El paisaje: Delft
Vermeer nunca salió de su ciudad natal: nació y murió en Delft (1632-1675). Su vida siempre estuvo de alguna forma vinculada al arte, desde su infancia en la taberna que su padre regentaba en la Plaza del Mercado y donde se realizan subastas de cuadros de pintores locales. A los 21 años se casó con Catering Bolees con la que tuvo 11 hijos (8 sobrevivieron) y con la que vivió en la misma plaza: una placa indica el lugar donde estaba la vivienda. Tal vez por esa influencia, Vermeer empezó a pintar a la vez que trabajaba como marchante de arte, alcanzando algo de reputación que le hizo ser nombrado decano del Gremio de Pintores. A pesar de ello, solo trabajaba por encargo y no pintaba más de dos o tres obras al año, así que ganaba lo justo para mantener a su esposa y sus hijos, y siempre vivió con apuros económicos que a veces le llevaron a saldar las cuentas con comerciantes a cambio de algún cuadro.
En los Países Bajos del siglo XVII abundaban los pintores. Para colmo, existían varias familias de artistas con el apellido Vermeer, así que nuestro Johannes vivió casi siempre en el anonimato, lo que se añade que los temas que elegía eran los mismos que innumerables artistas de la época, principalmente escenas cotidianas. Allí no era habitual recibir encargos de grandes murales como en Italia o en Francia o incluso en el vecino Flandes, nunca para decorar iglesias y raramente palacios. Lo común eran retratos, bodegones o flores para decorar los hogares burgueses. No fue hasta 1866 cuando fue rescatado del olvido por el crítico francés Théophile Thoré-Bürger, quien le dedicó una monografía. En ella se descubrió que Vermeer elevó el género de los cuadros de gabinete a joyas artísticas. Que era un maestro de la luz y, más allá de la escena cotidiana, del instante, como reflejan muchos de sus cuadros que a menudo parecen fotografías inmortalizando un movimiento, un pensamiento, una mirada…, incluidos sus escasos paisajes, siempre de Delft, donde un detalle ubica en el presente: en su cuadro Vista de Delft un reloj de fachada marca exactamente las siete y diez.
Fue gracias a su esposa, que siempre apoyó a Vermeer y valoró su arte, que hoy se conservan obras suyas, ya que cuando falleció súbitamente, acosado por las deudas, ella decidió esconder su legado en casa de familiares y amigos. Al morir, no fue hallada ni una sola pintura en su casa. Hoy, junto con su obra expuesta en museos del mundo, el Centro Vermeer de Delft devuelve a la vida a este gran maestro.