Aquel noviembre de 2002 el desastre se cernía sobre la Costa da Morte. Un petrolero se hundía vertiendo en la costa gallega, frente al cabo de Fisterra, 63.000 toneladas de fuel, contaminando 1.137 playas, afectando casi 3.000 kilómetros de litoral costero y dejando más de 200.000 aves marinas muertas. Tres meses después, en enero de 2003, entre las medidas de impulso económico de la zona para contrarrestar los daños que causó el Prestige, estaba incluida la construcción de un Parador. Diecisiete años y un confinamiento tuvieron que pasar para que la promesa del Parador de Costa da Morte abriera sus puertas.