¿Qué es un moa? Pese a haber figurado en el escudo de los All Blacks y ser una fuente de alimento básica para los antiguos polinesios, este pájaro dinosáurico extinguido hace cuatro siglos se fue diluyendo del imaginario neozelandés hasta casi esfumarse. Sin embargo, las nuevas generaciones han venido a rescatar la memoria de esta ave no voladora para, a la vez, denunciar el peligro que corren otras aves también terrestres como el kiwi, el weka, el takahe o el kakapo. Seguir los yacimientos de huesos de moa por las dos grandes islas de Nueva Zelanda supone adentrarse en el "espíritu" de un país donde pakehas (descendientes de los colonos) y maorís también redescubren su naturaleza atendiendo a lo invisible.
Hubo un tiempo en el que el país del kiwi fue un paraíso de auténtica paz, sin grandes mamíferos ni depredadores, donde muchos pájaros no necesitaban emplear alas para nutrirse ni escapar. Uno de ellos, el moa, alcanzaba los tres metros y medio de altura. Pero la llegada de los humanos cambió su suerte. Los polinesios cazaron moas hasta el exterminio. Ahora, puede seguirse su rastro a través de yacimientos fósiles repartidos por las islas.
El Museo de Auckland describe a las nueve especies de moas que existieron, y exhibe una reproducción del animal que se yergue sobre las de los zancudos no voladores rhea, casuario, avestruz y emú. Algunos grandes cazaderos de moas se ubicaban en la costa este de la isla del sur. Los polinesios solo debían atrapar una pata del animal antes de alancearlo, era una presa fácil. En Waikaouati, unos kilómetros por encima de Dunedin, se hallan numerosos yacimientos de huesos y los pubs sirven botellas de Moa. Josh Scott bautizó así a las cervezas artesanales que él mismo estaba produciendo y repartía entre los arqueólogo que desenterraban huesos en la región de Marlborough.

Foto: Moa Beer
Cerveza Moa, una bebida artesanal nacida en Waikaouati que ha convertido a este animal en un icono cervecero.
Historias de ese estilo pueden hallarse en Moa, la más extensa investigación no académica sobre este animal realizada por el periodista Quinn Berentson, quien ha reconocido que "aquí casi nadie puede entrar en detalles sobre el moa. Ni siquiera los maorís, que fueron quienes lo exterminaron con la caza abusiva". Una evidencia de cómo los maorís se han desentendido de un animal que les resultó básico es que no se tatúan moas. "No era un animal sagrado. Era comida, así que cuando desapareció, ya está", sentencia el joven maorí Tawake Pirihi-Clarke.
Los huesos continúan por millares hacia al sur, enterrados en las grandes planicies de Otago dominadas por impresionantes rebaños de ovejas. Y, cruzando la isla, la región de glaciares de Fiordland guarda la leyenda del último moa, de tamaño más reducido, que huyó hasta las montañas heladas donde acabó pereciendo. Fiordland es, también, un reino del takahe, y la morada de un santuario artificial para aves autóctonas incapaces de volar.
Pero la historia más impactante se encuentra al noroeste, en Karamea. Se puede llegar tomando el tren que parte de Christchurch y traspasa la isla por los denominados Alpes neozelandeses hasta Greymouth. Es la puerta a un viejo mundo donde los hombres buscaron oro y carbón, y que ahora depende en gran parte de la pesca, si bien lo fascinante es la jungla. Tan tupida como cuando la habitaba el moa. Aún llena de lechos de hojas que ocultan agujeros como los que succionaron al gran pájaro hacia el interior de la tierra.

Foto: Shutterstock
En las cuevas de Karamea quedaron atrapados un sinnúmero de moas.
Las entrañas de Karamea conservan el laberinto de cuevas subterráneas donde un sinnúmero de moas se vieron atrapados y, en ocasiones, perseguidos por hambrientos Haast, el águila gigante que se convirtió en su gran predador -aparte de los humanos- y no dudó en perseguir a su presa hasta las profundidades que se convertirían en la tumba de ambos, porque luego casi nunca sabían salir. Hay restos de los dos colosos en estas galerías de estalactitas y estalagmitas alumbradas por constelaciones de luciérnagas.
Cruzando el Estrecho de Cook, en el almacén de vertebrados del museo Te Papa de Wellington, se levantan doce estanterías dedicadas al moa donde los científicos cuentan historias así. Además de especificar que el moa tenía el cuello inclinado, más horizontal que vertical, al contrario de como se le ha dibujado hasta fechas muy recientes. Son conocimientos que los más jóvenes retienen con interés, dispuestos a recuperar el valor de un animal que significó mucho y ahora está casi olvidado.

Foto: Museo Te Papa
El Moa, protagonista en el Museo Te Papa de Wellington
¿Por qué? Jo McColl, la propietaria de la librería Unity Books en Auckland, lo explicó muy bien: “Yo y los de mi generación –Jo ronda los sesenta años al decir esto- no recibimos una enseñanza que nos explicara la historia de Nueva Zelanda porque éramos una estúpida parte de la Commonwealth y sólo nos hablaban de Europa. Y tragábamos. Éramos un punto pequeño y arrinconado y eso nos hacía sentir pequeños. Teníamos ídolos europeos. Cuando mis hijos descubrieron las carencias de mi educación no se lo podían creer. De ahí que ellos, como muchos otros jóvenes que al fin están recibiendo clases sobre la historia de su país, se interesen por cosas que no han sido lo bastante explicadas ni estudiadas. Y el moa es una de ellas”.