Cada una de tus novelas, y van cinco, se ha convertido en un bestseller. ¿Esto cómo se consigue?
Cautivando a los lectores, así arrancó todo. Detrás de mis libros hay ahora potentes campañas de promoción, pero la clave sigue siendo la misma: que las ganas de leer mis novelas se mantengan vivas.
Casi 12 años después de El tiempo entre costuras, vas y recuperas a Sira, su protagonista y también el título de tu nueva novela. ¿Cuánto tiempo llevabas mascullando la idea?
Decidirme fue cuestión de días, algo muy inusual en mí. Tenía otra novela en marcha y, cada vez que arranco un nuevo proyecto, soy siempre muy estructurada y lo llevo hasta el final. Pero esta vez, para mi sorpresa, en cuanto la idea de Sira empezó a bullirme, di carpetazo a la otra historia y me embarqué en ésta sin dudarlo.
¿Cómo ha sido el reencuentro con el que quizás es tu personaje más querido?
Espléndido, de verdad. Todo ha fluido de una manera muy natural, muy orgánica. Ha sido como reiniciar una conversación con una gran amiga a la que hace tiempo que no veía.
Todos los procesos creativos son un viaje en sí mismo. ¿Adónde te ha llevado este último?
He escrito gran parte de Sira durante la pandemia y este viaje, además de a otros tiempos y escenarios, me ha ayudado también a distanciarme de nuestra triste realidad.

Luxemburgo
“Luxemburgo y Bucarest son, en principio, destinos sin aparente magnetismo pero a mí, sin embargo, me encanta visitarlos”
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Jerusalén, Londres, Madrid y Tánger son los cuatro escenarios dispares en los que transcurre la novela, al término de la Segunda Guerra Mundial. Aunque en otra época, ¿los has visitado todos?
Sí, los conozco todos de antes, aunque me habría encantado volver a ellos durante la escritura de la novela, como suelo hacer con todas mis obras. Lamentablemente, por los tiempos que vivimos, no ha podido ser. La única de las ciudades a la que sí volví mientras andaba inmersa en el proceso creativo fue Tánger. De hecho, estaba allí justo en los días previos al anuncio del estado de alarma; si hubiera retrasado mi vuelta, casi me habría tenido que quedar.
¿Cómo de grande es tu espíritu viajero?
Siempre me ha gustado viajar, pero a mi aire, sin grandes planificaciones ni paquetes turísticos o tours organizados. He viajado mucho de joven con amigos; viví unos años en Estados Unidos y me moví por toda América del Norte y Central. He viajado también muy a menudo con mi familia, durante un tiempo hacíamos intercambios de casas y pasábamos temporadas largas en distintas ciudades: Londres, Brighton, Dublín, París, Ámsterdam, San Francisco… Mantengo también la costumbre de viajar al menos un par de veces al año con mis hermanas a destinos siempre urbanos: Londres, Miami, Roma o cualquier ciudad que de pronto nos seduzca. Por otro lado, al promocionar mis libros constantemente, aunque se trate de viajes de trabajo, siempre intento sacar un hueco para disfrutar de los lugares que piso: mis novelas me han llevado a sitios tan dispares como Lima, Taiwan, Bariloche o Tokio.
Mantengo también la costumbre de viajar al menos un par de veces al año con mis hermanas a destinos siempre urbanos: Londres, Miami, Roma o cualquier ciudad que de pronto nos seduzca.
¿Cuál es el viaje más aventurero que has hecho en tu vida?
Vaya por delante que no soy una persona aventurera, jamás busco esas experiencias en mis viajes. Algunos de ellos, no obstante, se han terminado convirtiendo en peripecias memorables. Recuerdo especialmente uno entre Lansing, Michigan –junto a los Grandes Lagos– y la costa mexicana del Pacífico, cinco amigos metidos en un Chevrolet. Entre ida y vuelta, recorrimos más de ocho mil kilómetros. Éramos estudiantes de postgrado, no teníamos mucho dinero, ni un plan fijo, ni reservas en ningún sitio. Atravesando Estados Unidos dormíamos en moteles de carretera de medio pelo; hicimos parada en San Antonio, Texas, para visitar amigos; pasamos después momentos muy divertidos en Laredo para cruzar la frontera y, una vez en México, enlazamos Querétaro, Ciudad de México, Taxco, Cuernavaca, Zihuatanejo antes de su boom turístico… Todo lo íbamos organizando sobre la marcha, a golpe de impulso o apetencia. Y –milagrosamente– resultó un viaje formidable.

Antigua Guatemala
"Me impactó Antigua Guatemala –la vieja y bellísima capital colonial–, los yacimientos de Tikal, el lago Atitlán rodeado de volcanes y pueblos donde los mayas venden sus productos y artesanías…”
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¿Y ese destino que descubriste y te impactó especialmente?
Me fascinó Guatemala, la recorrí también con otros amigos en furgoneta hace muchos años. Me impactó Antigua Guatemala –la vieja y bellísima capital colonial–, los yacimientos de Tikal, el lago Atitlán, rodeado de volcanes y pueblos donde los mayas venden sus productos y artesanías… Por otro lado, dos de mis hermanos viven fuera de España, en Luxemburgo y Bucarest: en principio son destinos sin aparente magnetismo pero a mí, sin embargo, me encanta visitarlos.
Eres de Puertollano, Ciudad Real. ¿Te gusta la tierra que te vio nacer?
Me gusta La Mancha, y Puertollano como enclave casi fronterizo en las estribaciones de Sierra Morena. Su comarca es el Campo de Calatrava, están muy cerca Sierra Madrona y el Valle de Alcudia. En sus alrededores, siempre vuelvo al precioso pueblo de Almagro, al castillo de Calatrava la Nueva, y a montones de sitios que son patrimonio de mi infancia y juventud.
Vives en Cartagena, Murcia. ¿Hubo flechazo con la ciudad o el que mantienes con ella es un amor correcto?
Poco flechazo inicial, lo reconozco. Llegué allí arrastrada por cuestiones profesionales de mi marido; la idea inicial era quedarnos un tiempo breve, pero la cosa se fue alargando, alargando… Ahora divido mi tiempo entre Cartagena y Madrid, por temporadas. Cartagena, en cualquier caso, es una ciudad que vale la pena conocer, con su legendaria historia y su arquitectura modernista de la etapa gloriosa de la minería; tiene además magníficos restos de la época romana y un puerto espléndido, rehabilitado en las últimas décadas.

a Coruña
"A Coruña es una ciudad preciosa donde tengo grandes amigas desde mis días de Colegio Mayor"
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Viajemos un poco. Si ponemos rumbo al norte, ¿adónde nos llevas?
A Galicia, por ejemplo. A Coruña, que es una ciudad preciosa donde tengo grandes amigas desde mis días de Colegio Mayor. Y me encantaría volver a la Costa da Morte, a Camariñas, a ver a mi amiga Chuchú. Fuera de nuestro mapa, tengo un vínculo muy especial con Inglaterra: soy una anglófila de raza, por profesión y por vocación.
¿Y mirando al sur?
Reconozco que miro mucho al sur, la mitad de mi sangre es andaluza y eso me genera una querencia natural. Me gusta toda Andalucía: la Córdoba entrañable de mis mayores, Málaga porque es una ciudad vinculada a mi familia a la que vuelvo constantemente desde mi niñez. Voy mucho también a Sevilla por cuestiones de trabajo y amigos. Me reconozco una enamorada de Cádiz, la ciudad con más encanto de España para mi gusto; me cautivan además sus pueblos blancos y, gracias a mi novela La Templanza, mantengo un hermoso vínculo libresco-sentimental con Jerez.
Toca el este. ¿Qué destino eliges?
Más concretamente, elijo el sureste y me quedo con Cabo de Palos, el pueblito mediterráneo donde paso los veranos. Son días de sosiego y playa, de ir a la pescadería y beber vino blanco con hielo, de acoger en casa a amigos y familia, y dejar que el tiempo transcurra sin ningún quehacer.
¿Y el oeste? ¿Algún lugar favorito?
Desde hace muchísimo tiempo muero por Lisboa. Saltando el charco, Estados Unidos es un país que conozco bien y quiero mucho, y dentro de él me quedo con enclaves en ambas costas, Nueva York y California. Tanto me fascinan que ambos han servido de escenario para dos de mis novelas, Las hijas del Capitán y Misión Olvido.

Lisboa
“Desde hace muchísimo tiempo muero por Lisboa”
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¿Gastas alguna fobia o manía viajeras?
Soy ultra organizada con el equipaje, optimizo al máximo mis maletas, odio viajar cargada hasta los topes.
¿Tu souvenir más querido de cuantos tienes en casa?
Reconozco que soy poco de souvenirs. Hace años, cuando aún no estaban por todas partes y eran algo original, compraba los clásicos imanes de nevera como recuerdo. Ahora no suelo volver con nada típico, pero sí me encanta entrar en librerías y papelerías, y comprar libros, álbumes, mapas, cuadernos…
No suelo volver con un souvenir típico, pero sí me encanta entrar en librerías y papelerías, y comprar libros, álbumes, mapas, cuadernos…
¿El plato más impresionante que has descubierto viajando?
Montones… Me gusta comer y beber, por todas partes encuentro mil cosas que saborear. Antes de que se pusiera de moda el enoturismo, solía hacer viajes a zonas vinateras con un grupo de amigos: catando y comprando, igual íbamos a La Rioja que a la Ribera del Duero o a Burdeos. Por lo general, lo disfruto todo con enormes ganas: una choucroute en Estrasburgo –mi penúltimo viaje antes del confinamiento–, un salmorejo cordobés, un pato laqueado en Chinatown de Nueva York, unas migas manchegas en El Aprisco de Puerto Lápice, un daiquiri en el jardín del Hotel Nacional de La Habana, unos tacos de cochinita pibil en el mercado de Coyoacán…
¿Tu viaje-sueño pendiente?
La India. Espero no tardar.
¿Hay algún lugar al que siempre desees volver?
Marruecos. Y, en concreto, Tánger y Tetuán. Voy varias veces al año, nunca me canso. Es la tierra de mi familia materna y el origen de mi novela El tiempo entre costuras; tengo con ese mundo un vínculo íntimo que no puedo ni quiero romper.
Y la pregunta obligada: ¿por qué viajas?
Para conocer cómo vive una parte de la humanidad que no es la mía. Por eso, quizá más que parajes naturales –que también–, me interesan los pueblos y las ciudades, el urbanismo y la arquitectura, la literatura y el arte, los usos cotidianos y la manera de estar en el mundo de una sociedad.
Viajo para conocer cómo vive una parte de la humanidad que no es la mía
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