En apariencia no existe una estación del año menos afín a la lectura que la primavera. Incluso agosto, con sus incómodas lecturas en tumbonas de playa, tiene mayor fama lectora. Probablemente sea por aquello de que la primavera la sangre altera y ya se sabe que los excesos de sensualidad no son buenos para la concentración. Cierto que también tiene algo que ver el asunto de las alergias, ¿pero acaso no tiene el invierno a sus resfriados y en cambio todo el mundo sueña con leer frente a una buena chimenea?
Salvando estas ridículas dificultades, la primavera se revela como una estación proclive a la lectura: las temperaturas suben pero no incordian, hay más horas de luz, se disfruta más de jardines y parques y todo el mundo sabe que son lugares a los que ir con un buen libro. Se sale más, se viaja más (salvo confinamientos perimetrales) y se vive más y, por tanto, se quiere leer más. Las editoriales lo saben y guardan para esta época del año un buen puñado de novedades que aparecen en masa en las librerías igual que las amapolas, begonias o jacintos en los prados. Sí, en primavera no solo la sangre se altera.