Manchas azules y rosas en el suelo, botellas de plástico cortadas para hacer pruebas de color o enjuagar pinceles, una escalera y una mujer rubia agachada, repasando cuidadosamente esa línea que solo ella ve que necesita otra capa de pintura. Durante 12 horas, la calle de l’Hostal de Morella de Valencia se ha convertido en su estudio-taller. Mientras pinta el que será un mural sobre el Orgullo, se acerca y se aleja continuamente para ver cómo avanza su obra. Y al mismo tiempo, los vecinos y vecinas pasan. Algunas personas arrugan la nariz, otras sonríen y se paran a hablar con ella. Le preguntan qué está haciendo, si ha pintado en otras calles de la ciudad, comparten batallitas del barri i la terreta… Sin quererlo, se convierte en el centro de atención de un día cualquiera entre semana. Las horas van pasando y las visitas no cesan. Llega una amiga con algo para picar, su novia para echarle una mano y para hacer alguna foto porque…¡alguien tendrá que capturar este momento! Como una jornada de puertas abiertas, sin necesidad de enviar invitaciones, ni hacer convocatorias. En parte, esa es la magia del arte urbano.
Desde que alguien se acerca a un muro en blanco con un pincel en la mano, la conversación empieza. Gustará más o menos, pero nunca dejará indiferente a nadie. Y así, el barrio del Carmen se ha convertido en uno de los lienzos fetiche del grafiti valenciano. Tanto que hasta se ha creado un free tour específico para descubrir a los turistas (y no turistas) las muestras de arte urbano. No hay duda de que el grafiti está viviendo una auténtica Edad de oro en la capital del Túria de la mano de artistas mujeres.