CUESTIONARIO EN MODO AVIÓN

Jordi Esteva: "Si hubiera muerto en Egipto, tal vez ahora sería una especie de personaje romántico"

El escritor, fotógrafo y documentalista rastrea en su nuevo libro los orígenes del impulso nómada y narra algunos de sus días más trepidantes y bohemios vividos en la carretera.

Acaba de cumplir 70 años Jordi Esteva, una edad que da como para pararse, revisar, mirar hacia atrás, tratar de recuperar algo de todo aquello que se vivió. Para ello ha escrito un libro más, el que le faltaba, uno en el que ha abandonado el margen desde el que solía narrar en sus documentales y libros anteriores. En este El impulso nómada (Ed. Galaxia Gutenberg) se tiene la sensación de estar ante las memorias escritas por alguno de los compañeros de Sal Paradise, alter ego del propio Jack Kerouac: mucho movimiento, mucha carretera, muchas drogas, mucha ansia de libertad en una sociedad más bien tirando a gris. “Un día me iré y no me veréis más”, solía decir de niño. Y ese día llegó y también llegó el espacio de libertad buscado, en el Egipto de la década de los 80. Sin embargo, la vida siempre se obstina en poner a prueba a los más soñadores.

El libro está disponible en Bookshop

Jordi Esteva con la gata Miko. 2012.  © Roger Lleixà

Foto: Roger Lleixà

En los 80, te expulsaron de Egipto acusado de ser un terrorista. Cuando volviste muchos años después, ya nada seguía igual a como lo habías dejado, pero sí acabaste en Zarzura, el oasis que solo encuentra quien se pierde y del que nadie regresa cuerdo. ¿Qué tal sigues de tu locura?

Lo de llegar a Zarzura es metafórico, por supuesto, porque no existe… Es un mito. Pero te digo que sigo muy cuerdo y muy contento de haber escrito este libro. En él hablo del impulso nómada que sentí ya desde pequeño porque era una manera de huir de una situación gris y difícil. Durante muchos años tuve estas ganas de largarme y dejarlo todo. Salir al mundo y buscarme a mí mismo. Hice de este nomadismo una forma de vida y todo se rompió el día en que la policía política egipcia me detuvo. Yo siempre digo que eso fue un poco como el cuento de la lechera, el cántaro se rompió, mis sueños se rompieron, la leche se derramó por el suelo y todos los proyectos desaparecieron. Fue tan fuerte…

Antes de lograr irte, viajaste con los atlas, libros y mapas de tu infancia. También la literatura juvenil, el Tintín de Hergé. ¿Nacen tus viajes en una biblioteca?

Sí… Yo me alimentaba de los libros que tenía mi padre. Había una pequeña biblioteca en una habitación de casa y tenía muchos libros, sobre todo del Instituto Gallach, de geografía, con fotografías de esquimales, pigmeos… Todo eso me hacía soñar porque veía que fuera de aquel contexto tan gris y opresivo de los cincuenta, había todo un mundo por descubrir. También las películas que pasaban los sábados por la tarde en el cine. En el pueblo donde veraneaba venían los gitanos todos los veranos y traían unas bobinas viejísimas y unas máquinas que cada dos por tres se quemaban y se cortaba la película. Pero las lecturas, los mapas, las películas, todo eso me hacía soñar, viajar sin salir de la habitación.

Aziza, Isabel Esteva y Ramón Puigmartí en una cabaña de la Tihama. Yemen (1979)

Foto: Jordi Esteva

¿Y qué hacer cuando se pierden los sueños?

Pues cuando se pierden hay que volverlos a soñar, es lo que he estado haciendo al escribir este libro. Ha sido una manera de revivirlo todo. He usado material biográfico, pero no es una autobiografía, son más bien unas memorias con unas inquietudes literarias, si quieres. Con todo este material he hecho un poco como el escultor que trabaja una escultura. He logrado una cosa nueva porque no hay un afán recopilatorio de hechos, no es algo periodístico, sino que tiene una voluntad, una forma, un lenguaje…

Había gente como Pau Riba, toda una seria de gente que quería encontrarse a sí misma, probando todo tipo de drogas, en lugares como Formentera, las Alpujarras, Marruecos y, luego, la reválida era ir a la India.

Bruce Chatwin se preguntó ¿Qué hago yo aquí? (1988), pero tú has decidido responder a la pregunta ¿Cómo he llegado yo aquí? ¿Cuál de las dos te parece más interesante de resolver?

Yo la pregunta de Chatwin me la hacía aquí y no allá. Pero vaya… Mi impulso nómada fue surgiendo de una manera muy natural después de una infancia y una adolescencia que… no es que fuera triste, no haría justicia del todo, pero yo no fui feliz. Era un chico con una sensibilidad un poco especial para entonces y luego además descubrí mi sexualidad, que no era la de la norma imperante entonces. Hoy es muy distinto… Es que aquellos años fueron muy duros. Por entonces, ni las mujeres disfrutaban de libertad, ni podían tener un pasaporte, una cuenta en el banco, sin el marido. Una falta de libertades terrible. Yo tuve esa infancia tan difícil, incluso luchando con una sexualidad que no quería admitir al principio porque en aquella época era estar condenado al ostracismo.

Debió ser duro…

Pero es que además, yo fui un niño se substitución, uno de esos niños que se tiene cuando se pierde a otro hijo en edad muy temprana. Eso era un error, hoy lo dicen todos los psicólogos, porque se cargan unas expectativas sobre el niño que son injustas. Yo cargaba con el muerto, nunca mejor dicho, a la espalda porque siempre tenía miedo de no estar a la altura de aquel otro niño que no conocí, pero que era tan fantástico. Por eso el libro son unas memorias, sí, pero no es una biografía. Mi vida continúa muchísimo más allá. En cierto modo, el libro sigue el esquema de una novela de aprendizaje.

Menciono a Bruce Chatwin porque encuentro ciertas similitudes biográficas entre ambos: los dos viajáis en la década de los 70 y 80, los dos estáis siempre en movimiento, los dos tuvisteis una difícil relación con vuestra sexualidad.

A mí me gusta Chatwin, pero no es uno de mis ídolos porque siempre hay ahí algo que me molesta… Claro, cómo un mequetrefe como yo va a criticar a Chatwin, pero sí noto en él cierto clasicismo inglés. Aunque yo tampoco venga del arroyo, precisamente…

Hacia la cueva sagrada de Amarnath. Himalaya. India (1975)

Foto: Jordi Esteva

También en muchos momentos del libro, veo a Jordi Esteva y a su grupo de amigos y amigas como beats en la novela On the road, de Jack Kerouac: “... la única gente que me interesa es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo…”, dice Sal Paradise, alter ego del propio Kerouac. ¿Sigue siendo un lema para ti?

Eso es muy bonito. Eso lo repetía siempre mi amigo Paco, que murió y que tiene un papel destacado en el libro. Nosotros éramos una generación que no queríamos hacer lo que nuestros padres y la sociedad quería que hiciéramos. Kerouac, Allen Ginsberg y su Aullido eran referentes. Aunque aquí estos libros entonces no llegaban, estaban prohibidos, los leíamos en ediciones argentinas y fue ya un descubrimiento un poco posterior. Todo este mensaje nos llegó primero a través de la música. Sobre todo el Dylan del principio. A mí me gustaban muchos grupos, los Beatles no, los Stones de la primera época sí, eran más subversivos. Pero sobre todo The Doors, Jefferson Airplane, los Birds… Todos esos grupos de la costa oeste americana hacían como un llamamiento a la rebelión. Esto lo recogería muchos años después Patti Smith, incluso los punks… Todos esos mensajes de la contracultura, de probarlo todo, de ir contra el sistema.

Vamos, viajando por el lado más salvaje de la vida…

Nosotros estábamos por supuesto a favor de luchar contra Franco, pero no solo queríamos cambiar la sociedad, queríamos cambiarnos a nosotros mismos. Había gente como Pau Riba, toda una seria de gente que quería encontrarse a sí misma, probando todo tipo de drogas, en lugares como Formentera, las Alpujarras, Marruecos y, luego, la reválida era ir a la India, era como el gran Tour del siglo XIX de los alemanes e ingleses. A finales de los 50 hasta los 70 existían estas ganas de ir a la India y a Oriente a conocer cosas nuevas, los Beatles contribuyeron mucho a ello. Si me hubiera muerto en Egipto, tal vez ahora sería una especie de personaje romántico, pero como no ha sido así, he ido evolucionando, te vas adaptando y la madurez ya es otra historia.

Y hasta allí que te plantaste.

Lo que ocurrió es que fui a la India con estos amigos y un Land Rover viejo, muy destartalado, vamos… que los mecánicos nada más salir nos decían que no iba a llegar ni a la frontera. Y mira tú por dónde, llegó hasta la frontera de China y luego el coche murió en Bombay. Pero en ese viaje descubrí que lo que me interesaba en realidad era el mundo del islam. No hablo de religión, sino de cultura y civilización. Cuando llegué a la India se me escapaba un poco todo aquello. Era todo para mí demasiado extraño. En cambio, con el Islam sentí una cosa muy fuerte, la poesía y jardines persas, las ciudades antiguas, todo eso fue muy fuerte, como recuperar los sueños de mi infancia. Luego conseguí ir a Sudán, luego a Yemen y a Egipto, quería conocer El Cairo, quería aprender el idioma, por eso quería instalarme una buena temporada allí. En aquella época, era un poco como la Nueva York del mundo Árabe, un foco cultural y muy interesante.

COORDENADAS VIAJERAS

Jordi Esteva

  1. Un destino que te atraiga del norte

    Irán… La tierra es redonda, así que (risas)... La verdad es que no se me ha perdido nada en Escandinavia.

  2. Pues entonces toca mirar hacia el este. ¿Qué destino eliges?

    Es que Irán es el este…(vuelve a reír)

  3. ¿Y del oeste, entonces?

    Es que no tengo muchas ganas de viajar, si quieres que te diga la verdad.

  4. Vale. ¿Por?

    No lo sé, los aeropuertos… No sé. Es que no tengo ningún país al que iría ahora mismo. Viajaría a algún sitio donde haya algún motivo creativo que me haga crecer como persona o artista, pero ir por ir, para descubrir paisajes y todo eso pues no. Estoy mejor en casa.

Irse a vivir a Egipto fue toda una declaración de principios… Romper con el círculo burgués, con la familia… Tú eres de “casa bona”, como suele decirse en Cataluña. Hay ahí un conflicto generacional. ¿Te has reconciliado con tu padre en estas memorias? Al final del libro hay un bello recuerdo para él.

Con los años comprendes a la gente. A pesar de que él me hubiera hecho daño involuntariamente, porque en el fondo él siempre quiso lo mejor para mí. Con los años te vuelves de otra manera, esa rebeldía contra los padres se matiza, comienzas a ponerte en su situación. Tampoco debía ser fácil para él tener un hijo como yo que no quería meterse en la banca o hacer negocios, que le sale un rebelde al que le interesaban la drogas y el hippismo y todo eso, y encima un chico gay que no le va a dar descendencia. Yo comprendo que todo eso debió ser como una decepción y estuvimos muchos años que apenas hablábamos. Yo hice un muy temprano un outing y él me comprendió muy bien, pero no volvimos a hablar más del tema. Se estableció una relación muy fría y distante. A medida de que fueron pasando los años y cuando murió, me di cuenta del amor que yo sentía por él, por eso también le dedico el libro.

Lo de la terapia para curar tu homosexualidad me pareció algo horroroso…

Sí… A mí no me hicieron toda la terapia completa. La noche previa a los electroshocks decidí no volver a saber nada de aquel psiquiatra. Me drogaba, me ponía inyecciones de pentotal, que es como el suero de la verdad, para que yo le contara mis cosas. Cuando él consideró que había llegado el momento de los electroshocks, decidí no volver. Mi padre tampoco dijo nada. Y es algo muy brutal. Era lo peor que se podía hacer. Para un chico que comenzaba a descubrir su sexualidad gay, la única referencia era una burla y una mofa. Habría sido de gran ayuda que nos hubieran dicho que grandes personalidades y artistas de todas las épocas eran gays. Piensa que en aquella época, una salida para chicos homosexuales era casarse, eran matrimonios horrorosos… Y luego también había muchos que se dedicaban al sacerdocio y muchísimos más se suicidaban. Para mí lo único bueno es estar contando todo eso de una manera totalmente abierta y de forma natural, cosa que hace treinta años habría sido imposible.

Conversación alrededor de un fuego. Oasis de Bahariya, Egipto (1982)

Foto: Jordi Esteva

Dejó escrito José Saramago que el viajero puede prolongarse en la memoria, en el recuerdo, en relatos, que el viaje no acaba nunca. ¿Cómo ha sido escribir este libro? ¿Cómo ha sido enfrentarse a la memoria?

Ha sido fascinante, como una especie de psicoanálisis. Yo tengo una memoria muy olfativa y visual y todos estos recuerdos que me venían hacían que reviviera momentos e iban surgiendo cosas nuevas, como ir tirando de un ovillo. El libro lo tenía escrito, pero durante la pandemia comencé a revisarlo otra vez. Y entonces fueron surgiendo cosas… Por la noche, tenía recuerdos que nunca antes había recordado. Ha sido un descubrimiento, todo un viaje. De hecho, yo sigo viajando. Lo que pasa es que igual no cojo aviones ni barcos, sino que viajo dentro de mí.

En tus anteriores libros y en los documentales tú nunca eres el foco. Sí en este libro. ¿Te ha resultado difícil mostrarte así? Dices al inicio del mismo que piensa que tras este libro ya lo habrás dicho todo… ¿Es esto una despedida literaria?

Hay un poco de eso, sí. Es un poco como un testamento y también liberarme de los recuerdos, soltar lastre. La gente me decía que salía poco en mis otros libros. Sin embargo, ahora he querido hacer una especie de streptease y desnudarme porque ya con setenta años no voy a ir con mojigaterías… Ahora estoy preparando revisiones de mis fotos, exposiciones, quiero hacer una película pero más basada en recuerdos y quiero escribir más. De hecho estoy escribiendo como una segunda parte con los viajes que he hecho buscando la espiritualidad africana. Seguir donde se acaba este otro libro.

Lo que ocurre simplemente es que el mundo de ahora me ha dejado de interesar.

Me ha parecido que el libro está atravesado de cierta nostalgia. ¿Qué queda de aquel mundo por el que transitaste y qué queda de aquel joven de ojos románticos y soñadores? ¿echas de menos a aquel joven?

Se pierde algo, claro, porque a medida que te vas haciendo mayor la ilusión va menguando. Pero diría que de aquel joven aún queda bastante. Queda el orgullo de haber hecho todas esas cosas que mi padre y mucha gente consideraban que eran tonterías. Queda todo eso… Cada hombre tiene su época, quizás la mía ya ha pasado y ahora toca recordarla de otra manera, trabajarla… Yo no digo que antes todo fuera mejor, no soy de ese tipo de personas. Lo que ocurre simplemente es que el mundo de ahora me ha dejado de interesar. Pero mira, en Irán me encontré hace poco con un tipo de unos 19 años que usaba una aplicación para encontrar alojamiento en casas que lo acogían y a mí me gustó mucho verlo porque en definitiva, estaba viajando como nosotros antes, pero con las herramientas de ahora y me gustó mucho porque no es una época muy fácil para hacer lo que hicimos nosotros. Cuando yo viajaba por ahí no había ni televisión, se veía en muy pocos lugares, estabas desconectado del mundo, lo que también era muy mágico porque te metías en otro tiempo y en otro espacio. Escribías una carta cada quince días o así para que vieran que no te habías muerto aún, pero de lo demás ya no sabías nada. Hoy estás cuatro horas sin decir nada porque te has quedado sin batería y ya todo el mundo se preocupa.

Aziz, Sami y Ahmed Hadun con sus camellos. oasis de Bahariya, Egipto (1981)

Foto: Jordi Esteva

En esta especie de educación sentimental viajera de la que somos testigos también juegan un papel muy importante las drogas. Aparecen mencionados Paul Bowles, William Burroughs, Timothy Leary. Eso es algo que también te conecta con los de la generación beat, el consumo de hachís, opio, el LSD… Pero también reconoces que hicieron mucho daño, “mucha gente valiosa se quedó en el camino”, dices en el libro. Algunos fueron amigos tuyos. ¿Es un camino del que te arrepientes haber transitado?

Muchos, muchos, sí… Pero no me arrepiento. Aparte de que yo soy hijo de mi época. En aquel entonces fumábamos muchísimo, nos tomábamos un ácido de vez en cuando, y todas esas cosas, pero tampoco era el típico que estaba todo el día colgado. Hubo algunos momentos que sí, lo tengo que reconocer, no se me caen los anillos. Pero por ejemplo, mi amigo Paco sí que cayó muy fuerte en todo ese mundo de las drogas duras. Yo opiáceos y heroína, en eso no caí… Paco sí y muchísimo amigos más. Eso fue como una desgracia. En aquella época no se conocía muy bien el peligro de las drogas. Y repito, soy hijo de mi época, y no hice nada distinto de la mayoría de mis amigos. Pero el otro día, hablando con Pilar Rubio (periodista y editora en la editorial La Línea del Horizonte) sobre viajes, me dijo que de la época de estos beats españoles no hay libros. Pero entre otras cosas, no los hay porque la gente se ha muerto, quienes emprendieron ese camino acabaron fatal, ya sea por sobredosis, SIDA, lo que fuera… Yo no soy un héroe ni nada… Me tocó vivir esa época y a los que éramos más inconformistas nos tocó seguir este camino de búsqueda no ortodoxa.

Detrás de tu impulso nómada hay una búsqueda intensa del amor. ¿Qué significó encontrarse en el camino con Jordi Tresserras?

Es de las cosas más bonitas que me han ocurrido en la vida porque yo pensaba que por mi forma de ser que nadie me iba a aguantar y que no iba a poder encontrar a nadie. Cuando lo conocí me enamoré muchísimo y pensé que era la persona con la que quería vivir. Es la persona con la que estoy y con la que quiero estar.