Un plató natural
Mucho antes que en el guion, la localización natural ya estaba en el imaginario del director, que se inspiró en la novela gráfica El ciclo de Irati de J. L. Landa y J. Muño. Entre texto e ilustración, fue naciendo un relato que arranca en el siglo VIII, cuando el cristianismo se extiende por Europa mientras las creencias paganas desaparecen. Ante el avance del ejército de Carlomagno al atravesar los Pirineos, el líder del valle pide ayuda a una diosa ancestral. Mediante un pacto de sangre, éste derrota al enemigo dando su vida a cambio, pero, antes, hace prometer a su hijo Eneko (Eneko Sagardoy) que protegerá y liderará a su pueblo en la nueva era. Años más tarde, el joven afronta la misión de recuperar el cuerpo de su padre enterrado de forma pagana junto al tesoro de Carlomagno. Pese a su fe cristiana, necesitará la ayuda de Irati (Edurne Azkarate), una enigmática pagana de la zona. Los dos jóvenes se adentrarán en un extraño e inhóspito bosque donde “todo lo que tiene nombre existe”.
La selva de Irati reunía todos los ingredientes necesarios para contar la historia de aventuras fantástico-medieval, rodada en euskera, de Paul Urkijo. “Tiene unas hayas impresionantes e infinitas y una profundidad que, en otros sitios, es difícil de encontrar. Hay otros lugares con hayas más jóvenes, estamos acostumbrados a las hayas trasmochadas, que son gordas y bajas, que se utilizaban para la madera y el carbón. Son muy bonitas, pero están manipuladas por el ser humano. Sin embargo, las de Irati son como mástiles de barco de un metro de ancho y 50 metros de alto, ¡una barbaridad! Tienen ese punto muchísimo más ancestral”.

La versatilidad de Irati en Navarra
No solo las hayas convertían la selva en la localización principal de la película. “En Irati tienes toda la zona pirenaica que la rodea. Subiendo desde Ochagavía, está la parte del monte Abodi, donde se sitúa el dolmen que aparece en la película y se produce el nombramiento de Eneko. Hay una explanada montañosa con una altura impresionante donde tienes de fondo la imagen del Pirineo navarro con la Mesa de los Tres Reyes y, en primer término, el monte Ori”, detalla.
Están también en la película el valle de Irati, su río y su cascada de El Cubo. Y también la bajada de sus personajes hacia la profundidad del bosque desde la altura y con el cielo detrás. “La dualidad entre el cristianismo, que rinde culto al cielo, y el paganismo, que rinde culto a la tierra. Esos dos mundos en una escena”, afina el director.

Foto: David Herranz
También en Navarra se sitúa el Valle de Ata, en la Sierra de Aralar. “Allí grabamos la batalla que se supone que ocurre en Roncesvalles. Tenía un acceso fácil, pero daba la sensación de estar en lo alto de la montaña”, matiza Urkijo. Y es que nadie dijo que rodar en parajes naturales fuera una tarea sencilla. “Aunque es duro y necesitas un equipo técnico muy fuerte, merece mucho la pena. También el rodaje es una experiencia preciosa, siempre que te haga bueno”. Y lo hizo. “Tuvimos muchísima suerte, porque la película transcurre en dos épocas: la de la batalla de Roncesvalles, que fue históricamente en verano, y el resto, que tiene un tono más otoñal. Quería mostrar primero el verdor de estas tierras, pero luego también esa época de Irati en que empieza a entrar un poco el frío y se produce una explosión de color impresionante: dorados, rojos… Rodamos la batalla la última semana de septiembre. Luego nos fuimos a los ríos, donde no era tan importante la presencia de los bosques, y esperamos a que rompiese la hoja”.
Pero el cine tiene su truco y siempre tira de todo un compendio de lugares, no necesariamente localizados en el mismo sitio, para que parezca uno solo. “Irati” también se rodó en Álava, en la entrada de la cueva de La Leze. “Quería esa sensación de entrada de gigantes, incluso tiene forma vaginal representando un poco a la diosa madre”. La cámara también viajó hasta la sierra de Entxia “para representar un bosque devastado por los seres humanos. Aprovechamos una zona en la que un tornado, hace unos años, arrasó con todo. Hay árboles muertos y el suelo está levantado”.

Foto: David Herranz
Cuevas de gran belleza en País Vasco
Guipúzcoa no iba a ser menos y tiene su aparición en la gran pantalla gracias a la cueva de Oñati-Arrikrutz. “Es una cueva kárstica natural, un río subterráneo donde tienes la sensación de tubo, además de formaciones, estalactitas y estalagmitas, que le dan un rollo muy chulo”. Esta parte del rodaje resultó especialmente complicada. “Tuvimos que caminar todos los días, durante una semana, 20 minutos con el material a cuestas. Hay una zona que tiene una pasarela, pero luego hay que bajar. Una vez que entrábamos ahí, no podíamos salir en el resto del día. Cada uno llevábamos una botella con nuestro nombre para hacer nuestras necesidades. Comíamos dentro de la cueva con un respeto absoluto, no podía alterarse absolutamente nada”.
La representatividad del País Vasco llega a su plenitud con la incorporación de Vizcaya como otra de las localizaciones naturales. En este caso, representada por Pozalagua, una cueva situada en la parte más occidental del valle de Carranza. “La descubrieron unos mineros por accidente. En una cantera, dinamitando la pared, de repente encontraron un hueco. La cueva era una burbuja, no había entrado nunca ningún tipo de animal y tiene una cantidad de formaciones espectaculares y brutales. Luego, tiene muchísimas excéntricas, formaciones que parecen raíces. ¡Es preciosa! La utilizamos para representar ese mundo fantástico del útero de la diosa madre. Esta cueva tiene un acceso y una visita muy fácil, era como un plató”.

Foto: David Herranz
Un castillo románico en Huesca
Huesca y su castillo de Loarre ponen fin al desfile de lugares impresionantes que acapara la película. Y aquí hubo algo de “engaño”. Hubo que atrezar la fortaleza para que correspondiera a la época en que transcurre “Irati”. “Es un castillo muy especial porque es románico, de los pocos que se mantienen tan bien. Data del siglo XI, de cuando Navarra llegaba hasta ahí, en la época de Sancho III el Mayor. Nuestra historia se sitúa en el siglo VIII, así que lo que hicimos fue coger ese castillo y hacerlo todavía más viejo. Incluso para que tuviera un poco de sentido, porque en esa época no había fortalezas de piedra tan grandes, le dimos esa idea de empalizada romana de madera. Además, para jugar con esa idea de que podía haber sido un asentamiento romano, metí mosaicos en el suelo, ruinas de columnas, figuras de piedra de la diosa Cibeles, que era la diosa madre a la que le rendían culto los romanos…”. Trucos que hacen magia y magia que hace cine.