El paisaje: Cap de Creus
En el vértice norte del Alt Empordà, donde la Costa Brava mejor expresa su bravura, se puede contemplar un paisaje indomable. Se trata de las estribaciones más orientales de los Pirineos, una cordillera que al acercarse a su fin en el Cap de Creus se resiste, se encrespa, retuerce, antes de morir precipitándose en el Mediterráneo. Este cabo marino, protagonista de un Parque Natural declarado en 1998, abraza una explosión de trágicos acantilados, penínsulas desnudas azotadas por el viento de tramuntana, recodos con cuevas y calas secretas, algunas solo accesibles por mar. Todo ello entre dos golfos, al sur el de la bahía en media luna de Roses y, al norte, más abrupto, el de Lleó (de Lion cuando cruza a aguas francesas).
Este destino de gran belleza natural y curiosa geología tiene además atractivo cultural por los enclaves vinculados al polifacético artista Salvador Dalí. Y es que la pétrea orografía del Cap de Creus se descubre en varios de sus cuadros, como Muchacha en la ventana (1925), El espectro del sex-appeal (1932) o El gran masturbador, cuya roca se ha convertido en un punto de interés para aquellos amantes de la Costa Brava y del arte del pintor.
A primera vista nada parece amable en este rincón de la costa norte de Girona, un territorio rocoso, de fisonomía áspera, sin árboles. Y, sin embargo, algo especial tiene el Cap de Creus cuando ya atrajo en tiempos lejanos a griegos y romanos, monjes y eremitas, pescadores, piratas y comerciantes de coral…; y en épocas más cercanas, inicios del siglo XX, a artistas e intelectuales, desde Albeniz a Granados, desde Picasso a Buñuel y, por supuesto, su mejor embajador en el mundo, Dalí quien, además de vivir enamorado de por vida de esta tierra, tuvo la suerte de nacer en ella (Figueres, 1904).
Junto a sus valores naturales, el Cap de Creus da cobijo a joyas monumentales como el Monasterio de Sant Pere de Rodes (siglo IX) que, además de estar lleno de historia y de leyendas, regala desde la colina que corona una de las mejores vistas de la cara norte del parque natural, igual que el cercano Castillo de Sant Salvador de Verdera, medieval. El territorio está salpicado de encantadores pueblos marineros, como Lança, El Port de la Selva o la misma Roses, uno de los primeros asentamientos que hubo en la zona, como muestran vestigios megalíticos, griegos y romanos. Aunque quizá donde el Cap de Creus mejor plasma su esencia mediterránea sea en Cadaqués, pueblo emblemático de la Costa Brava, con una iglesia que sin complejos clava su mirada en el mar, y en la vecina aldeas de pescadores de Portlligat.