
En 1630 la familia Calbó compró una borda rodeada de prados y bosques, a media ladera y a poca distancia del núcleo de Soldeu. Cuatro siglos después y con las pistas de Grandvalira a la espalda, aquella construcción tradicional se ha convertido en el Hermitage Mountain Lodge. Este chalet es uno de los innumerables sueños de Josep Calbó, propietario del grupo hotelero, que se empeñó en transformar las ruinas de la borda en un alojamiento de ensueño. Y no solo por las vistas, sino también por la calma y calidez que transmite tanto su exterior como su interior.
Para el equipo directivo del Hermitage, esta cabaña de lujo siempre será la Borda Calbó. Esta denominación cariñosa dice mucho del carácter familiar y acogedor que se ha intentado imprimir al proyecto, así como de su valor sentimental. "Queremos que los huéspedes se sientan como en su casa", comenta José Luis Bonet, director general del grupo. Desde el primer momento en que se cruza el umbral, se percibe un lujo discreto, sin exageraciones pero con detalles que revelan el gusto por la calidad: el mobiliario de Milán, los muebles antiguos adquiridos a través de anticuarios, la vajilla de cerámica realizada de forma artesanal o la cubertería, escogida personalmente por Bonet.

Las obras se empezaron en 2019 y, tras muchas deliberaciones sobre el concepto que se pretendía transmitir, se finalizaron en noviembre de 2022. Bonet no duda en apuntar a Calbó como el alma mater del proyecto: "tenía muy claro cómo quería que fuera". De ahí esa sala de techo altísimo, unos metros cuadrados que podrían haberse usado para un piso más y para aumentar el número de habitaciones.
Este fue el peaje que se pagó para que el salón más grande del chalet ganara altura, respirara sin constreñirse a un espacio cerrado. Y la verdad es que se agradece, porque así se aprecia la vista a través de los inmensos ventanales, las columnas de madera con relieves grabados in situ por un artesano o las magníficas vigas, gigantescos troncos de pino traídos expresamente desde los Alpes austriacos.

Sport Hotel Hermitage & Spa
En homenaje a la borda original y al paisaje que la rodea, los materiales protagonistas de esta cabaña de montaña son la madera y la piedra. Columnas y vigas de pino y roble, muros de piedra seca (sin argamasa) con rocas recogidas de los campos de tabaco de la parroquia andorrana de Santa Coloma y madera labrada a mano, enmarcan el salón principal. El espacio está decorado con viejos arcones de novia, sofás frente a los ventanales, una gran chimenea y lámparas de diseño. En cada rincón puede verse cómo la interiorista Laura Pérez supo interpretar la idea original de Josep Calbó para decorar su estimada borda.

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Aquí se halla la exclusiva cocina Molteni, un mueble hecho a mano en Francia y que es el sueño de todos los cocineros. En sus fogones crea maravillas gastronómicas el equipo de Jordi Grau (estrella Michelin por el restaurante Ibaya, en el hotel Hermitage), que funde sabores pirenaicos con las propuestas riojanas de Francis Paniego, chef asesor del resort.
Desde el desayuno hasta la cena, la mesa de la Borda Calbó es un tapiz de exquisiteces de kilómetro cero, elaboradas por artesanos del país o por el equipo de cocineros y pasteleros (este último, bajo la batuta de la joven Flor Iriarte).

En los cuatro dormitorios suite abundan las referencias al paisaje (suelo con piedras de río en la ducha) y a la casa familiar Calbó (las puertas acristaladas), que se combinan con detalles actuales como el equipo de música Marshall, una exquisitez vintage.
La iluminación repartida por todo el dormitorio permite dotar de intimidad cada rincón: la butaca bajo la ventana para leer, los focos flexibles junto a la cama, la línea de luz recorriendo la parte superior de la pared del baño... Las amenities son de Aqua di Parma, desde el jabón y la crema de manos, hasta el desodorante, las sales de baño, el gel y el champú.

Sandra Martín
La exclusividad del Hermitage Mountain Lodge se extiende más allá del propio edificio: el mismo porche es el punto de inicio de una gran variedad de itinerarios para disfrutar del entorno de montaña tanto en verano como en invierno, en compañía de un guía o por libre. En invierno, solo hay que calzarse los esquís y lanzarse por el camino que conduce al telecabina de Grandvalira o seguir la pista que conduce al Tarter. Otra opción son las raquetas de nieve, un magnífico medio para adentrarse en el bosque más cercano al chalet o bien para explorar el cercano valle de Incles. En primavera y verano, las flores son las protagonistas de los prados, junto a los rebaños de vacas que pastan cerca del lodge, en un campo propiedad del Hermitage en el que aún se alza una pequeña borda tradicional.

Foto: Raquel Meister
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