
Los que se van y los que se quedan… ¿Usted de qué lado está?, ¿o todos tienen su parte de razón tal como refleja la novela con ese encuentro familiar tras treinta años sin verse?
Pienso que ambos tienen razón y yo a veces estoy en el lado de los que se han ido y otras de los que se han quedado. Pero normalmente, a la gente no le gusta separarse de sus familias y cuando esto sucede son las dos partes las que sufren.
Los que se van y los que se quedan, fue escrita hace dieciséis años, y sin embargo, tras la muerte de Mahsa Amini, es más actualidad que nunca…
Sí, ha sido una coincidencia. Me gusta pensar que la novela ayudará a los extranjeros a conocer un poco mejor Irán y nuestros problemas. Creo que debido a la trágica muerte de Amini, la gente será más receptiva con toda nuestra problemática.
¿Qué ha significado su muerte entonces tanto para los que se han ido como para los que se han quedado?
Realmente ha sido una cosa muy dolorosa. Nos ha apenado mucho a todos y es un dolor compartido que acerca a los que se quedaron y a los que se han ido. Hay muchísima gente que está sufriendo. Sin duda, su muerte influirá en un futuro.
¿Tiene esperanzas en un posible cambio?
Sí. Espero que realmente ocurra un cambio, pero como no sé cuándo ocurrirá ese cambio, lo que tengo ahora es esperanza.
¿Cómo es que se convirtió en escritora?
Yo nunca pensé que en un futuro acabaría escribiendo libros, pero pasó. Vi que con una novela puedo comunicarme mejor con la gente y de alguna manera puedo escribir sobre los dolores de la sociedad y puedo explicar lo que está ocurriendo en Irán. Realmente, esta novela lo que refleja es el dolor que comparten muchos grupos sociales diferentes de Irán y la segregación de las familias, la lejanía, el cómo a veces pueden llegar a ser enemigos unos de otros.
¿Entonces se considera escritora social?
La verdad es que ni siquiera me considero una escritora en su sentido más profundo. Lo que ocurre es que como mi carrera y mis investigaciones siempre han estado encaminadas a la gente, cuando detecto un problema, un dolor compartido, pienso que mi deber es hablar de ello, escribirlo para presentarlo sobre la mesa. En ese sentido, siempre he estado muy en contacto con familias e hijos de familias exiliadas que se fueron y se quedaron, he tenido una relación muy estrecha con este tipo de familias, y fue desde el amor que les ayudé a afrontar esos problemas. Por eso quise escribir este libro.

Parinoush Saniee nunca pensó en dejar su Teherán natal, pero las circunstancias le han llevado a vivir en EEUU desde 2017.
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Escribe su novela, llega la censura y el exilio, ¿es esa la cadena de acontecimientos?
No, no me considero una exiliada. He vivido siempre en Irán y nunca he querido salir. Simplemente, lo que ha ocurrido es que debido a las sanciones a mi país por parte de EEUU no podía firmar ningún contrato para poder publicar mis libros fuera de Irán. Por eso vivo allí desde 2017, para poder firmar contratos y pagar impuestos.
¿Así puede entrar y salir cuando quiere en Irán?
La verdad es que de aquí a adelante no sé qué va a pasar, pero hace diez días estuve en Irán durante un mes. Después de todo esto no sé cómo será mi situación.
El primer año de la obligación de llevar pañuelo lo narró gráficamente Marjane Satrapi, en su exitosa novela gráfica Persépolis, ¿recuerda usted aquel 1980?
Me acuerdo de cada instante de aquellos días. En aquel entonces yo pertenecía al grupo de mujeres trabajadoras. Nosotras fuimos las primeras en tener que cumplir con la obligación del hiyab en la cabeza porque muchas trabajábamos en oficinas públicas. Me acuerdo perfectamente del día a mediados del mes de junio en que nos lo comunicaron en nuestro centro, recuerdo que nos dijeron que a partir de ese momento teníamos que cumplir la ley. A mí, como directora con mi propio personal, me tocó tener que pedírselo a las mujeres con las que trabajaba. Nos dijeron que teníamos que cumplir la ley con seriedad.
Debió ser un momento muy duro…
Sí. Para mí todo era muy extraño. Discutí mucho, no entendía cómo de repente ir con el pelo descubierto podía ser un peligro. Recuerdo que decían que si la mujer y el hombre trabajan juntos es como juntar el fuego y el algodón, que por eso teníamos que cubrirnos. Muchos compañeros hombres no sabían qué decir, respondían avergonzados.
Supongo que tampoco debió ser fácil para ellos.
Sí, digamos, que muchos de mis compañeros hombres no querían el hiyab obligatorio. Me acuerdo perfectamente que una de las primeras manifestaciones en contra de la Revolución Islámica fue la manifestación que hicimos las mujeres al frente. Nunca olvidaré ese día porque mi superior llamó a mi marido pidiéndole que viniera a por mí, que me llevara de vacaciones a algún lado, que me quitara del medio porque estábamos provocando demasiados problemas.
Entonces, las imágenes que vemos actuales replican de algún modo a aquel otro momento, ¿no cree?
Sí, por supuesto. Aunque ahora el problema no es solo el hiyab, eso es un símbolo de opresión. El hiyab no es cultural, es una imposición a la mujer iraní. Las mujeres tienen muchos más problemas que el velo y la solución pasaría por eliminar todo tipo de fanatismo y llegar a una especie de democracia y libertad.

La autora ha estado estos días en Teherán, donde ha vivido de primera mano las manifestaciones por la muerte de Mahsa Amini.
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El noveno día es el de la epifanía familiar. Sobre todo para Dokhi, la narradora, que descubre por fin su pasado. El reencuentro sucede cuando todos comienzan a hablar y se dan cuenta de que, en realidad, no sabían nada de sus propios hermanos y hermanas ¿El exilio rompe el diálogo?
Por supuesto. La distancia física afecta mucho. Sobre todo si se sostiene durante mucho tiempo. Se pierde la lengua compartida, los acontecimientos compartidos, poco a poco todo cambia. Le contaré mi propia experiencia de estos días. Hace diez días en Teherán estaba en las manifestaciones de las calles, pero ahora que las estoy viendo en la televisión, lo que siento es muy diferente a lo que sentí presencialmente. Realmente, tienes que estar en el lugar para sentir lo que la gente local está sintiendo. Y en aquel entonces, cuando escribí esta novela hace dieciséis años, los medios de información y de comunicación eran mucho más limitados. Muchas veces las familias se hablaban una vez a la semana como mucho por teléfono. Ahora mismo las relaciones pueden ser más cercanas, pero en general la distancia geográfica hace que las personas se alejen hasta el punto de que llegan a no conocerse profundamente, sus sentimientos cambian, no sabes como vive el otro, cómo se siente, cómo es su casa, cómo está viviendo… Llegas a prácticamente no conocer a tu propia familia.
Dokhi mirando por la ventana en el viaje hasta el lugar del encuentro familiar representa la esencia más pura del viaje. Para ella es la primera vez que sale de Irán. ¿Es esa la situación de los jóvenes de allí?
Muchos jóvenes iraníes tienen ganas y entusiasmo por viajar fuera de Irán debido, precisamente, a todos los problemas que hay en el país. La gran mayoría de ellos piensan que después de poner el pie al otro lado de la frontera todos sus problemas se acabarán, pero el problema es que no saben que con el cambio de lugar de residencia solo te alejas o alejas algunos problemas, pero nunca los llegas a solucionar.
De hecho, hay un suceso muy revelador. Durante el viaje, Dokhi se encuentra con su tía y el marido de ésta en el vagón comedor. Su marido es muy religioso y cuando ve a Dokhi sin velo baja la mirada y se sienta apartado. Lo que ocurre es que ella se lleva la mano a la cabeza descubierta y, dice, sentirse culpable. ¿Ese es el sentimiento general de las mujeres de Irán?
Sí. Totalmente. Fíjese, yo misma estando aquí en Barcelona, cuando pasa un coche de la policía me pongo la mano sobre mi cabeza de forma involuntaria
Una más sobre Dokhi. A ella le han ocultado su pasado, qué les ocurrió a sus padres. ¿De ahí nace su melancolía? Ella misma se lo cuestiona, “¿por qué soy incapaz de ser feliz y disfrutar de la vida como otros jóvenes?”
Sí. Exacto. Ella pertenece a una generación que ha estado reprimida, que no les han enseñado a estar alegres, a cantar, a bailar, ni siquiera en la guardería. Todos los tipos de alegría que pertenecen a su edad les han sido prohibidos y por eso no saben expresarla. Les han forzado, de alguna manera, a estar tristes. Es una generación triste.
Pero, fíjese, que ese pensamiento es también el de muchos de los adolescentes y jóvenes de Occidente, aunque por motivos diferentes.
Sí, los motivos son diferentes, pero es el mismo origen del problema, la alegría se tiene que enseñar también y se tiene que aprender. Los adolescentes en todos los lugares del mundo son parecidos, pueden estar extremadamente contentos o extremadamente tristes, hay también motivos hormonales ahí.
Y sin embargo, ¿es Dokhi el futuro de Irán?
Sí, por favor. Ella es el futuro.
Coordenadas viajeras
Parinoush Saniee
¿A dónde nos llevaría si fuéramos hacia el norte?
Si se trata de mirar desde Irán, supongo que sería Buhara.
¿Y si miramos al sur?
A Australia.
¿Y al este?
Nunca he estado en Japón y me encantaría.
Toca el oeste
Cualquier lugar de América del Sur.