Los pasillos de bóveda de cañón del castillo de Sigüenza son penumbrosos, por lo que vislumbrar al fondo de ellos una difuminada silueta no es nada extraño. Si en el aire flotan sollozos y arrastrar de cadenas ya no hay dudas, se trata del fantasma de doña Blanca de Borbón, una desgraciada aristócrata que podría haber sido envenenada entre estas paredes. Cuando uno se aloja en el Parador de esta localidad guadalajareña, el espíritu errante está incluido en el precio de la habitación. Es uno más de los atractivos de esta localidad que ha sido seleccionada por la Organización Mundial del Turismo como uno de los mejores pueblos turísticos del mundo en 2023.
Qué sería de un buen castillo sin su espectro. Y en este, además, es del género femenino. La fortaleza de Sigüenza tiene una larga historia, pues remonta sus orígenes a la dominación árabe. En el año 1123 un obispo bastante guerrero, Bernardo de Agén, se lo arrebató a los musulmanes e inició una de las muchas ampliaciones que le llevarían a su imponente aspecto actual.
Porque el castillo de Sigüenza domina la colina sobre la que se asienta el núcleo medieval de la localidad, una belleza castellano-manchega repleta de rincones, casonas blasonadas, palacios y almacenes que dan para escenario de película de capa y espada.
De fortaleza a hotel
En el año 1976 el castillo se adaptó para ser convertido en alojamiento de la red de Paradores, sin perder un ápice de su esencia arquitectónica. Fruto de ello cuenta con 159 plazas, un aforo muy selectivo si se tiene en cuenta la inmensidad del edificio. El mobiliario se ciñe a la más estricta tradición, con muebles de maderas oscuras, algunas de las camas con dosel y los elementos que incorporan las comodidades modernas –como frigoríficos o radiadores– camuflados bajo celosías de madera. Los baúles decorativos son de tapa combada, para que la lluvia resbalase y no se dañaran las mercancías durante los traslados.

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El silencioso patio central cuenta con fuente de piedra y unos jardines que la encierran, formados por setos. Es un buen lugar donde observar las estrellas del límpido cielo castellano-manchego. Aunque los más disfrutones optan por que les sirvan una copa, ambas actividades no están reñidas.
En las estancias comunes, el huésped tropieza con las obligatorias armaduras medievales, objeto de innumerables instagrameos, así como los salones nobles donde se sirven las comidas, estancias artesonadas de madera con arcos de medio punto que llegan hasta las recias paredes maestras.
En el Salón del Trono, lugar desde el cual los obispos impartían justicia, el viajero puede ahora desarrollar una actividad mucho menos comprometida: sentarse junto a la chimenea y contemplar los dos tapices flamencos de la escuela Rubens.

Parador de Sigüenza
De obispos y reyes
A lo largo de sus nueve siglos de historia, el castillo de Sigüenza ha visto pasar innumerables obispos. Desde el citado Agén hasta Fernando de Luján o Diego López de Madrid. Y monarcas como Carlos de Austria, que pernoctó aquí en 1710 –sin las comodidades actuales– durante la guerra de Sucesión al trono de España. Ya entonces pudo oír los lamentos del fantasma de la joven Blanca.
Había sido en 1355 cuando Pedro I de Castilla lanzó a las mazmorras a su propia esposa, Blanca de Borbón, sospechando que podía estar involucrada en una asonada con otros nobles. No se ha aclarado si la joven murió por las condiciones de la celda o bien emponzoñada. Lo que sí es evidente es que su espíritu no descansa y vaga por los pasillos. Otro monarca que escucharía sus lamentos sería Fernando VII, que se alojó en el castillo esperando que Santa Librada –la milagrosa patrona de la localidad– concediera fertilidad a su esposa. Así que obligatoriamente debió entrar en la portentosa catedral que domina el casco viejo y que es hogar de la citada bienaventurada.
Desde la misma puerta de la fortaleza se domina el barranco que genera el Arroyo del Vado y todo el contorno, espacio idóneo para planificar las excursiones por la aromática Alcarria.