Los personajes de Purgatorio tienen cuentas que saldar. Y a ti, ¿te queda alguna herida por cerrar? Y, ojo, que aquí no hay off the record…
No, no… No tengo demasiadas heridas. Quizás por mi forma de ser y de observar el mundo desde muy jovencito, desde el instituto en Irún, siempre he tenido unas ideas bastante claras de lo que ocurría a mi alrededor y luego mi devenir periodístico me ha llevado a lugares en los que podía confrontar esas ideas que traía desde el País Vasco y que veía repetirse en esos otros lugares.
En ocasiones viajar sirve para eso mismo. Alejarse para acercarse, ¿no?
Sí. De ahí surge un poco también Purgatorio. ¿Lo podía haber escrito si no hubiera viajado a tantos lugares y tantos conflictos y guerras? No sé si me habría salido igual. Seguramente que no, porque Purgatorio es producto de la reflexión de tanto viaje y de ver que en Irlanda del norte o en Uganda o en Colombia, Palestina, se repetían historias de manipulación y de violencia que había visto en el País Vasco
Dice la periodista argentina Leila Guerriero que hay quien viaja para ver las pirámides y luego están los que viajan para contar. ¿Tú viajas siempre para contar o te permites tener cierto ocio viajero?
No me lo permito… Yo creo que podría hacer una sección para vuestra revista de No go places (sitios a donde no ir), que son a los que casi siempre me ha tocado ir y me he perdido todo lo bueno de países maravillosos como Ruanda, Colombia o México. México es maravilloso, pero yo he conocido los lugares más inmundos, las morgues de Tijuana, la frontera de Sonora…
Me he perdido todo lo bueno de países maravillosos como Ruanda, Colombia o México.
Qué pena… ¿No te da miedo quedarte solo con esa perspectiva de los lugares?
No, miedo no… Ya sé lo que hay. Voy a un lugar como Colombia y al final me meto en un territorio controlado por la guerrilla en un helicóptero del ejército y es como estar en Vietnam, con selvas maravillosas, ríos... Hasta que llegas al lugar y te encuentras otra vez con la violencia de cara. Y cuando acabas te tienes que volver con el material para montarlo rápidamente y emitir. Nunca he tenido tiempo como para quedarme después de lo que he ido a cubrir como periodista.
¿Cómo es la mochila de un reportero a la hora de ponerse a viajar?
Pues depende de si lo haces para televisión o no. Si lo hago para la televisión tengo que llevar una maleta gigante con un montón de cambios de ropa, que es un rollo (ríe).
Perdona, ¿has dicho cambios de ropa?
¡Claro! que si no, mi madre me dice que voy siempre con la misma camisa (vuelve a reír). Ahora bien, si ya no estás para televisión, pues yo creo que es un equipaje bastante básico donde, metes, insisto, muchos libros. En mi primera vez en Afganistán, todavía el país estaba controlado por los talibanes, era después del 11 S y logré entrar por Tayikistán, nos costó cuatro días hacer los doscientos kilómetros que separaban la frontera del lugar al que íbamos, la línea del frente contra los talibanes. Cuatro días por carreteras serpenteantes, puertos de montaña de cuatro mil metros donde se gripaba el motor, aullidos de lobo… Y, entonces, por la noche caímos a un río dos de los coches, sobrevivimos, pero se perdieron muchas cosas, dos teléfonos satelitales, un ordenador… Pero yo logré salvar mi libro, el único que me había llevado, un libro bien gordo, La yihad, de Gilles Kepel, del 2001. Eso sí, se hinchó por el agua. Al día siguiente tuve que secarlo… ¡Y todavía lo guardo! Es el libro más visto de mi biblioteca.

La novela Purgatorio es una muestra de lo intensamente que Jon Sistiaga conoce el territorio geográfico y cultural de Euskadi.
Foto: Istock
¿Cómo es esa biblioteca?
Pues sobre todo, una biblioteca profesional, con referencias de todos los sitios que he visitado. Antes de ir a un lugar trato de leerlo todo… Y luego, compro mucho, una vez que estoy en el lugar siempre acabo encontrando cosas que no te han llegado aquí. Y luego, pues mucha filosofía, mucho ensayo y mucha teología porque al fin y al cabo yo manejo sobre todo emociones humanas. Cuando viajas por ahí, más allá de una trinchera, hay que hablar con las personas. Entonces para preparar esas entrevistas y para saber cómo entrarle a esas personas hay que saber mucho del alma humana y de los peligros en los que esa alma puede caer.
Los personajes de Purgatorio son un buen ejemplo de esos peligros en los que puede caer el alma. Cuando Sánchez y Josu se encuentran hacia el final de la novela, el comisario le dice: “los dos hemos sido unos hijos de puta, y en eso no tengo muy claro que haya grados”. Sin embargo, como lectores llegamos a empatizar con ellos.
Bueno, he tratado de humanizar a todos los personajes. Porque al final, incluso la persona más atroz que decide cometer un crimen en estos contextos lo hace porque le han convencido de que su violencia es necesaria, es buena, su violencia es virtuosa, en contra de las de los otros, que es la mala. Tu comunidad te avala lo que estás haciendo y te sientes apoyado, avalado. Entonces esa violencia no es tan mala para ti y, sobre todo, cuando tienes familia, y esto es lo difícil de entender, y por eso quería que en el libro la gente empatizara con casi todos, eres capaz de suspender tu humanidad cuando matas pero volver a recuperarla cuando hablas con tus hijos o con tus nietos. Por eso he tratado de que todos los personajes tuvieran esos claroscuros. Que en los claros te reconozcas, que entiendas que haya gente que los ame… Hasta Zigor, que es un verdadero hijo de puta, se enamora, ha salido del armario… Por cierto, en esta novela hay muchas hostias. Ese salir del armario es una hostia a ETA y su versión más machirula.
Coordenadas viajeras
Jon Sistiaga
Un destino que te atraiga del norte
¿Puedo decir Euskadi? ¿O tengo que decir más arriba?
Puede ser todo lo arriba que quieras
Entonces, uno de los lugares que más me han fascinado, que he ido por trabajo, pero que volvería otra vez, son las islas Svalbard, el lugar habitado más al norte y un lugar fascinante. Hay científicos, biólogos y mineros, hay toda una ciudad abandonada por los rusos. Y es un lugar donde está prohibido morirse, por cierto. Por eso fui para allá, para hacer una serie de documentales sobre la muerte
¿Y del sur?
Sudáfrica. He estado hace poco durante la pandemia y me he quedado con ganas de conocer mejor. No pude bañarme en sus playas, ni recorrer los parques naturales, las reservas. Me pareció un lugar chulísimo.
Del este...
Jerusalén. Un lugar en el que he estado muchísimas veces. Ahí sí que he estado de turista dos o tres veces, solo y acompañado. Es un lugar que es epicentro de conflicto actual, en el que puedes percibir cómo la comunidad palestina está siendo sometida a una opresión fuerte, obligándoles a vivir en auténticos guetos, pero además es un lugar que te lleva a tu infancia, porque quieras o no, lo s que hemos tenido una educación medio católica acabas reconociendo un montón de lugares que saltan de tu disco duro de la memoria.
¿Y del oeste?
Estados Unidos. Cualquier lugar… Cógete la Ruta 66 de lado a lado… Es que Estados Unidos es el mejor lugar para rodar del mundo, tiras la cámara y la recoges al rato y es como echar la redes pelágicas en el Gran Sol, siempre sale lleno, siempre hay una historia.
Dices ahora ETA, pero en el libro siempre aparece mencionada como "la Organización".
Lo llamo así porque me da igual. Puede ser la yihad islámica o IRA, cambiar los apellidos de los protagonistas, que se llamen como sea. La idea es que los personajes puedan ser reconocidos en esos otros entornos porque en muchas otras sociedades se ha pasado por lo mismo.
Justo este año se cumple el 25 aniversario del del Guggenheim, ¿crees que el fin del conflicto fue clave en el resurgir turístico del País Vasco?
Sí… En la inauguración de Guggenheim hay que contar con un muerto de ETA, un ertzaina que murió al detectar a dos integrantes de la banda colocar una bomba. Es evidente que en cuanto la violencia desapareció de las calles, Euskadi se llenó de turistas, no solo del extranjero, porque las agencias de viaje introdujeron a Euskadi en el circuito turístico, sino también de todo el estado. Pasó de ser ese lugar en el que se pensaba que la gente iba con metralletas por la calle a ser el lugar magnífico que es y los vascos a recuperar su lugar en el imaginario del resto estado de personas honestas, trabajadoras, serias, campechanas, etcétera.

Svalbard
"Svalbard es fascinante. Hay científicos, biólogos y mineros, hay toda una ciudad abandonada por los rusos. Y es un lugar donde está prohibido morirse, por cierto."
Puestos a hablar bien de Euskadi, ¿qué lugares recomiendas a los lectores de Viajes National Geographic?
La bahía de Chingudi, que recorrí mucho en mi infancia, donde desemboca el río Bidasoa confundiéndose con el mar. El Paseo Nuevo de San Sebastián me parece un lugar mágico, sobre todo en día de temporal. Otro lugar son los acantilados flisch de Hendaya, donde los días buenos puedes observar como el sol pega y el agua se convierte en un espejo perfecto. Evidentemente, el Guggenheim por todo lo que significa, tanto por dentro como por fuera, no solo a Bilbao sino a todo el País Vasco. Otro lugar mágico es la Selva de Irati.
En otra escena de tu novela, Askasibar y el cura Vixente Egozkue están sentados en un banco, rodeados de turistas y paseantes… Es un contraste muy poderoso e inquietante: la cotidianidad turística convive con dos monstruos ¿Está tan presente la maldad en nuestro día a día?
Pues no sé si la maldad, pero desde luego en Euskadi, en esta dulce amnesia colectiva de la que nos hemos dotado, se producen este tipo de situaciones todos los días. El tío que sale de la cárcel después de veinticinco años de condena por haber matado a alguien vuelve a casa, ha cumplido, qué más le vas a pedir. O quizá sí, ¿que diga perdón o lo siento o reconozca que le manipularon? Pues estaría bien… Pero ese tío vuelve a comprar el pan en el barrio, a tomar algunos vinos con sus amigos, a pasear con su hijo concebido en la cárcel… Y te cruzas con ellos en lugares donde además esto es muy evidente, en localidades muy pequeñas, en la Guipúzcoa profunda y media o en la parte vieja de San Sebastián, por ejemplo, esto es muy habitual. Al final los malos vuelven porque, entre otras cosas, no tienen otro lugar al que ir.
En cuanto al Euskadi que retratas sorprende mucho la perspectiva fronteriza que das del territorio. El paso a Francia que usaban los etarras hoy lo usan los inmigrantes. ¿Qué te parece que hoy en día se esté hablando mucho de los refugiados de Ucrania mientras que las fronteras siguen cerradas para otros muchos?
Me parece una contradicción total que estoy tratando de evidenciar durante este último mes y medio. A ver cuántos españoles han acogido a una familia siria de las que huyeron en el 2015 a través de Turquía o Grecia, y eran un millón y pico de personas. Los acogieron al final los alemanes, pero aquí no fletamos taxis ni camiones hasta la frontera de Tesalónica para traerse a una familia siria con dos hijos, igual de refugiados que la ucraniana. Es evidente que hay un cierto sesgo en nuestra sociedad apoyado por la agenda informativa por el que se ha decidido que hay refugiados de primera y refugiados de segunda.

El Paseo Nuevo de San Sebastián es uno de los lugares favoritos de Jon Sistiaga en Euskadi, sobre todo durante las tormentas.
Foto: Istock
El deseo de cruzar la frontera es lo que convirtió a Kapuscinski en reportero de guerra, ¿qué te llevó a Serbia en 1999?, ¿Y a Irak algo más tarde?
Ruanda (1994) fue mi primer conflicto… ¿Qué me llevó? No sé. Supongo que la mayor parte de estudiantes de periodismo cuando entran quieren ser reporteros de guerra. Cuando en una televisión en la que estaba decidieron que había que enviar a alguien a Ruanda, que no era un destino muy agradable al que ir, pues imagina... el jefe de internacional tenía médico, su jefe se quedó mirando al techo y yo desde el fondo levanté la mano.
No me digas que leíste Territorio Comanche de Pérez-Reverte…
No, no, no… No lo leí. Pero el mundo internacional me había atraído siempre. Había acabado la carrera e inicié un postgrado en relaciones internacionales que no terminé porque comenzó la guerra de Irak. Qué hacía yo viendo diagramas de decisiones sobre Irak y Saddam Hussein, lo que quería era estar allí, en Basora. Así que lo dejé y fui a cubrir la guerra.
Y en Irak murió tu compañero José Couso… Es trabajo, pero te la juegas.
Sí. Sabes que va en tu contrato con tu lector o con tu espectador. Vas allí sabiendo todos los riesgos que estás corriendo. No conozco a nadie que haya ido a una guerra obligado. Sencillamente, no se puede. Te apuntas porque vas a cobrar más dietas, porque quieres salir un poco, por lo que sea, pero a un conflicto así vas de forma voluntaria.
Te subiste en La Bestia… Otra experiencia radical. Allí solo se sube la gente de forma obligada, que escapa de su país, ¿qué se le pierde a uno en un lugar así?
Es que me apetecía retratar un poco el flujo migratorio, contar las condiciones en las que salían y por qué huían de Centroamérica, la violencia extrema, la corrupción, cómo malvivían y eran maltratados en México y para eso había que hacer el tránsito. Podías contarlo desde fuera, pero eso ya lo habían hecho. ¿Qué hacer de nuevo?, ¿cuántos se habían subido y lo habían retratado? ¿Riesgo? Claro… Me bajé antes de llegar a un territorio que se llama Aguas Calientes que es pasto de los zeta y que había probabilidad de que subiera gente armada a extorsionar, violar, asesinar, robar… La única manera de contar todo eso es estando dentro.
Oye, igual cuando te jubiles sí que viajarás un poco por ocio, ¿no?
Tengo unas ganas… A ver si funciona la novela y me puedo retirar (vuelve a reír).