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Del paisaje al cuadro: la Delft de Vermeer

El pintor flamenco apenas salió de su ciudad natal a la que retrató con la delicadeza y preciosismo en esta obra.

Libros y películas nos han acercado en los últimos años a la vida del pintor holandés Johannes Vermeer. Muchos reconocen hoy sus obras gracias a su estilo único, su técnica y la atmósfera de las escenas que reproducía y que le llevaron a ser conocido como el maestro de la luz holandesa. Además, de los escasos 45 cuadros que pintó, solo se conservan una treintena, la mayoría expuestos en los mejores museos del mundo (sobresalen el Rijksmuseum de Ámsterdam y el Maurithuis de La Haya), lo que hace que su legado sea aún más exclusivo y Vermeer esté considerado uno de los grandes maestros de la pintura europea. Sin embargo, no fue así en vida del pintor.

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iStock-1177494308. El paisaje: Delft

Foto: iStock

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El paisaje: Delft

Vermeer nunca salió de su ciudad natal: nació y murió en Delft (1632-1675). Su vida siempre estuvo de alguna forma vinculada al arte, desde su infancia en la taberna que su padre regentaba en la Plaza del Mercado y donde se realizan subastas de cuadros de pintores locales. A los 21 años se casó con Catering Bolees con la que tuvo 11 hijos (8 sobrevivieron) y con la que vivió en la misma plaza: una placa indica el lugar donde estaba la vivienda. Tal vez por esa influencia, Vermeer empezó a pintar a la vez que trabajaba como marchante de arte, alcanzando algo de reputación que le hizo ser nombrado decano del Gremio de Pintores. A pesar de ello, solo trabajaba por encargo y no pintaba más de dos o tres obras al año, así que ganaba lo justo para mantener a su esposa y sus hijos, y siempre vivió con apuros económicos que a veces le llevaron a saldar las cuentas con comerciantes a cambio de algún cuadro.

 

En los Países Bajos del siglo XVII abundaban los pintores. Para colmo, existían varias familias de artistas con el apellido Vermeer, así que nuestro Johannes vivió casi siempre en el anonimato, lo que se añade que los temas que elegía eran los mismos que innumerables artistas de la época, principalmente escenas cotidianas. Allí no era habitual recibir encargos de grandes murales como en Italia o en Francia o incluso en el vecino Flandes, nunca para decorar iglesias y raramente palacios. Lo común eran retratos, bodegones o flores para decorar los hogares burgueses. No fue hasta 1866 cuando fue rescatado del olvido por el crítico francés Théophile Thoré-Bürger, quien le dedicó una monografía. En ella se descubrió que Vermeer elevó el género de los cuadros de gabinete a joyas artísticas. Que era un maestro de la luz y, más allá de la escena cotidiana, del instante, como reflejan muchos de sus cuadros que a menudo parecen fotografías inmortalizando un movimiento, un pensamiento, una mirada…, incluidos sus escasos paisajes, siempre de Delft, donde un detalle ubica en el presente: en su cuadro Vista de Delft un reloj de fachada marca exactamente las siete y diez.

 

Fue gracias a su esposa, que siempre apoyó a Vermeer y valoró su arte, que hoy se conservan obras suyas, ya que cuando falleció súbitamente, acosado por las deudas, ella decidió esconder su legado en casa de familiares y amigos. Al morir, no fue hallada ni una sola pintura en su casa. Hoy, junto con su obra expuesta en museos del mundo, el Centro Vermeer de Delft devuelve a la vida a este gran maestro.

Vermeer-view-of-delft. El cuadro: 'Vista de Delft'

Foto: D.R.

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El cuadro: 'Vista de Delft'

En el Museo Maurithuis de La Haya puede contemplarse el que cronológicamente está clasificado como el último cuadro de Vermeer, Vista de Delf, un óleo sobre lienzo creado entre 1660 y 1661, de 96,5 cm de alto y 115,7 cm de ancho. Fue pintado in situ: hoy una placa en el puerto señala el lugar de esta famosa vista. Domina el cuadro un cielo con nubes avecinándose sobre Delft. Se representa una hilera de edificios de ladrillo rojo del puerto, con su reflejo en el agua, y en segundo término la ciudad. En este cuadro, el pintor recurrió a la visión invertida del telescopio de Galileo para transcribir los dibujos preliminares. Con su técnica enfatizó el primer plano y así hizo que el resto de la composición retrocediese en el espacio, dando un efecto óptico de profundidad a la imagen. Era una innovación porque cuando Vermeer daba sus primeras pinceladas a la Vista de Delf, en Holanda sí había comenzado el paisajismo, pero se podría decir que era más de estilo topográfico.

A Vermeer solo se le conocen tres obras de esta temática (La callejuela –se cree que era la calle que contemplaba a diario desde el estudio de su casa– y Casa de Delf, desaparecido), pero consiguió que su Vista de Delf esté considerado hoy uno de los paisajes más famosos de la historia de la pintura, según los expertos «por su luminosidad, la perspectiva aérea, los reflejos y la perfección técnica, suave y transparente, con cuidados efectos puntillistas». En el siglo XIX fue llamado el primer cuadro impresionista de la pintura europea por la técnica empleada para su atmósfera, fijada además en una hora exacta del atardecer, como marca con precisión el reloj del edificio central. Y en el XX algunos críticos consideraron «la perspectiva vermeriana» como fuente de las abstracciones de Mondrian. Así que con esta pintura, y las realizadas en la intimidad de su casa taller, principalmente protagonizadas por mujeres, Vermeer recibió por fin su reconocimientos años después de fallecer.