Rayos y truenos

Emiliano Monge, escritor: "Vivir en la Ciudad de México es un oficio"

El escritor mexicano vuelve a internarse en la biografía familiar para narrar la vida de su madre en una novela que también es una cronología de México.

Que Emiliano Monge (Ciudad de México, 1978) transpira literatura por cada uno de sus poros no es una metáfora, es literal. Él tiene un tatuaje en su brazo derecho en el que se lee: “Yo nací un día que Dios estuvo enfermo”. Es un verso de César Vallejo. Lo que no se sabe es si el día que le cayó el rayo también estaba Dios enfermo y por eso le cayó, porque nadie vigilaba en lo climático. El caso es que le cayó el rayo y ahora le ha cambiado la polaridad de su cuerpo y los días de lluvia es algo así como un pararrayos andante. O eso dice de él su hermano. Pero tampoco es tan excepcional que te caiga un rayo encima en México, o al menos así lo asegura el propio escritor en uno de esos datos históricos que se acumulan como en una cronología infinita en su libro Justo antes del final ((Random House, 2022). La novela es una nueva vuelta de tuerca en el terreno de la no ficción que ya transitó con No contar todo (Random House, 2019). Pero si en aquella eran su abuelo -el narcotraficante- y su padre los protagonistas principales, en esta son su abuelo -el neurólogo- y su madre. Y la locura: “Que a veces creo que la locura es como esos rayos, que algunos de nosotros llevamos dentro uno de esos rayos, pues. Y que no los debemos dejar salir cuando no es hora de que salgan, porque eso es enloquecer, prendele fuego al mundo”.

 

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La novela también va de eso, de lo fácil que uno puede enloquecer, de lo frágil que es la barrera de un lado y del otro. Y de México. También va de México. La incursión que Emiliano Moge hace en la biografía de su madre es también una inmersión en la memoria del país, en la memoria de todas las mujeres mexicanas, en la memoria de todos, porque al final los recuerdos son más compartidos de lo que creemos porque es algo generacional. Y bueno, que en la novela hay mucho de ficción y mucho de real y que, en ocasiones, la ficción resulta ser más real que la propia realidad, y a la inversa, que lo real parece pura ficción, así que nunca se sabe, pero eso es algo que da igual porque lo único que importa es la literatura.

 

 
Emiliano Monge

Foto: José Alejandro Adamuz

¿Qué es más importante en la vida, el momento justo antes del final o el de justo antes del inicio?

En la vida, el momento justo antes del final, y en la literatura y la escritura, el momento antes del inicio. Sabes que de los dos momentos uno no se puede escapar, ¿no? Son los dos momentos que van a marcar la veracidad o la verdad de la ficción.

¿La literatura entonces es diferente a la vida?

Sí. Completamente. La vida es lo que nutre a las historias. Pero una historia para ser literatura necesita de un paso más, que es el de la escritura. Por lo tanto, hay dos filtros siempre, la memoria y la imaginación.

Esta novela es una extensa cronología, una larga cadena de sucesos históricos y datos que condicionan la vida del narrador y de su madre, pero que activan también los recuerdos del lector en función de su edad.

Sí. Hay en ella una cosa generacional… Como un recuento de los recuerdos propios. Pero también te digo que la elección de esos recuerdos no estaba pensada para eso, sino que están en función de la historia de la madre que se va desgranando poco a poco. Decía Úrsula K. Leguin, que es una escritora que a mí me enloquece, que vivíamos en el error si pensábamos que la literatura era fabulación, que la literatura era confabulación porque se escribía una vez en la cabeza del escritor, pero se tenía que volver a escribir en la cabeza del lector.

Pues hablando de cabezas, qué curioso es eso de recordar. Esta novela es a nivel literario un ejemplo de cómo funciona la memoria. ¿Es un tema que te interesa?

¡Uf! Muchísimo… Sí. Es un tema que está muy dentro de mis libros. Fíjate que mi primera novela se tituló Morirse de memoria. Sí, la memoria para mí es un tema, es un personaje y es una obsesión; pero es en esta novela donde creo que más me he acercado al mecanismo de la memoria. Por ejemplo, la novela está llena de subordinadas, es un poco esa cosa de cuando a alguien le dicen que se fue por las ramas. Eso es porque estás pensando con subordinadas. Es decir, la imaginación y la memoria ambas son un dejarse ir. La estructura de la novela busca replicar un poco esa forma de pensamiento. La memoria tú sabes dónde empiezas pero nunca sabes a dónde vas a ir a parar. Y la imaginación es igual. Al final, lo único que hay entre una y otra es la literatura. Y es una frontera muy porosa que permite el diálogo entre una y otra.

También hay un juego de confrontación de recuerdos. Es decir la novela avanza por acumulación, pero también en la contradicción…

Exacto. Eso es lo que yo quería que pasara exactamente. Y es un intento de plasmar cómo la memoria está en constante construcción. Y la memoria de uno no es la de otro. Y la memoria de los hijos siempre es un poco la deformación de los padres, que ya de por sí es una memoria deformada. Y, al final, la memoria va funcionando como ese juego del teléfono descompuesto. En literatura todo esto también nos permite ver a los personajes no como pintados en un plano, sino como en un prisma, como ver los diferentes rostros de una memoria, de una persona, de una historia. Hay esa clase de búsqueda.

Y a pesar de todos esos prismas, de todos los personajes con los que el narrador dialoga para poder contarnos, el foco principal es su madre. En cierta forma, es una novela tributo. Pero perdona que te pregunte, ¿tu madre está muerta o viva?

Vive.

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Foto: iStock

Pero, ¿ por qué la has matado en la novela?

Mira, qué bueno que me lo preguntas. Sólo otra persona me preguntó por lo mismo. En general creo que no se atreven a preguntármelo. La cosa tiene una explicación muy clara y tiene que ver con la vida. Y es que mi madre sí tiene todas las enfermedades que tiene en la novela, está muy enferma, está mal, y sí me pide como pide en la novela al narrador, que me encargue de su funeral. Ella tiene muy claro cómo quiere que sea, qué hay que leer, qué hay que hacer.

¿Y qué problema hay en ello?

No manches... Lo que ella me pidió es muy jodido y de algún modo me desquito mostrándole en la novela el dolor que yo voy a sentir. El sentimiento, llegado el momento, será seguramente peor, pero es lo más honesto que creo que va a ser y es muy metafórico por eso, porque no ha sucedido.

¿Hay que dejar siempre algo por contar? Lo digo por tu otra novela familiar (publicada en España en 2019).

Pues mira, creo que hay una literatura que es de añadir, que es la ficción pura, y hay una literatura de quitar, y esa es la que tiene que ver con la biografía, la no ficción. En estos libros, la decisión más difícil es quitar. De ahí que en la nueva novela, cada año está dedicado a un solo recuerdo. Eso es quitar muchísimo material.

Veo que tienes el mismo tatuaje que cruza el cuerpo del narrador de la novela. Pero dime, ¿Cuánto hay de real o inventado en nuestros recuerdos?, ¿y cuánto hay de real y de ficción en su novela?

El narrador de la novela es una construcción. Siempre lo es. Es él quien tiene que sostener el libro y es muy distinto de mí, aunque evidentemente también tiene cosas de mí, cuenta partes de mi vida. Pero si no hubiera logrado diferenciarme de él no habría podido ordenar la novela y lo más importante, tenía que dejar de ver a mi madre como madre para convertirla en protagonista de un libro.

¿Qué diferencias hay entonces entre Emiliano Monge persona y el narrador? Eso de que te diera un rayo es parte de la ficción, ¿no?

No, güey… Sí, sí me dio un rayo. Fue en abril de 2020, poco después de que en México nos empezaran a confinar; pero lo realmente importante es que antes de que me diera ya estaba el rayo en la novela. La idea de los rayos dormidos, esos que caen en un árbol y que arden dentro hasta que acaba el aguacero y entonces pueden prender el resto, estaba porque era un concepto que yo quería relacionar con la idea de esta madre protagonista. Después ya creció mucho más porque me cayó el pinche rayo encima.

Y entre rayos y recuerdos familiares, la locura. ¿Esta es una novela de locos?

Es una cosa que el narrador tiene y ahí sí te diría que es muy parecido a mí. Yo tengo este asunto de estar obsesionado con la idea de que mi abuelo trabajaba con locos tratando de dar orden al caos; que mi madre trabajó con personas con capacidades diferentes, tratando de dar orden a cierto caos; y que la literatura primero es un estallido de caos y que para que se vuelva literatura hay que tratar de dar orden a ese caos, a personas ficticias, sí, pero es lo mismo. Además está el tema de que la locura en mi familia está muy presente. Yo también experimento ese miedo tan profundo a sentir que está aquí ese vórtice tan profundo acompañándonos y que en cualquier momento uno se puede deslizar y caer sin remedio. Y luego está el tema de cómo el poder ha utilizado la locura, tanto en la intimidad, en la familia, como en la sociedad, para estigmatizar, silenciar y encerrar y marcar como diferentes a cualquiera que se haya salido del carril o del pensamiento más homogéneo. Porque la locura no es sólo la metáfora del hombre con camisa de fuerza. Es que siempre ha habido una enorme facilidad para declararla locas a ellas, por ejemplo.

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Precisamente esta novela, además de la locura, también trata de la libertad, la de tu madre, que deja atrás los límites impuestos por una sociedad heteropatriarcal para lograr hacer un poco la suya, viajar, por ejemplo, y la de las demás mujeres. ¿Pero crees que hay ciertas libertades a conquistar por ellas todavía?

Pues mira, este es un tema muy complicado porque la cosa es diferente aquí que en México. Y además, luego en México, y esto es lo más cabrón, es diferentísimo por clases sociales. Es decir, son casi un privilegio ciertas libertades en un país tan jodidamente desigual como México. No se han generalizado muchas de las libertades, y hacia allí vamos, pero sigue habiendo un tema de clase brutal con respecto a muchas libertades.

¿Cuánto hay de locura en el viaje?, ¿cuánta locura hay en decidir viajar a un lugar u otro del mundo?

Buff… Y luego, además, en la experiencia y en la enorme distancia que hay entre la experiencia del viaje y cuando lo cuentas o lo recuerdas. Tenía un amigo que era muy gracioso y un día que estaba por irse de viaje me dijo que qué pereza el viaje… esa cosa incómoda que está entre planearlo y contarlo, güey [ríe].

Pues… Oye, y cada vez más enojoso eso del viaje, sobre todo cuando llegas a un aeropuerto, que te tienes que sacar zapatos, pasar controles…

Hasta casi la médula espinal tiene que sacarse uno para que la hiervan y te la vuelvan a poner… Su madre [sigue riendo].

Cómo te nace a ti el deseo de viajar?

Me encanta viajar, pero sí es un deseo que se me ha ido apagando, que cada vez me gusta menos y que empieza a ser muy egoísta. Ya no me gusta hacer viajes que planeen otros. Ya que voy a hacer tan pocos viajes en lo que queda de vida, que los que haga sean los que en realidad tenga muchas ganas de hacer. Me pasa con la música lo mismo desde hace unos años para acá, que ya no soporto que nadie más ponga música. Si no la pongo yo siento que es ruido, aunque sean cosas que me gustan.

¿Eso no será cuestión de la edad?

Uy, claro, güey, y de la neurosis, y de la intolerancia y de lo pinche maníaco que se va volviendo uno [ríe]. Pero sí me gusta mucho viajar. Y es una cosa muy jodida México, un país tan maravilloso y que se ha vuelto tan imposible por la violencia. Hay lugares de México maravillosos a los que sencillamente no se puede ir, donde no existe el estado, y viajar no es posible al menos que lo hagas como periodista y corriendo unos grandes riesgos.

Coordenadas viajeras

Emiliano Monge

  1. ¿Adónde nos llevas si vamos al norte?

    Los bosques en Canadá.

  2. ¿Qué destino eliges mirando al sur?

    En Chiribiquete, esa es mi obsesión.

  3. ¿Y si vamos al este?

    ¿Qué tal al este puedo llegar, todo el que quiera?

  4. Claro, Emiliano.

    Me gustaría ir mucho, tanto que podría vivir y perderme, a la selva baja de Yucatán

  5. Toca el oeste…

    Hay una isla que la llaman "La galápagos del Norte" que pertenece a México. A partir de la lectura de un libro me quede obsesionado con conocerlo.

¿Sigues viviendo en Ciudad de México?

Hasta el mes que me cayó el rayo viví en la Ciudad de México y algunos años en Barcelona. Ahora vivo entre Ciudad de México y Morelos, pero sigo siendo un capitalino absoluto.

¿Cómo es vivir la aglomeración urbana más grande de América?

Vivir en la Ciudad de México es un oficio. Es una ciudad inevitable.

¿Inevitable como mexicano?

Como especie humana, güey [ríe]. Es lo que es y no va a ser distinta, y es caótica y dolorosa, peligrosa y riesgosa y bestial, pero también muy generosa y muy encomiable. Y es todas las ciudades que pudo ser y no es, y es como la obsesión de un recuerdo y una terquedad… Y, puta, una idiotez, hagamos una ciudad en un lago, güey, es algo demencial [ríe].

¿Y qué tal es San Cristóbal de las Casas? Aparece mucho en la novela.

San Cristóbal es una ciudad que para mí es importante, que le tengo mucho cariño, a la que fui mucho tras el levantamiento zapatista porque estuve muy cerca del movimiento, soy un simpatizante del movimiento zapatista. La novela además de las historias familiares, está llena de historias mías y de mi entendimiento de México y de mi relación con México. Es seguramente, después de la Ciudad de México, la ciudad más importante para mi relación con México… y es un pinche pueblo.

No tanto, hay muchísimo turismo allí…

Sí, es verdad. Muchísimo. También gracias a eso se puede comer bien, porque el único lugar donde se come mal en México es en Chiapas, cabrón… Es una tristeza, güey [ríe]. La única comida mala mexicana es la chiapaneca. Entonces está bien que de repente te puedas comer un croissant, ¿no? [sigue riendo]. Que hace veinte años no había ni cagada.

Barcelowna

¿Sigues teniendo alguna vinculación con el zapatismo actualmente? Da la impresión de que el movimiento se fue diluyendo.

No, Para nada, cambió, se transformó. Es decir, está, sigue estando, es muy importante, muy potente. El Congreso Nacional indigina creció, ya no es solo zapatista, engloba muchos lugares de México y es muy importante. Basta ir a América Latina para ver que la situación de la dominación histórica es muy diferente en México que en el resto de países y eso es gracias en parte al zapatismo. Y eso sigue cambiando de manera cotidiana gracias al zapatismo y en México, las naciones y los pueblos indígenas son sujetos políticos gracias al zapatismo y eso se nota en todo el país. Más bien, entonces, el zapatismo se ha dispersado y la lucha ha cambiado porque lo primero que se buscaba ya se logró. Ahora se buscan cosas más importantes, como las escuelas bilingües, los proyectos de los Caracoles, que son las comunidades autónomas.

¿Y cómo fue eso de venirte a vivir a Barcelona?

Vine por una pareja.

Es decir, que viniste a Barcelona por amor…

Sí, sí, es ridículo, pero es verdad, es que es así. Yo nunca pensé que me iba a ir de México. Me fui porque me enamoré de una persona que vivía acá y yo podía cambiar mi lugar de residencia por el trabajo, ella no. Entonces me vine, pero nunca me fui de México pensando que era para siempre, del mismo modo que no llegué a Barcelona pensando que sería para siempre. Sabía que era una etapa y fui muy feliz, pero siempre extrañé mucho la Ciudad de México también. Y ahora extraño Barcelona y soy muy feliz en México… Sí generé un vínculo muy fuerte con esta ciudad, gente, lugares, muchos instantes. Yo iba todas las mañanas a correr con mis perras a la playa y ese momento lo extraño mucho, por ejemplo. Son costumbres que uno se hace.Y no solo con Barcelona, con el Empordà, con el Pirineo, siento que tengo un vínculo muy fuerte. Sí.

Al final los lugares donde creas vínculos son donde vives cierta temporada. El viaje, no sé si estarás de acuerdo conmigo, no permite esos vínculos.

Totalmente. No, no lo permite. Y mira, es por eso que sé que una de las cosas que no voy a hacer en mi vida es uno de esos viajes que estás tres días en un lugar, dos en otro, medio en otro, y así. Esta cosa de irse a conocer Europa en una o dos semanas, o Vietnam, Camboya y Laos… Eso es como cuando le cambias a la tele neuróticamente. Esa cosa no. Voy a ir a conocer una ciudad, o yo qué sé, a un bosque, y si el viaje me va a durar dos semanas quiero pasarlas en ese mismo lugar.

Que en la sierra de Chihuahua sintió encontrar un lugar donde quedarse por siempre, eso es al menos lo que dice el narrador en Justo antes del final… ¿Qué difícil es encontrar lugares así en la vida, no?

Sí, qué difícil y qué poquitos lugares hay así. De la Baja California también lo pienso y en algunos lugares de Yucatán. Y en Morelos estoy feliz.

Qué bien.

Sí.