El Edén de las tortugas gigantes

El hotel que da la bienvenida al continente perdido de Lemuria

Mucho más que un hotel de lujo, un santuario natural que sintetiza a la perfección el paradisíaco archipiélago de las Seychelles.

Da un poco de vértigo asomarse a la pantalla de Google Maps y ver solo el azul del mar. Hay que hacer mucho zoom para que aparezca otra cosa que no sea agua. Y ahí, en esa pequeña porción de tierra cuya existencia parece un milagro, es donde está el aeropuerto de Mahé, la isla principal de Seychelles.

 

Más de mil kilómetros separan este archipiélago del lugar habitado más próximo, Madagascar, y más de quinientos años separan la cartografía total de Google de la primera carta náutica en la que aparecieron estas islas, en 1505, tras volver Vasco de Gama de su segundo viaje a la India. Una red de rumbos -una red de salvación hecha de vientos- trenzaba el mundo conocido entonces y a ella se aferraban los marineros que se aventuraban a cruzar los abismos. 

El archipiélago de las Seychelles está dividido en seis grupos de islas como si fuera una desperdigada rayuela tropical: las cuarenta y dos graníticas; las cuatro mixtas (arena, coral y granito); las veintinueve islas de coral del Grupo del Almirante; las trece islas de coral en el Grupo de Farquhar; y las sesenta y siete islas de coral en el Grupo de Aldabra. Praslin es una de las graníticas y un día en ella se creyó hallar las coordenadas exactas del Edén. 

Praslin
Foto: Shutterstock
Praslin
Isla de Praslin | Foto: Shutterstock

Llegas, pero aún no del todo. No cuando el destino final es la isla de Praslin. Entonces toca subirse a una avioneta de hélices, en la que se mide y se pesa todo y donde los pasajeros son ubicados a criterio del asistente, que reparte el peso de forma equilibrada. Cuando se alcanza la carga máxima, las maletas que no entran se quedan atrás. Ya llegarán, “dígame donde se aloja y se las llevaremos con el siguiente vuelo”, me dicen con calma en francés, pero también me lo habrían podido decir en inglés. Los dos idiomas quedan como rastro del pasado colonial. Vibra el fuselaje, vibra el asiento, la ventana, vibra el paisaje en el azul intenso y limpio del agua.

El continente perdido 

“Bienvenidos al Edén”, anuncian con solemnidad antes de hacer sonar el gong vibrante. Y el Edén aparece cuando tras la breve ceremonia abren las dos enormes hojas de madera de la puerta. En cualquier otro lugar esta bienvenida habría resultado vacía e impostada, pero no en el Constance Lemuria: el vestíbulo abierto tiene un punto de fuga hacia una cascada de palmeras que va a dar a una playa tropical. Una pequeña alberca refresca con su rumor de agua el ambiente. Las aspas de los ventiladores giran en el techo. Un pavo real pasea orgulloso su cola abierta en abanico como si acabara de salir de un poema de Rubén Darío. La escena tiene algo de mítica.

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Lobby de Constance Lemuria | Foto: Constance Hotels

¿Por qué había fósiles de lémures en Madagascar y la India, pero no en África continental y Oriente Próximo? Esta era la pregunta que obsesionaba al zoólogo inglés Philip Lutley Sclater. Y para tratar de dar respuesta a lo que él consideraba una anomalía de la fauna, propuso la existencia de un continente hipotético que habría actuado como un puente, uniendo Madagascar con el sur de la India y Australia. A ese continente que se hundió en el océano Índico lo llamó Lemuria por los lémures. Los tamiles lo llamaron a su vez Kumari Kandam, una especie de Edén cuyo rastro se podría rastrear hasta Platón.

Sin embargo, la teoría de Sclater quedó desfasada con la aparición de los conceptos modernos de la deriva continental y la tectónica de placas. Pese a ello, aún son muchos los que defienden la existencia de Lemuria. Dicen que la vibración espiritual de aquel continente perdido se sigue sintiendo a pesar de las profundidades marinas. Por lo que respecta a los lémures, parece ser que llegaron de forma accidental sobre balsas vegetales, siguiendo el rumbo de vientos y corrientes distintos a los que marcaron los primeros cartógrafos en los mapas del siglo XVI. 

Una vez llegas a tu habitación en el Constance Lemuria, aguarda una carpeta de papel de calidad con un mapa y toda la información del hotel. En apariencia, un detalle habitual en un alojamiento de cinco estrellas. Pero hay algo distinto. La tarjeta personalizada con la que Bruno Le Gac, el General Manager, da la bienvenida está decorada con una bella ilustración de un Blach Parrot (o Perroquet noir), un ave endémica de Seychelles, especialmente de Praslin. El contenido y el continente están relacionados: el Constance Lemuria es valedor de aquella tierra edénica en la que los habitantes vivían en perfecta armonía con la naturaleza de Philip Sclater. “A estas aves les gusta mordisquear frutas y semillas”, leo en la tarjeta que han dejado colocada en el bodegón de frutas tropicales que han dispuesto en una mesita. También, que están en peligro de extinción. Otra especie representativa de las Seychelles es el Coco de Mer.

iStock
Semilla Coco de Mer en playa de Seychelles | Foto: iStock

La prodigiosa palmera que crecía en el fondo del océano

Durante siglos aparecía en las costas de los países que bordean el Océano Índico, desde el Golfo Pérsico y las Islas Maldivas hasta las Indias Orientales, una especie de semilla de forma exótica, que recordaba por su forma a la pelvis femenina y que podía llegar a pesar entre 10 y 20 kg, pero que nadie tenía la menor idea de dónde venía. Comenzaron a llamarlo Coco de Mer porque se creía que crecía en el fondo del océano. Con el tiempo, esta semilla se ganó fama de potente afrodisíaco, además de remedio contra dolencias estomacales, furúnculos, envenenamientos varios, epilepsia, trastornos nerviosos o acidez estomacal. Los navegantes portugueses del siglo XVI llevaron noticias de esta semilla a Europa, donde pronto también se convirtió en un objeto muy apreciado y buscado, alcanzando precios principescos entre la nobleza europea de la época. 

En realidad, la semilla crecía de la ​​Lodoicea originaria de las Seychelles, donde se encontraban extensas masas de una especial palmera que se encuentra entre las más antiguas (se cuenta que algunos ejemplares pueden tener 800 años) y más altas de la tierra (hasta 25 o 30 metros) y de las que se aprovechaba todo, no solo la semilla, también sus troncos rectos y lisos de cuya madera se fabrican objetos y demás útiles y sus enormes hojas de color verde esmeralda, que sirven para fabricar biombos, canastas, esteras o sombreros. El Vallée de Mai, en el corazón de Praslin, queda como último reducto de aquellos bosques ancestrales de palmeras que hicieron creer a Gordon de Jartum, el místico oficial del Ejército Británico interpretado por Charlton Heston en Khartoum (Basil Dearden, 1966), que el trono de Dios descansaba literalmente sobre la Tierra y que el Jardín del Edén estaba en el lecho del mar, junto a las Seychelles. 

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Junio Suite | Foto: Constance Hotels

Eran tantas las palmeras que se encontraban (aún hoy se cuentan hasta seis especies endémicas) que el explorador francés Lazare Picault llamó a Praslin en 1744 Isle de Palmes, cuando la isla era todavía sólo un escondite perfecto de los piratas del Índico. Fue en 1768 cuando se le cambió el nombre en honor del diplomático César Gabriel de Choiseul, a la sazón duque de Praslin, un ducado francés creado en 1762 en beneficio de los miembros de la Casa Choiseul. 

El duque de Praslin nunca estuvo en Praslin

Así es como se va de la Francia más aristocrática a un rincón insospechado del Índico, como si aquella red de rumbos de las antiguas cartas náuticas del Renacimiento fueran autopistas aún hábiles para viajar. Sin embargo, el duque de Praslin nunca puso un pie en la isla de Praslin. De haberlo hecho, habría tenido que cambiar el vestuario de gala que solía usar como diplomático. Ciertamente, el terciopelo azul, la seda y los brocados se antojan poco prácticos para andar por la playa. Mucho menos la peluca que ostentaba con símbolo de estatus social, que le habría procurado intensos picores en el cráneo. Sin embargo, el duque sí habría disfrutado del refinamiento tropical del sello Constance Hotels & Resorts que él habría considerado de un exotismo emocionante.

 

Desde la bañera de una de las junior suites habría podido divisar la playa con solo abrir los postigos del aseo que dan al dormitorio y descorriendo la cortina de la balconera. Un juego de interiores y exteriores que se replica en todos los espacios del hotel, en la suites y en las villas, en los cuatro restaurantes y cinco bares, en el extenso lobby, incluso en el Constance Kids Club, invitando a ocupar el espacio de forma libre y creativa, en contacto con la naturaleza y el buen clima que hay durante todo el año. La línea visual siempre puede ir más allá. 

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Junior Suite | Foto: Constace Hotels

 

En la habitación, el conde habría disfrutado de las texturas y de la decoración orgánica y viva, de los muebles de dura madera tropical, de los tonos beige y de los pavimentos de granito que aportan una  sensación de confort y de lujo discreto que conecta con la cultura local. Aunque el duque habría merecido la Villa presidencial, algo así como un pequeño Versalles Tropical de 1250 m2 que sintetiza toda la exclusividad de la que es capaz el sello Constance Hotels & Resorts y que por ello mismo fue reconocida en los World Travel Awards con el galardón "Hotel Villa Líder de Lujo en Seychelles 2022".

Un hotel-santuario

El murmullo de las hojas de las palmeras se cuela en la habitación, donde la cortina blanca flota según los caprichos de la brisa. Si estás atento, se llega a escuchar el murmullo de la espuma en la fina y blanca arena de la playa de enfrente. Para alcanzarla basta con cruzar una franja de 15 metros de arena blanca que piso con los pies descalzos. Este mar es el hogar de dos tipos de tortugas, la verde y la carey, que siempre regresan a las playas donde nacieron para desovar y así cerrar el círculo eterno de la reproducción.

La paradoja es que la anatomía de las tortugas las convierte en pesadas y torpes en la tierra, pero las dota de bellísimos movimientos cuando se encuentran sumergidas. Estas tortugas son un eslabón fundamental en los ecosistemas marinos y contribuyen a la salud de los arrecifes de coral y pastos marinos. Grand Anse Kerlan, una de las tres playas paradisíacas que bordean al Constance Lemuria, es la playa que registra la mayor cantidad de nidos de tortugas marinas en Praslin. En el Eco-quiosco se organizan actividades ecológicas cada semana y se da a conocer la fauna y vegetación de la isla. 

Allí se encuentra Robert Matombe, el responsable del programa de conservación de las tortugas, que patrulla las playas todos los días, buscando huellas de tortugas en la arena. Asegura la protección de los nidos y, si la seguridad del sitio se ve comprometida, traslada los huevos a un lugar seguro. En el caso de las tortugas verdes (suelen anidar en Lemuria de julio a enero) eso puede significar desplazar entre 150 y 200 huevos de un solo nido. Robert tiene un momento del año favorito, cuando se liberan las pequeñas crías, que van al encuentro del mar. Entonces él saca su ‘Lansiv’, una gran concha de Madagascar, y sopla fuerte para avisar a los clientes que se encuentran cerca.

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Playa en hotel Lemuria | Foto: Constance Hotels

El año pasado, el número de nidos de tortuga carey en el Constance Lemuria fue de 28 y ha habido un promedio de 5.000 huevos eclosionados cada año, todo un santuario de vida salvaje que necesariamente va acompañado de una estrategia de sostenibilidad que se toman muy en serio. Por ejemplo, el 60% del agua consumida en el hotel es tratada y reutilizada para el riego del campo de golf, el único campo de campeonato de 18 hoyos que hay en el archipiélago, lo que puede suponer aproximadamente 50.000 litros al año.

Tras dejar atrás a varias tortugas gigantes de las Seychelles que andan a sus anchas por el extenso territorio del hotel y un bello espécimen de palma de Coco de Mer, el carrito de golf enfila la última subida. Parece que en cualquier momento se va a parar, pero finalmente sus pequeñas ruedas vencen a la pendiente. Estamos en la embocadura del hoyo 15 y su putt es un mirador excepcional. Han dejado una mesita de picnic en la que el champán se enfría en la cubitera y los canapés están servidos en la bandeja. El último sol enciende la selva y las grandes rocas graníticas que emergen de esa azotea vegetal brillan con mayor intensidad. 

Constance Hotels & Resorts

Cuidando el mundo

Constance Ephelia Seychelles

No sólo en Praslin, también el Constance Ephelia, en Mahé, cuida de la sostenibilidad de Seychelles. Fue ganador de las categorías "Resort Ecolíder del Océano Indico” y "Resort Familiar Líder 2022” en los World Travel Awards.

 

Allí abajo se ve Anse Georgette, que junto a La Digue, es una de las consideradas playas más bellas del mundo. Es un punto de luz, azul y blanco, que emerge en el paisaje entre todo el verdor. Los grandes murciélagos de Seychelles (con un peso aproximado de 600 g, y puede tener una envergadura de hasta 1,1 m) comienzan a enseñorearse del cielo. Su silueta no es amenazante, al contrario, son un eslabón importante del ecosistema de las islas al dispersar las semillas de muchas especies de árboles. Poco a poco, las nubes comienzan a enrojecer. Parece un misterio cómo la luz revela la forma de las nubes. Ningún acuarelista del mundo podrá reproducir exactamente toda la belleza ni el misterio del momento: uno podría sentirse aquí en el Edén. No es difícil cuando te encuentras en Lemuria.