Habituado a alojarte en hoteles de guerra, ¿qué sientes cuando entras en el vestíbulo de un hotel como éste del centro de Madrid sin peligro de que te caiga una bomba encima?
Mira… Es curioso porque desde que volví de mi etapa de corresponsal hace siete años, no hay ningún día que no me sienta un poquito extranjero en mi país. Yo creo que he pasado tanto tiempo fuera que a veces me siento más cómodo viajando que en mi casa. Ahora bien, la sensación extraña es ir a un hotel en la ciudad donde vives. Es que, además, tengo una relación muy curiosa con los hoteles de reporteros. Hubo un momento en el que pensé que había una conspiración porque todos los hoteles donde me quedaba, al poco de abandonarlos, o los dinamitaban como el Marriott de Islamabad o entraban unos fundamentalistas, como en el Serena de Kabul…
Espero que no sea un precedente…
Sí, que no pase algo mientras estamos aquí (ríe).
¿Esos hoteles eran un oasis en medio del caos?
Para los reporteros eran muy necesarios, incluso por salud mental. Estar todo el día cubriendo un conflicto y de repente tener un lugar donde retirarse al final de la jornada y tomarte un gin tonic con compañeros y contar tus batallas y desconectar era muy importante. Claro que a veces ni siquiera era posible. Me acuerdo que en el Marriott de Islamabad era muy difícil desconectar porque nada más llegar todo eran torreones con hombres apostados con fusiles, el propio hotel transmitía la sensación de guerra. Pero en otros lugares, y especialmente en el Sudeste Asiático, ha habido los hoteles míticos que salen en el libro, el Intercontinental, el Majestic, el Oriental, el Raffles de Singapur… A todos estos hoteles que han sido parada para aventureros, reporteros y grandes escritores, les he querido dar protagonismo porque creo que el haber sobrevivido a todo lo que han sobrevivido les ha convertido en leyendas.
en Oriente lo que no se ve es más importante que lo que se ve; lo que no se dice es más importante que lo que se dice…
“Qué queda del misterioso Oriente que durante siglos ha atraído a tantos occidentales”, se preguntó también el periodista Tiziano Terzani. A lo largo del libro parece que estamos a punto de resolverlo, pero nunca se acaba por revelar.
Es que el día que descubres el secreto de Oriente tu excusa para seguir viajando desaparece. Yo creo que todos los que decimos que queremos encontrarlo, en realidad, no queremos encontrarlo. Pero sí hay un momento en el libro donde se explica que el misterio es el misterio. Ahí está la clave, que en Oriente lo que no se ve es más importante que lo que se ve; lo que no se dice es más importante que lo que se dice… Y todos esos autores que aparecen en el libro, atraídos también por la búsqueda de ese misterio, por el exotismo oriental, al final se quedan con la grandísima experiencia de vivir algo diferente y de mis veinte años como corresponsal me quedo con eso. Quizás no encontré el secreto, pero eso es lo que me ha permitido seguir volviendo con la excusa de que tengo que encontrarlo algún día…
¿Es Asia el continente donde más cambios radicales han sucedido desde finales del siglo XIX?
Yo creo que en Asia se ha vivido el mayor cambio y la mayor transformación en la historia reciente de la humanidad. Lo que ha ocurrido es que desde los años 80 del siglo pasado para aquí, países que tenían el desarrollo del África subsahariana se han convertido en punteros en todo, en tecnología, economía… Nunca en la historia se ha producido un cambio tan rápido y tan increíble.

El periodista y escritor siente una vinculación afectiva con Tailandia | Foto: iStock
Veinte años de periodismo y viajes. ¿Por eso la dedicatoria del libro a Carmen, Alejandro, Rodrigo y Diego?
Bueno… Le he dedicado el libro a las personas que viajaban conmigo aunque no estuvieran. A personas que han tenido que aguantar ausencias, que han tenido la generosidad de permitirme hacer un trabajo que no siempre es fácil conciliar con una vida familiar. Se lo dedico a mi mujer y mis tres hijos. Y no solo eso. Al ponerme yo en peligro en las coberturas bélicas y en otras situaciones complicadas, también estaba exigiendo mucho a las personas que estaba dejando atrás, a mi madre, a mis seres cercanos. Personas que mientras tú estás viviendo la aventura y desconectas un poco del peligro, ellos siguen teniendo el temor de recibir esa llamada de teléfono que un día, como desgraciadamente ha ocurrido con tantos compañeros, les anuncia que te ha pasado algo.
Años de aventuras en los que viviste la época dorada del reporterismo español, en la, como explicabas en El Director (Libros del KO), podías preparar un viaje a Siberia para escribir un reportaje e incluir en él los gastos de caviar y champán. Este otro libro está lleno de recuerdos de aquel entonces, ¿lo echas de menos?
Los años de corresponsal serán siempre los mejores que he vivido en mi carrera periodística. Desde luego, mucho mejores que ese año en el purgatorio en la dirección de un periódico, que no se lo recomiendo a nadie. El problema es que no puedes echar de menos algo que ha dejado de existir. En mi libros, a veces, cuando los escribo pienso que qué pena que todo esto que viví ya no lo pueden vivir los estudiantes de periodismo porque el oficio ha cambiado tanto… En unos aspectos, para mejor, porque puedes llegar a más gente a través de la tecnología y las redes sociales, pero la esencia de la aventura del corresponsal se ha perdido completamente. De hecho, muchos de los bares de reporteros que cuento en el libro han desaparecido, ya no están. ¿Por qué? Porque la vida del corresponsal ya no existe. Son viajes cortos, en precario, porque toca enviar una crónica para un periódico, grabar un podcast, enviar tres vídeos… Esa comunidad del reportero que al final de la jornada se reunía en los bares, esa camaradería, la esencia del reporterismo, que Hemingway decía que era el mejor trabajo del mundo, siempre que sepas retirarte a tiempo, ya no existe.
Bueno… ¿No estarás mitificando un poco todo eso?
En parte sí y en parte no. También es verdad que yo tuve el privilegio absoluto de vivir casi dos décadas de una corresponsalía en una zona que estaba transformándose, donde las aventuras eran muy intensas, donde cubría cuarenta países diferentes, donde no importaba tanto el día a día de la noticia y todo eso te permitía viajar a tu ritmo y escoger tus historias con una libertad absoluta. Yo fui un privilegiado no solo del periodismo sino entre los corresponsales, y todo eso, encima, costeado por un periódico casi como si fueras un diplomático. Mi visión romántica de ese tiempo está ligada a años de esplendor en los periódicos.
¿Financiación sin límites como cuando dejaste tu tarjeta abierta toda una noche en un bar de un hotel lleno de corresponsales y a la mañana siguiente te llegó el cargo?
Me preocupa que esté contando algunos secretos que me puedan traer problemas (ríe). Ya tuve bastantes problemas con El Director, pero no dejo de meterme en charcos. Y en este libro me meto en dos o tres de esos que cuando estás escribiendo te estás arrepintiendo, ¿lo borro? ¿No lo borro?

A David Jiménez, Japón le parece un ejemplo de civismo a pesar de su lado oscuro | Foto: iStock
Pero hay que ser honestos y cuando se escribe más…
A ver… Mis libros pueden gustar más o menos, tener más o menos calidad literaria, pero cuando escribo pienso mucho en el lector y en la necesidad de ser honesto con él. Si eso a veces me deja mal a mí, pues creo que lo tengo que hacer. También es verdad que como se suele decir, uno al final se miente a sí mismo mejor que a nadie y suele salir la mejor parte. Pero siempre trato de desnudarme un poco en mis libros. Por supuesto, a cierta edad, ya no crees en la pureza absoluta de nadie y menos en la tuya.
Y luego, cuando volviste de esos años a tu diario no te dejaron entrar, eras “el más improbable de los directores de periódico que hubiera tenido el país”. Leyendo ahora El Director junto a Los diarios del opio, ¿es mejor a veces no volver a casa?
Los corresponsales tienen siempre un gran problema de adaptación. Lloran cuando llega la llamada para volver. Porque es verdad que la libertad del corresponsal, los viajes, estar siempre conociendo a gente diferente… cambiar eso por una redacción o, en mi caso, por los despachos del poder, la intriga y la política, pues se hace complicado… Pero yo creo que cuando uno lee mis libros de reporterismo, y eso me lo han dicho muchos lectores, entienden mejor por qué hice las cosas que hice como director, por qué no fui lo domesticable que esperaban de mí, por qué no acepté presiones y por qué en el momento en el que me dieron a elegir entre renunciar a mis principios y que me despidieran, preferí lo segundo. Yo creo que todo eso se explica mejor al leer mis libros. Alguien que ha estado cubriendo Afganistán, Cachemira, Timor, que ha viajado libre durante veinte años, no puedes luego pretender coartar su libertad y que eso lo vaya a aceptar sin más.
Después de todo ese tiempo como reportero, de agotar las páginas de una veintena de pasaportes, escribir cuatro mil artículos y cinco libros, dices que si tuvieras que volver atrás a un momento de mi vida, sería a aquellos años. ¿Somos los viajeros una especie de hijos de Ícaro que tenemos que pagar una pena por volar tan alto? ¿Es el viajero un ser nostálgico?
Al final, cuanto más intensas han sido tus experiencias, más huella dejan en ti y más nostalgia provocan. No quiero menospreciar a nadie, pero si tu vida ha sido estar en una oficina de 9 a 17h poniendo sellos, evidentemente, no vas a sentir nostalgia de lo que estabas haciendo en esa misma oficina diez años después. Pero si has vivido aventuras, si has emprendido, si, como en mi caso, te has tirado tantos años cubriendo acontecimientos históricos y entrevistando a personajes fascinantes, pues sí corres el riesgo de quedar atrapado en la nostalgia. Yo digo en El lugar más feliz del mundo (Kailas Editorial) que la nostalgia es un pésimo compañero de viaje porque te hace volver a lo mismo constantemente y constantemente te susurra al oído que eres tú quien ha cambiado.
Decía Somerset Maugham que se cansaba con frecuencia de sí mismo. ¿Te aburres ahora más que antes?
Sí. Cuando publiqué El corresponsal, hice unas veinticinco presentaciones. Con El Director hice más, igual unas treinta. Pues bien, ¿cómo podía librarme de ese señor tan pesado que contaba una y otra vez lo mismo? Pues un poco como Somerset, marchándome y dejándolo todo, y lo sigo haciendo. Cuando desaparezco y me marcho de viaje no es para encontrarme a mí mismo sino para perderme a mí mismo de vista.

Bali habría podido ser el lugar donde ser feliz para David Jiménez. Sin embargo... | Foto: iStock
Pero, a ver, ¿entonces el viaje es una huída o una búsqueda?
Es ambas. Para mí el viaje es una huida de la cotidianidad en la que vivimos, una huida de la persona que soy en esa cotidianidad y también es una búsqueda de otros yos dentro de ti, de otros personajes. Y son también una búsqueda. Para mí, los viajes no dejan nunca de ser gasolina creativa, que es lo que les pasaba a los grandes autores que aparecen en el libro. Conrad, Kipling, Graham Greene… no habrían sido quienes fueron y no habrían escrito lo que escribieron si no hubieran vivido todas esas experiencias. Llega un momento en Madrid, en mi entorno, con mis amigos de siempre, en el acomodo de la rutina, que noto que mi depósito de la gasolina creativa se va vaciando.Y la única forma que sé hacerlo es viajando y tener experiencias. La diferencia con algunos de los autores que he escogido para este libro es que ellos lo llevaron todo hasta el extremo, el opio, la prostitución, la decadencia… Pero todo eso, que nos podrá parecer mal y todo lo que quieras, al final les llevó a convertirse en los autores importantes que llegaron a ser.
Es aquello de que antes de escribir tienes que vivir…
Eso lo decía mucho Somerset… Cuando la gente me dice que quiere ser escritor y me preguntan que dónde pueden hacer un máster, yo les digo que lo primero que tienen que hacer es vivir. Yo no habría podido escribir los seis libros que he escrito si con 27 años no hubiera cogido la maleta y me hubiera ido a la aventura y hubiera vivido lo que viví, porque mis libros son, al final, todas esas experiencias. La no ficción, pero también la ficción. Incluso las novelas parten de la realidad. Tú no puedes escribir del amor sin haberte enamorado, no puedes escribir de la traición sin haber sido traicionado. No puedes escribir bien sobre la desigualdad sin haberla visto en su extremo. Y todas esas experiencias te construyen como persona y como escritor. No hay mejor máster que coger el avión o el tren, la bicicleta, me da igual, y partir, no de una manera programada al resort que te aísla, o al centro comercial igual que el de tu barrio, sino explorar, descubrir, conocer gente. Y eso se hace, por cierto, en un viaje solitario, del que yo soy muy partidario. Cuando uno viaja solo se abre mucho más a las experiencias.
Hablando de viajar solos o en compañía, en tu libro hablas de la relación y de los viajes de Martha Gellhorn y Hemingway…
Llamaba a Hemingway “el otro” (ríe). Yo creo que Gellhorn fue la mujer que derrotó a Hemingway, que era un tipo insufrible, machista, endiosado, y que se encontró con alguien que no sólo lo iguala sino que le supera, y que cuando los dos quieren contar el desembarco de Normandía, es ella la que, haciéndose pasar como enfermera, consigue desembarcar con los soldados, mientras él tiene que verlo desde la distancia. Y él no puede soportar, después de otras relaciones en las que era el macho alfa y las mujeres tenían que someterse a su voluntad, la libertad de Gellhorn. Y hay una escena muy buena que refleja todo esto perfectamente, que es cuando ella está cubriendo el final de la II Guerra Mundial y entonces Hemingway le escribe pidiéndole que decida entre ser esposa en su cama o corresponsal de guerra en el mundo. Por supuesto, escogió ser corresponsal.
Además es que esta anécdota deja en mala situación a Hemingway. Porque estaba claro que eso ella ya lo había decidido hacía mucho tiempo...
Sí.. Es la pregunta de un idiota.
¿Y te ves como ella con casi 90 años cubriendo noticias por el mundo?
Sabes que se dice mucho eso de que la juventud está en el espíritu y en la mente… Vale, pero también está en tu condición física. Creo que el tipo de viaje que a mí me gusta requiere de un esfuerzo físico y uno no sabe cuándo el cuerpo acabará por retirarlo, pero después de haber pasado unos años en España, vuelvo a sentir la necesidad de vivir fuera, pero no en Asia. Es como que con este libro esa etapa ha quedado cerrada, y me gustaría, en cambio, vivir en África, un tiempo en Cuba… Me gustaría vivir en tantos lugares diferentes… Y creo que eso va a ocurrir porque uno es un alma inquieta y…
No quieres aburrirte de ti mismo…
Claro. Aguantarse a sí mismo cuando todo alrededor permanece impasible, en la quietud de la rutina, creo que no estoy hecho para eso, para aceptar la rutina. Ahora bien, también creo que hay un nivel de aventura que con la edad ya no es posible. Ya no quiero seguir cubriendo conflictos y guerras, creo que eso lo tienen que hacer otros. Eso no significa que no me iría mañana a Ucrania, pero sería para escribir un artículo pausado y en profundidad de la situación . Eso me gustaría, y lo disfrutaría, pero estar en el breaking news eso ya no me pertenece hacerlo. Creo que seguiré viajando, seguiré buscando experiencias y aventuras pero de una manera más sosegada y con tiempo.
Coordenadas viajeras
David Jiménez
¿Adónde nos llevas si vamos al norte?
Tengo muchas ganas de ir a Islandia. No sé por qué, pero tengo muchas ganas de ir.
¿Qué destino eliges mirando al sur?
En breve tengo un viaje a Etiopía y todos me han dicho que es un lugar increíble. Voy a cumplir con uno de mis deseos viajeros, porque África no ha estado entre los lugares que más he visitado.
¿El oeste?
Pues algo que tenemos muy cerquita. Yo cada vez estoy más fascinado con Portugal, no solo por la belleza del país y la paz de los portugueses, sino que además están demostrando ser una versión mejorada de los españoles. En política, educación, vivienda, economía, creo que se están convirtiendo en un ejemplo positivo para España. Creo que nos vendría bien unirnos más con ellos.
¿Y hacia el este? ¿O no hace falta preguntar?
No… Hacia el este voy a recomendar un destino que de forma inmerecida no está en la mente de los españoles y es Filipinas. Estuvimos allí trescientos años, pero hemos desconectado a pesar de que se trata de un lugar fascinante.
“Escribir sobre Venecia, insistir sobre Venecia… ¿todavía?”, se preguntaba ya Rubén Darío a principios del S. XX. ¿Tiene sentido todavía escribir sobre Asia?
Tiene sentido si haces el esfuerzo de buscar caminos que no han sido transitados. Al final, Los diarios del opio te lleva a lugares de Borneo donde la gente no va, y te habla de una Birmania que no está siendo visitada, y creo que te descubre un Japón que no es el que está en las guías. Sí es mucho más difícil no repetirse, que el mundo se ha hecho más pequeño, más concurrido, que cada vez es más difícil escapar del turismo masivo. Creo que hay que quitarse el miedo a adentrarse en profundidad en los lugares porque es la única forma que tenemos de conocer a la gente de verdad. Y si haces eso, ahí sí creo que te va a sorprender Asia.
“Mientras nosotros buscamos el secreto de Oriente; Oriente busca el de Occidente. El resultado es que se han contagiado de lo peor de cada uno. ¿Dos décadas como corresponsal te han convertido en pesimista?
Yo estoy convencido de que mis años de corresponsal me hicieron más pesimista en la vida. Una de las cosas que más me ha costado perdonar del periodismo ha sido la manera en la que en algunos momentos me ha hecho perder la confianza en la condición humana y por eso hubo un momento en el que pensé que tenía que dejarlo, dejar de cubrir terremotos, tsunamis, revoluciones fallidas en las que al final los dictadores masacraban a su gente como en Birmania, conflictos como el de Afganistán en el que ibas año tras año y veías cómo las cosas empeoraban cada vez más, y el ver a personas hacerse daño a muchas otras, y verlo diariamente, que tu trabajo sea eso cada día, no es bueno y hay compañeros que han sufrido problemas y traumas graves. Llegó un momento en que yo necesitaba salir de eso y Los diarios del opio creo que marcan una transición curiosa, porque de todos mis libros es el más divertido. Es el libro donde hay más aventuras, anécdotas, más el lado amable del mundo. Incluso El Director era un libro duro en el sentido que describe la putrefacción del sistema y del periodismo en nuestro país. Y este creo que es mi libro más optimista o, por lo menos, refleja que me he curado un poco de ese pesimismo que adquirí durante mis años de corresponsal.
Tailandia y Japón… ¿Esos son los países con los que te quedas?
Pues es una pregunta complicada porque depende mucho de lo que has vivido allí. Yo creo que en cuanto a condición humana, no hemos evolucionado en ningún lugar como en Japón, en cuanto a civismo, diseño de las ciudades modernas, filosofía de vida, honestidad. Lo comprobé, por ejemplo, cuando en Fukushima pude ver el comportamiento cívico y admirable de la sociedad japonesa durante la crisis. Por supuesto que luego cuento en el libro el lado menos amable y que tienen problemas de comunicación y que no todo es idílico. Pero en cuanto al lugar donde me he sentido más a gusto es Tailandia. Pero tienes que tener en cuenta que yo tengo un vínculo emocional con el país en el que viví diez años y donde uno de mis hijos nació. Entonces, cuando vuelvo a Tailandia siento algo que no siento en otros lugares. Es como los lugares de veraneo a donde fuiste de niño, que muchas veces no son los más bonitos, y a veces, son incluso feos, pero si fuiste feliz allí, sientes un vínculo especial y eso lo convierte en el lugar a donde quieres volver y a donde quieres que vayan a veranear tus hijos. Por eso, los lugares favoritos muchas veces no se escogen por razones que tengan sentido sino que son por emociones.

Tras Asia, a David jiménez le atrae viajar a Africa. Su próximo destino: Etiopía | Foto: iStock
El único escritor español que aparece en el libro es Manu Leguineche y no sale muy bien parado cuando dices que se inventó partes en El Camino más corto y en algunas crónicas periodísticas.
Dicen que no hay nada más deshonesto que un escritor de viajes (ríe). Pero esa es una parte dolorosa del libro. Siendo Leguineche una persona que uno admira y que está mitificado en el periodismo español y que cuando yo estaba en la facultad era el ejemplo a seguir, que yo seguí en cierto modo, y descubrir que una parte de su libro más conocido era inventada, o no sucedió realmente, pues es una decepción. Pero yo trato de no juzgarlo demasiado. Al final, aquel Manu era un periodista joven que vivía en una España postfranquista en la que no se había viajado mucho. A mí que eso ocurriera y que parte de su viaje a Australia no hubiera tenido nunca lugar, me parece mal, pero por otra parte no creo que eso deba quitar mérito a otras muchas cosas que hizo. Uno de sus grandes méritos fue inspirar a otros a seguir su camino, incluido a mí. Entonces no quiero ser en el libro demasiado duro, pero cuando supe de esto tampoco creí que fuera honesto dejarlo fuera. Al final, de todos los autores, cuando me he ido metiendo en sus vidas, he descubierto lados oscuros, pero es que todos los tenemos, no somos absoluta claridad u oscuridad, somos un poco brumosos, somos un poco gris, y a veces el mitificar a la gente te lleva a convertir a las personas en seres inmaculados y puros.
Oye, ¿pero tú no te has inventado o exagerado nada en este libro?, ¿ni siquiera al profesor Kung?
El profesor Kung es un grandísimo personaje que es imposible inventarse. Y, a parte, una cosa que tiene el combinar la crónica viajera con la periodística es que el resultado tiene el rigor de este último y cuando yo hablo del profesor digo el nombre del lugar de Bali que él creó, con lo cual sería muy fácil desmontar una posible invención del profesor Kung. Yo podía haberlo ocultado, pero te digo dónde puedes ir a preguntar por él y puedes ir a comprobar su legado Y es uno de esos grandes personajes que uno se encuentra cuando viaja con una mente abierta.
A pesar que te lo encontraste en un avión…
Donde nunca quiero hablar con nadie (ríe). Sí.
Por eso parece todo muy novelesco, el encuentro y su vida…
La relación que yo tuve con él fue una amistad extraña, pero muy intensa. Es verdad que lo conocí en un avión, donde soy contrario a hablar con nadie. Pero a partir de ahí se inició una relación en la que yo quedé completamente fascinado por el personaje y su historia. Y durante algunos años, él hacía esas cosas extrañas que cuento de llamarme desde los lugares más remotos del mundo, porque él no tenía hogar, estaba constantemente viajando y era capaz de darle tres vueltas al mundo viajando, y te llamaba desde Brasil para quedar al día siguiente contigo para ir a cenar. Y entonces tú ibas al Palace o al Oriental de Bangkok con él ¡y todos le saludaban! Y de repente, cogía, y al día siguiente se marchaba. Y en el libro lo cuento, cuando él se da cuenta de que se hace mayor y que le queda poco tiempo de vida me ofrece hacerme cargo de Michi Retreat, su legado en Bali. No era el momento. Si me lo hubiera ofrecido hoy, no te digo que no lo hubiera dicho que sí. En algún momento, el profesor puede ser un libro. Yo se lo prometí, al menos. Ya veremos.
Tengo que preguntarte algo antes de acabar: ¿Cuál es esa isla en la que su amigo Xavi Comas ha encontrado el secreto de Oriente?
Mira (ríe)… Ese es un secreto que si te revelara estaríamos incumpliendo uno de los objetivos del libro. Yo creo que cada persona debe encontrar su lugar más feliz en el mundo, su oasis, ese sitio donde cuando todo va mal y quieres escapar, sabes que ahí vas a estar a gusto. Yo creo que al revés, con las pistas que doy en el libro, decirme a mí cuál es el sitio y yo decirte sí o no.
Acepto el juego.
Eso sí, si lo descubres, te pediría que vayas y disfrutes, pero que no lo publiques…