Situadas allí, tan lejos del resto, en las alturas del globo, tan cerca del Polo Norte, las Islas Svalbard se han ido forjando en los últimos años la imagen de ser el último reducto de la Tierra donde aún se puede depositar la esperanza por un mundo más sostenible. Las ballenas surcan libres las costas gélidas, los leones marinos descansan a sus orillas y los osos polares se cuentan por miles, muchos más que habitantes. Por eso la confianza en que el planeta aún puede resistir. La fe se conserva aquí con la seguridad con la que lo hace cualquier elemento enterrado en permafrost, la capa de tierra que cubre aproximadamente el 60% del archipiélago y que se encuentra permanentemente congelado.
Ese es justo el motivo por el cual en la última década se han construido bajo el hielo varios edificios claves para la humanidad como lo es el Archivo Mundial del Ártico, que preserva el patrimonio digital de toda la humanidad o la Bóveda del Fin del Mundo, el recinto excavado en la ladera de una montaña donde se preservan millones de semillas procedentes de todo el mundo en caso de catástrofe climática. De no ser por motivos trascendentales, la construcción estaría vetada. De hecho, ni siquiera está permitido enterrarse en las Svalbard y es que de hacerlo se correría el riesgo de que los agentes infecciosos permanecieran en estado latente en el permafrost y resurgir al cabo de varios años o incluso siglos. Ahora, el archipiélago ártico presenta en sociedad The Arc, el nuevo edificio que al igual que los anteriormente comentados, también tiene una misión fundamental para la humanidad.