El reciente 22 de junio dejó paso a la nueva normalidad, una suerte de eufemismo que pone nombre a una etapa en la que no rige el estado de alarma pero sí se mantienen ciertas medidas de seguridad, materializadas, en el caso del ocio, en distancias sociales y aforos reducidos. Algunos cines empiezan a recibir discretamente a sus primeros espectadores de la era Covid-19. Mientras, los autocines, su versión sobre ruedas, celebran su gran suerte: los drive-in se erigen como la mejor alternativa posible para poder disfrutar de un estreno de cine, ahora que por fin la cartelera comienza a llenarse de estrenos.
La pandemia ha reavivado esta forma de consumir el séptimo arte, social pero segura: distancia de seguridad cumplida –cada uno en su coche– en una sala al aire libre cuyo aforo no conoce tantas restricciones –aunque aún no está al 100%–. El vehículo es un búnker, la butaca, segura, desde la que se puede disfrutar de una película y de una comida que acompañe la velada. Afuera: puestos de comida con ventanillas de pedido y de recogida separadas (la alternativa al servicio de catering en el propio coche), marcas en el suelo para mantener la distancia mínima en las colas, gel hidroalcohólico en diferentes puntos, uso obligatorio de mascarilla en las zonas comunes, acceso a aseos limitado y desinfección frecuente de todas las instalaciones.
La solución del autocine es tan idónea que hasta el Festival Internacional de Cine de Toronto, uno de los más importantes del mundo, ha anunciado que la 45 edición de su muestra se celebrará del 10 al 19 de septiembre con proyecciones en autocines y alfombras rojas virtuales. También en el universo de la música algunas bandas han logrado saltar del streaming al escenario presencial gracias a esta fórmula. Este es un recorrido por los siete autocines de nuestro país, del más reciente al más antiguo. Todo queda, prácticamente, entre el Mediterráneo y el Cantábrico.