Estaba en 1862 el hispanista Jean-Charle Davillier en Sevilla, visitando la Giralda. Se encontraba en lo alto, admirando el paisaje que forma el Guadalquivir y las altas sierras, cuando empezaron a sonar “con un espantoso estrépito” algunas de las campanas. El espectáculo le pareció tan maravilloso que quiso dejar constancia del mismo en Viaje por España (1875): “Los campaneros de Sevilla se entregaron ante nosotros a prodigiosos ejercicios gimnásticos para poner en movimiento sus campanas”, escribió. Siglos después, es fácil sentirse como él, un viajero romántico, un espectador privilegiado de las acrobacias de los campaneros. No son los de Sevilla, pero esto es Utrera y, además de cuna flamenca, estas son tierras donde las campanas han alcanzado una singular relevancia.