Burros y cultos

La librería clandestina de Ciudad de México a la que se entra con cita previa

Sin letrero, sin dirección, sin escaparate, Burroculto es un mito para letraheridos llegados de todo el mundo.

En la Ciudad de México (CDMX) hay tantos secretos como calles con el mismo nombre. La calle Hidalgo, en honor a uno de los próceres de la independencia, puede estar en el sur, en el norte o perdida por el centro. Crónicas de Juan Villoro, cuentos de Carlos Fuentes, poemas de José Emilio Pacheco, la ciudad es una geografía literaria, una gran novela escrita por un número indeterminado de millones de habitantes que los censos no logran acertar. Las librerías clandestinas son un pie de página o quizá son la bibliografía de una ciudad escrita sobre el agua, construida sobre un lago. 

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Uno de los espacios de Burroculto | Foto: cortesía de Max Ramos

Para visitar Burroculto hay que hacer primero algunas pesquisas. A esta librería solo se llega con cita previa. No hay dirección, no hay letrero, no hay escaparate. La entrada de Burroculto (un juego de palabras: Burro-oculto) se abre sin hechizos arábigos, sin embargo, aunque no se pronuncie el “ábrete sésamo” en la boca de la cueva, dentro hay un tesoro: 12.000 volúmenes cubren las paredes, enseñando sus lomos sugerentes. Por aquí han pasado primeras ediciones de Pedro Páramo, de Rayuela. Elena Poniatowska o Jorge Carrión han visitado la librería. Investigadores y académicos de toda latinoamérica, de España, Italia o Estados Unidos se acercan en busca de libros poco comunes y de libros descatalogados

El dueño del burro oculto

Max Ramos, 53 años, esconde aquí libros desde 2007. Conocerle es parte de la experiencia clandestina: pasar unas horas en una intimidad superlativa con la compañía de un bibliófilo contumaz que asesora y recomienda a los visitantes. Entre la melena negra de Max, algunas canas. Entre sus libros, algunas hojas que amarillean. Dice que le gusta pensar la ciudad como un laberinto de papel. La Ciudad de México contiene muchos libros, “es una ciudad hecha de papel, por eso cuando llega un sismo, nos desbarata”. A los ojos de Max la ciudad no está poblada por una multitud ingente, está compuesta de tipografías variadas, de letras, de líneas con diferentes historias. Cuenta que un amigo se fija más en las comas de las personas que se cruza por la calle que en sus estéticas: “le hubieras visto sus acentos”. 

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El librero Max Ramos: "Ciudad de México es una ciudad hecha de papel" | Foto: cortesía de Max Ramos

Max vivió en internados hasta la mayoría de edad. Primero con monjas, después con militares. La mayoría de sus compañeros eran huérfanos, él era medio huérfano. Por eso, cuenta, empezó a rescatar los libros que encontraba, “ellos también eran huérfanos”. Max empezó a leer “más en serio” a los quince años. Siempre tenía al lado un diccionario o una enciclopedia para consultar: “para buscar un lugar inhóspito en el Sáhara o para buscar dónde se desarrollaba La montaña mágica“. Max habla, 38 años después, como si aún tuviera un diccionario y una enciclopedia al lado. Las palabras ordenadas, justas, el verbo amable.

En el interior de Burroculto hay torres, atalayas de libros, mesas y estanterías llenas. Con sus características, sus gramajes, sus portadas, diseños, edades, temas. Historia mexicana, arte, literatura, tauromaquia, poesía, filosofía. Libros religiosos del siglo XVII, derecho canónico. Tirajes pequeños, primeras ediciones. Todos los libros están a disposición de ojos y manos. Max es rápido en ofrecer un café, un vino, un mezcal. Hay sillas, un sofá y una cama. La idea es que el lector se tome su tiempo, se sienta como en casa. “Si la persona no abre la conversación, yo no la abro”, dice Max parapetado detrás de una columna de libros. 

Interior Jorge Cuesta Jose Alejandro Adamuz
Interior de la librería Jorge Cuesta: el inicio de la búsqueda | Foto: José Alejandro Adamuz

La madre de Max tenía buena caligrafía. Él empezó a guardar sus recetas y los recados que le dejaba manuscritos en papel. Ahí se anuncian los primeros pasos del fundador de siete librerías de viejo en la CDMX. Entre todas suman más de 450.000 volúmenes. Hay cinco manifiestas, abiertas al público: El Hallazgo, Jorge Cuesta, Papelitas, La niña oscura y Bajos pensamientos (que se encuentra en un pasaje subterráneo). Y dos veladas, susurradas: Burroculto y la Mula Sabia. Esta segunda librería clandestina nació en 2012 porque “el Burroculto llevaba ya varios años soltero”.

La luz se extingue en las calles de la colonia Roma Norte y las estancias de la librería se iluminan, la página brilla con la luz adecuada. El silencio empuja a la lectura, no hay indicios de ruido. La primera edición de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, editada en 1967, es un transporte directo a Macondo, a los años que Gabo vivió en la CDMX y a aquel pelotón de fusilamiento del que habla la primera página amarillenta. Las primeras ediciones de Cien años de soledad, que tuvo una tirada grande (7.000 volúmenes), oscilan entre los 1.750 y los 2.000 euros. 

Golpean la ventana, hasta en tres ocasiones, y Max corre levemente la cortina. Mira al otro lado como si una reunión ilegal estuviese sucediendo entre estos muros de papel. Max guarda con celo la intimidad de sus libros y sus lectores. “Siempre he admirado a la gente que se queda absorta frente a una hoja de papel”, dice el librero más extraordinario de Ciudad de México. Para conocer estas librerías clandestinas, hay que demostrar primero el interés yendo a preguntar a una de las otras librerías que tiene Max. Por ejemplo, a la que tiene un nombre que anuncia que, finalmente, se encontrarás lo que se buscaba.