Junto a la recepción, uno de los espacios que menos remodelaciones ha experimentado en sus más de 60 años de vida, aún sigue el busto de Josep Noguera, el hombre que transformó, allá por 1958, la única propiedad que había en la cala de Santa Cristina de Lloret en un hotel que ha sido durante décadas un referente en toda la Costa Brava. Este homenaje en forma de escultura es un guiño a la historia, un recuerdo que conecta al huésped primerizo con la familiaridad de este establecimiento a la vez que toca la fibra al cliente más veterano. Ambos tipos de viajeros conviven en un espacio en el que este rostro inmortalizado ejerce de bisagra entre dos eras turísticas. La otra, por supuesto, es la omnipresencia mar.