía la controversia acerca de si la Tierra estaba o no achatada por los polos. Dos españoles, el alicantino Jorge Juan y Santacilla y el sevillano Antonio de Ulloa, formaron parte del equipo que precisó la morfología terrestre. Suyas fueron las triangulaciones geodésicas, muchas realizadas en condiciones climatológicas y físicas extremas. También fue española la primera campaña mundial de vacunación contra la viruela (se calcula que inmunizó a más de medio millón de personas en los dos hemisferios) con la Real Expedición dirigida por Francisco Xavier Balmis y Berenguer.
¿Hasta qué punto podemos descifrar humanidades, territorios, extensiones, signos? ¿Se transforma para bien el carácter humano por el hecho de viajar? (Manuel Lucena Giraldo, editor científico de la obra)
Cuando en el siglo XIX la historiografía pasa a valorar las diferentes empresas de exploración de la época lo hace siguiendo un movimiento pendular sin solución de fin que va del impulso grandioso al menosprecio. Sin embargo, se destaca en el libro el buen número de “gentes que hicieron del oficio de explorar la aventura de sus vidas”. Tras la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas en 1898, la irrupción de los pioneros de la aviación relanzó el interés del público por las aventuras y las exploraciones españolas. Aparecen entonces nuevos tipos de exploradores: corresponsales de prensa y fotógrafos, viajeros extremos, científicos, arqueólogos.
Es de ellos que toman el relevo “los penúltimos” (así se titula el último capítulo del atlas) que reaccionaron a la grisura y el arcaísmo en el que cayó España tras la guerra civil, personajes como Félix Cardona Puig, descubridor del salto del Ángel en Venezuela, o Sergio García-Dils de la Vega, quien se hizo en 2004 con el récord mundial de profundidad en exploración espeleológica. Eso es: una historia que va desde la periferia que ocupaba Hispania en la antigüedad hasta casi el centro de la Tierra.
¡Al rescate de los exploradores!
El de 1625 fue un año notable para Antonio de Andrade, el primer europeo en lograr poner un pie en el Tíbet. Así calificó él mismo el año en el inicio de la primera de las tres cartas que escribió para relatar sus descubrimientos en el Gran Catayo (parte de China) y los reinos tibetanos de la cordillera del Himalaya: “puede España con razón contar y cantar la alegre nueva “. Y sin embargo, qué lejos ha estado siempre España en saber contar sus propios logros exploradores y construir como franceses y británicos un mito nacional de ello, tal como explica en el prólogo Manuel Lucena Giraldo, el editor científico del Atlas de los exploradores españoles.
Manuel Lucena Giraldo señala en el mismo una larga cadena de ocultaciones, éxitos escamoteados, leyendas negras, presunciones interesadas o arribismo de países que “han reclamado con espíritu corsario autorías indebidas, precedencias injustificables o hallazgos imaginarios”. La historia de las exploraciones españolas se ha debatido a lo largo de los siglos, explica, entre una tradición intelectual negacionista de los viajes y una voluntad de recuperación historiográfica de los mismos.

Foto: Sociedad Geográfica Española
En parte, explica Lola Escudero a Viajes National Geographic, esta carencia se debe al propio contexto histórico porque “ el momento de esplendor de las exploraciones españolas fue los siglos XVI y XVII y era un momento en el que no había medios de comunicación masivos. En cambio, los ingleses hicieron la mayor parte de sus exploraciones en el siglo XIX con el auge de los medios de comunicación, periódicos, revistas, boletines de viajes que la gente seguía apasionadamente… Eso les permitió informar de su gloria nacional”.
"Juzgar con los criterios morales del siglo XXI lo que se hizo en el pasado es complicado" (Lola Escudero)
Además, Lola Escudero es tajante al reconocer que “la historiografía ha sido injusta con los exploradores españoles. Muchos quedaron atrapados en la leyenda negra; pero juzgar con los criterios morales del siglo XXI lo que se hizo en el pasado es complicado, la actitud con los indígenas, los deterioros de ecosistemas, todo eso es complicado. También sucede con los exploradores victorianos del XIX -prosigue- que tienen una actitud con respecto a los esclavos y negros que ahora te escandalizas cuando lees según qué cosas”.
¿Pero, y queda algo por explorar?
El libro, explica Diego Azqueta Bernar en el prólogo, sirve no sólo para recuperar la memoria de los exploradores españoles, sino que también quiere combatir el tópico de que en nuestro mundo globalizado y mapeado digitalmente hasta la extenuación ya no queda nada por explorar: reivindicación de una épica posible aún hoy tal como personalizan algunos de los exploradores del último capítulo. Como dice Lola Escudero, “aún quedan muchos horizontes por explorar. En su día, la épica estaba en descubrir el Pacífico; ahora el horizonte de exploración está en el espacio o en las simas, en el fondo del mar, en las cuevas. Y en la tierra, en la investigación a fondo aún pendiente de muchos territorios que están incluso por cartografiar”.
Los personajes de este atlas llenaron huecos en los mapas, pero en realidad su ejemplo señala un camino: aquel capaz de hacer sentir la aventura como “una isla en la vida”. Eso es lo que, en definitiva, los convirtió en exploradores y exploradoras. Al final, como expresa el lema de Viajes National Geographic, el viaje es siempre una actitud.
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