En lo alto del Pirineo catalán, situado en el valle de la Coma de Burg, la creación de un refugio para artistas está ayudando a revitalizar un territorio destinado a la despoblación. A mediados de los ochenta, Bernard Loughlin, fundador de un retiro creativo en el condado de Co Monaghan -norte de Irlanda- debió pensar que un sitio como aquel, rodeado de vegetación exuberante y aislado prácticamente de cualquier indicio de humanidad, era el lugar perfecto para desconectar y dar rienda suelta a la imaginación artística. Así nace el ‘Centre d’Art i Natura’ (CAN) de Farrera.

Todo comienza diez años antes, allá por 1975. En ese momento empiezan a surgir varios movimientos por Europa que tienen como objetivo huir de las grandes urbes y volver a lo esencial, a estar en contacto con la naturaleza, a tomar de nuevo los pueblos.
Entre aquellas personas que decidieron emprender el viaje hacia lo salvaje se encontraba Bernard y Mary, una pareja norirlandesa con aspiraciones de potenciar el territorio a través de la cultura y la relación de las disciplinas creativas con el entorno natural. Ya lo habían hecho unos años antes en su propio país, fundando el Tyrone Guthrie Centre, probablemente una de las residencias “más destacadas de Europa”, según Lluís Llobet, actual director del CAN.

Foto: CAN Farrera
Bernard y Mary no fueron los únicos en llegar hasta estas comarcas remotas de Lleida, pero sí los que lograron impulsar el proyecto. La UE estaba concediendo fondos a este tipo de iniciativas, pero nadie estaba dispuesto a subir hasta allá arriba y ponerlo en marcha. “En 1995 me llamaron, yo había vivido durante unos años en Farrera y acepté liderar el refugio creativo” explica Lluís a Viajes National Geographic. Hasta 2005 el centro no consiguió funcionar a pleno rendimiento. De hecho, los artistas utilizaban la casa de Lluís a modo de comedor mientras terminaban las obras de remodelación de una escuela en desuso y de un antiguo secadero de hierbas que acabaron transformando en lo que es actualmente el CAN.
Hoy, el refugio tiene todas las comodidades necesarias y disfruta de unas vistas privilegiadas de la sierra pirenaica. Otro efecto positivo de este proyecto ha sido el impulso que le ha dado a Farrera. Si bien los artistas solo pasan aquí entre una semana y un mes, el ecosistema creativo ha colocado a este pueblo en el mapa y ha impulsado la vida. De hecho, antes de la llegada de Bernard y Mary, apenas subsistían tres familias. Hoy, el conjunto del municipio supera el centenar.
"En 1995 me llamaron, yo había vivido durante unos años en Farrera y acepté liderar el refugio creativo”
El CAN permanece abierto durante todo el año, excepto enero y febrero a causa del frío y la nieve que cubre las praderas y hace aún más difícil el acceso por las estrechas carreteras que serpentean por el valle. Artistas norteamericanos, canadienses, bengalíes, hindús, australianos o japoneses se dejan caer por Farrera, aunque Lluís reconoce que a pesar del éxito internacional, la mayor parte de residentes provienen del área metropolitana de Barcelona. Ejemplo de ello es Eulàlia Valldosera, una artista consagrada que destaca por sus instalaciones lumínicas que le han llevado a ganar varios premios nacionales y participar en exposiciones internacionales. Y todo ello en un pueblito que, hasta hace unas décadas, estaba abocado al abandono.