No es difícil imaginar a un joven lord inglés que mira llover sobre Londres desde los ventanales de su club, aburrido de que sus patricias posaderas fatiguen la venerable butaca chippendale. Le han servido un malvasía que traía en la etiqueta la marca Canary Wines y se le ocurre la idea: “me voy”. Reserva el jet (privado) y huye de la mitológica niebla victoriana que le enfría hereditariamente los huesos para dirigirse al solarium al que sus aristocráticos padres le llevaban ya hace 28 años: el hotel Bahía del Duque de Tenerife. Alemanes, suizos y, sobre todo, ingleses llevan desde 1993 teniendo esa misma iluminación.
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