Como un prior

Cómo la masía de los mil rombos del Priorat se ha transformado en un hotel único

La apertura de Mas d'en Bruno dota a esta región vinícola de un hotel de lujo pero, sobre todo, de una embajada del sabor.

El Priorat está hecho de requiebros, como si las laderas de la sierra del Montsant se plegaran enfadadas, como si se resistieran con todas sus fuerzas a convertirse en un plácido valle. De hecho, aquí apenas hay vaguadas, lo que abundan son los barrancos vertiginosos que el ser humano solo ha sabido civilizar de dos maneras. La primera, trazando caminos sinuosos que hoy son carreteras zigzagueantes. La segunda, tapizando estos barrancos con viñas que se amarran, como pueden, a la quebradiza licorella, la piedra que le ha dado ese carácter tan sublime a los vinos del Priorat. Sin este cultivo, lo más seguro es que esta comarca fuese un territorio asilvestrado. 

Vista aérea
Mas d'en Bruno

Ambos elementos –viñedos y curvas– son los que preceden a Mas d'en Bruno. De hecho, la carretera que le da acceso, la misma que comunica Torroja de Priorat con Escaladei, es una sinuosa vía que en cada curva revela un mirador improvisado. El asfalto desvela su estado de provisionalidad: ya está presupuestada y aprobada una nueva infraestructura que aligere el paso. Sin embargo, el descenso (obligado) de la velocidad trae consigo una disminución de revoluciones vitales. Conforme el paisaje pasa más despacio al otro lado de la ventanilla, la inmersión en ese Priorat arrugado y primitivo es mayor. 

La presencia, tras la enésima curva, de Mas d'en Bruno resulta ser una epifanía especial. Su estampa de masía tradicional, avivada por el color terracota de su exterior, anuncia que el futuro ha llegado hasta esta compleja coordenada sin perderse. Y que lo ha hecho sin atentar contra el pasado, simplemente dotándolo de las comodidades actuales más sublimes y hedonistas. Cuando el motor se apaga, comienzan las serendipias. 

 

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Mas d'en Bruno

LA MASÍA DE LOS MIL ROMBOS

Mas d'en Bruno ya estaba aquí. De hecho, una inscripción en el dintel del arco recuerda que las piedras que hoy sujetan su puerta llevan ahí colocadas desde 1797. La teoría más aceptada sobre su historia es la que asegura que aquí vivía la familia Bruno, una de las estirpes encargadas de cuidar los viñedos pertenecientes a la Cartuja de Escaladei, el cenobio cartujo que, en el siglo XII, introdujo desde Francia la viticultura en todo el Priorat. Otras voces aseguran que esta llegó a ser la casa de veraneo del Prior, quien bautizaría el sitio de su recreo en honor a uno de los fundadores de la Orden, San Bruno. Sea como fuere, la dimensión de esta casa solariega ya es de por sí notable, una sensación que se acrecienta más, si cabe, cuando se cruzan las puertas. 

Aunque este resort enoturístico se levanta fuera del parque natural de la Sierra del Montsant, las estrictas legislaciones obligaron al proyecto a respetar las dimensiones de la masía original. De ahí que las 24 habitaciones y las zonas comunes se repartan entre la gran casa y un edificio anexo que se usaba para los aperos de labranza y otras necesidades agrícolas. Más allá del característico color que alegra la fachada, el otro elemento constante en Mas d'en Bruno es el rombo que adorna desde la plazuela de acceso hasta el sobre donde se entregan las llaves de madera. Para descubrir su origen, solo hay que cruzar la puerta y entrar en el hall de bienvenida. 

 

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Mas d'en Bruno

 

Mas d'en Bruno oculta su recepción en una galería adyacente. A cambio, cuenta con un recibidor majestuoso donde los siglos se entrecruzan en la retina del huésped. Nada más entrar asoma la puerta de madera original, restaurada y conservada como una reliquia, comparte umbral con una moderna marquesina que se abre al paso del viajero. Después, las obras de arte de la colección privada de la propiedad contrastan con las altas vigas que alargan sus brazos dos pisos hasta sostener las piezas cerámicas que enriquecen el artesonado. Ahí es donde asoman, colocados en serie, los rombos que le dan esta entidad visual a Mas d'en Bruno. Y que, de algún modo, demuestran que ambos tiempos no son ni tan lejanos ni tan ajenos. 

 

 

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Mas d'en Bruno

110 M2 DE PIERDA, MADERA, MÁRMOL Y BAÑERA

La masía pierde algo de identidad al llegar a las habitaciones. No es que Mas d'en Bruno desprecie su herencia, es que la maxifica creando estancias apabullantes en su tamaño y elegantes en sus acabados. Pero sí, lo primero que sobresale son las dimensiones, de entre 55 y 110 m2, estancias donde el lujo se despliega de mil formas. La primera, mediante unos materiales y leitmotivs decorativos notables. La piedra es el cimiento de todo, mientras que la madera pasa de ser el esqueleto interior de la casona para retorcerse y convertirse en el elemento con mayor presencia, desde los cabeceros las camas a los impresionantes armarios. Y para subrayar este estilo, el mármol asoma en los baños y en las mesas como un acento de sofisticación. Eso sí, el conjunto es un de un exhibicionismo selecto donde nada descarrila. 

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Mas d'en Bruno

El segundo órdago es el de los equipamientos de las habitaciones. Camas King Size, una bañera escultórica, chimenea y, sobre todo, un maxi bar que dispara el hedonismo. Y es que en Mas d'en Bruno el mayor anhelo es que el huésped procrastine en su suite, de ahí que en las cavas y neveras oferten una amplia gama de vinos de Priorat, así como de los destilados más codiciados del mercado. 

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Mas d'en Bruno

MÁS QUE UN MARIDAJE DE PRIORAT

Si de algo presume Mas d'en Bruno es de formar parte del prestigioso club de alojamientos Relais & Chateâux. Razones no les falta, ya que lograron ingresar en esta red reservada solo para hoteles meramente gastronómicos en apenas unos meses gracias a la cocina de Josep Queralt, quien demuestra en los fogones un afán por modernizar la cocina mediterránea con resultados sobresalientes. 

Queralt comanda un restaurante mutante. En los almuerzos, bajo el nombre de Tarraco, ofrece una carta donde hay desde recetas italianas hasta arroces tarraconenses. Una oferta muy variada que, sin embargo, no peca por ninguna arista. Todo se ejecuta a la perfección y está concebido con una elegancia y un respeto al producto que emociona. Por la noche, el mismo comedor muta a Vinum, un restaurante más gastronómico (si cabe), con una dinámica más Estrella Michelin (aunque sin aspiraciones a corto plazo) en la que Queralt y su equipo se afanan en hacer más atractiva y sorprendente la cocina vernácula para saciar a un público nacional e internacional. Y de este desafío salen victoriosos.

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Aunque en los primeros pasos del menú de Vinum la vajilla hace guiños a la licorella (nombre local con el que se conoce a la pizarra) y a la vid, esta no es el único contacto con la DOQ que aquí lo rodea todo. El vino, responsable de la internacionalización de toda la comarca, protagoniza los maridajes aunque en su bodega también abundan otras referencias catalanas, nacionales e internacionales no dejar ninguna filia fuera.

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No obstante, en Mas d'en Bruno el vino no solo se contempla o se marida. Mediante las catas guiadas por el sommelier del complejo, el huésped puede profundizar no solo en las referencias más canónicas de todo el Priorat y el Montsant, también en las rarezas y en las extravagancias de algunos enólogos visionarios y valientes. La guinda de esta experiencia es un paseo por los viñedos contiguos, pertenecientes a Clos d'Obac, en busca de las vides de garnacha y cariñena donde todo comienza.  

 

 

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Javier Zori del Amo

PARA NO SALIR

Pero Mas d'en Bruno no se conforma con magnetizar al viajero con sus habitaciones y su gastronomía. Su infinity pool, que refresca la panorámica del lugar, está ideada para darse unos chapuzones relajantes con vistas a los viñedos. A su alrededor pivota un mosaico de cómodas hamacas y dos curiosos hallazgos. Por un lado, un jacuzzi en el que las burbujas salpican a las cepas contiguas. Por el otro, una zona chill out con divanes sobre los que practicar yoga, brindar o, simplemente, abstraerse mirando los retales de pinos y viñedos que conforman el paisaje. 

La antigua bodega de la masía guarda el último secreto hedonista. Se trata del Spa, un espacio a caballo entre dos tiempos donde los restos del antiguo molino –sus piedras hoy son el altar de Torroja del Priorat– y del lagar donde se preparaba el vino. En torno a estas reliquias se ubica el circuito termal, la sauna y el hammam que complementan una carta de tratamientos que cuentan con los productos de Natura Bissé como guinda. 

 

 

 

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Mas d'en Bruno

Y, luego, por supuesto, está el mero disfrute del entorno; el tranquilo paseo por la carretera a bordo de las e-Bikes que el hotel ofrece a los clientes con el que se palpa mejor este paisaje tan especial. Curvas, contracurvas pero, sobre todo, miradores improvisados desde donde otear unos viñedos perfectamente peinados o vislumbrar a lo lejos los pequeños pueblos que aún desafían a la geografía. Sea como fuere, siempre se acaba volviendo a Mas d'en Bruno, un oasis que llega a resultar íntimo, privado, como si el Priorat no solo se pudiera embotellar; también encapsular.