Integradores sociales
El principal riesgo que encaran los museos en la actualidad es el aura elitista que se convierte en barrera social: una entrada general al MoMa, por ejemplo, cuesta 25 dólares; pero un museo vacío no es más que un triste contenedor (y muy caro de mantener, además).
Más allá del coste de acceso, los museos atraerán visitas dando un uso social a su espacio. La posmodernidad lleva a cuestionar el propio canon del museo, así como la eliminación de paternalismos ilustrados con el fin de generar debate y participación. Sólo así se logrará la integración real entre los públicos —en plural, porque son diversos— y el museo.
Casos prácticos como la reciente colaboración entre el Hospital de Vall d’Hebron y el MNAC para usar el arte como herramienta en pacientes con estrés postraumático, o el proyecto del MACBA para la discusión y educación social, apuntan la dirección que se está tomando: las paredes de los museos del futuro serán porosas para multiplicar las oportunidades de convivencia social.
Espacios híbridos y expandidos ¿Se convertirán los museos en una App?
Los museos romperán definitivamente con el espacio como su máximo condicionante para crear comunidades y experiencias que irán más allá de las obras físicas: los museos del tercer milenio serán híbridos o no serán.
Los smartphones, tablets, y libros electrónicos ya han entrado en juego. Ahora le toca el turno a los museos para que en el futuro el público use los dispositivos móviles para algo más que para hacerse selfies frente a las obras favoritas. De esta forma, la información suplementaria sobre las exposiciones y las colecciones podrá ampliarse, incluso de forma personal a cada usuario, generando el contexto necesario para comprender la obra.
“Finalmente, todos conocemos la frustración de una visita a La Gioconda en el Louvre […]” (Umberto Eco)
Casos como el del Rijksmuseum o el del MoMA son paradigmáticos en ese ampliar la experiencia más allá del propio edificio. El de Ámsterdam fue uno de los primeros museos en digitalizar toda su colección para ofrecerla gratuitamente; mientras que el MoMa tiene una colección de audioguías que se pueden escuchar en cualquier lugar del mundo. Son muchos más los ejemplos; pero en estos años veremos implementarse un paso más: imágenes en ultra HD y en 3 D acabarán por dar funcionalidad a los catálogos digitales de los museos.

Por otro lado, las redes sociales serán la clave para generar conversación con los usuarios a través de contenidos propios antes o después de la visita al museo. Se acabó el comunicar unilateralmente: en el futuro, el conocimiento de los museos se compartirá en ambas direcciones.
Gamificación: ¡todos a jugar!
No… El juego no es solo cosa de niños. Y no, lo de la letra con sangre entra no es verdad. Ahora bastará sumar ambos enunciados y así es como entrará el juego en los museos del futuro. En la actualidad, se ha comenzado a apostar por hacer más lúdica la experiencia en las salas: se acabó eso de que los museos no se hicieron para jugar.
El juego puede hacer mucho más atractiva la asimilación de información a través de recompensas externas no competitivas. Ya lo hizo la Tate Modern en Londres con su Race Against Time: una app que combinaba el juego de móviles con la historia del arte, y que a medida de que el usuario iba avanzando en los retos obtenía nuevas recompensas.
Entre las últimas apuestas, destaca el juego Imagoras, que aporta una nueva perspectiva lúdica sobre la obras del Städel Museum de Frankfurt: la generalización de las nuevas tecnologías permitirá llevar la cuestión de la gamificación a un estatus superior, y no solo a niños.
¿Lo virtual salvará al arte?
En mayo de este año, saltaba la noticia. El Louvre cerraba puertas sin avisar, cuando personal y agentes se ausentaron de su trabajo con el fin de denunciar una situación que definieron como insostenible: la masificación del museo más visitado del mundo —en 2018 registró 10,2 millones de visitantes, un aumento del 25% desde 2017—.

Foto: Unsplash | Alicia Steels
Cierto que lo presencial seguirá siendo ineludible en la experiencia museística; pero, la realidad virtual y la realidad aumentada podrán hacer más sostenible casos como el del Louvre: se podrá ver la Gioconda real; pero luego, en un aparte de la misma sala, gracias a las imágenes digitalizadas en alta calidad, se podrá hacer un viaje alrededor de la obra sin dar un paso más. De momento, la tecnología de la realidad aumentada no da para mucho cuando suelen ser salas tan masificadas; pero la implantación de redes 5 G acabará por resolver el problema.
Por su parte, Google Arts & Culture permite soñar con un mundo en el que será posible visitar los museos sin viajar: ya es posible hacer recorridos virtuales por algunos de los museos más prestigiosos del mundo desde el móvil y con todo lujo de detalles. Pero el paso definitivo tal vez será visitar los museos a través de un avatar. No es ciencia ficción: All Nippon Airways ya ha creado una línea de robots que permiten volar sin moverse del sillón de casa, gracias a una cámara de alta resolución que se convierte en los ojos del viajero remoto y que le permite interactuar con lo que le rodea lejos.
El final de la supremacía de la colección
Limitaciones presupuestarias; pero sobre todo, cuestiones definitorias de los proyectos museográficos futuros van a quitar foco a las colecciones propias en los próximos años. Más que la cantidad, será el uso que se le da a la hora de estrujar al máximo las historias que serán contadas. Si no se tiene, se piden en préstamo: los museos tejerán redes de colaboración cada vez más sólidas para ello.
En este sentido, los museos franquicia darán un paso más: ya hay un Centro Pompidou no solo en París, sino también en Metz, en Málaga, Shanghái y pronto en Bruselas. Lo mismo sucede con el Louvre de Abu Dabi de Jean Nouvel o el Hermitage, que habrá que acabar de ver si finalmente abre en Barcelona. Esta estrategia global es una oportunidad para adoptar modelos específicos y singulares según las coordenadas físicas donde se ubiquen los centros.

¿Se cumplirá finalmente el sueño de Umberto Eco?
Umberto Eco ya hizo su propio trabajo de anticipación en un breve ensayo que publicó en 2005: El museo en el tercer milenio. Su ideal de museo, explicó, sería aquel que sirviese para “entender y disfrutar un único cuadro (o una sola escultura, o un solo salero de Cellini)”.
Hablaba de, por ejemplo, un museo dedicado a La Primavera de Botticelli. Ese museo ideal debía procurar todo el contexto histórico y artístico de la obra. Sala a sala: la Florencia de la época, la cultura humanística, las obras que precedieron a la de Botticelli, las propias obras de Botticelli anteriores a La Primavera, la música de la época, las voces de los poetas y filósofos de entonces… Y así todo un completo y detallado recorrido para llegar finalmente a la sala donde estaría la obra colgada, y entonces sí, ser capaces de entenderla y sentirla como se merece. ¿Y parecía fácil, verdad?