Cuentan que un anciano vestido con una túnica blanca se apareció en sueños a Kenshin, un monje asceta de Nara. Y también cuentan que ese anciano le pidió que fuera hacia el norte y que encontrara un “cristal de primavera”. Eso le dijo exactamente. Y así hizo este monje, que caminó y caminó hasta el monte Otowa, en Kioto, donde descubrió una cascada de agua pura. Ese salto de agua era el “cristal de primavera” de la revelación. Esa cascada de agua pura y limpia acabó dando nombre al espectacular templo Kiyomizu-dera, una de las visitas imprescindibles de Kioto.
La leyenda no explica que para construir el templo se usó madera, que sucesivos incendios lo destruyeron parcialmente; pero que la gente lo volvió a levantar, una y otra vez, una y otra vez… hasta el día de hoy, cuando hace dos años que concluyó su última reconstrucción. Y es que a veces lo más frágil resulta lo más duradero. El universo está lleno de ejemplos así.