
Habías trabajado en cine y televisión, pero Ane y el Goya que te llevaste lo cambiaron todo. ¿Cómo ha sido el viaje hasta hoy?
¡Pues muy excitante! Fue una eclosión, una bomba que tiene una repercusión y una onda expansiva que se dilata kilómetros y kilómetros. A nivel personal, es muy fuerte. De repente, hay muchísima gente que se vuelca para felicitarte y recibes muchísimo cariño. ¡Te llegan cientos de mensajes! Hay personas que, de verdad, ves que se alegran mucho por ti, que lo han vivido contigo, para las que ese momento fue excitante, y notas la alegría. Todo es muy emocional, no es solo el símbolo o el reconocimiento del trabajo sino la oleada de cariño que te llega alrededor, que es una pasada. A nivel profesional, desde que se estrenó Ane, casi antes de los premios, empezó la cosa como a ponerse muy intensa y me ha llegado muchísimo trabajo. No me falta y recibo muchas propuestas, la verdad.
Entre ellas, “Apagón”, una serie que nos lleva hasta un gran apagón en la energía y la tecnología del planeta, provocado por una tormenta solar. ¿Te dio cierto “vértigo” emocional trabajar en este escenario bastante improbable, pero no imposible?
Sí, creo que para todos los que participamos en el rodaje o, por lo menos, para las compañeras y los compañeros con los que hablaba, era inevitable tener presente la pandemia que hemos vivido y que no habíamos podido imaginar antes. De repente la ciencia ficción se acerca más a algo casi documental, las probabilidades ya las consideras distintas por la experiencia. Sí que estás con otra sensibilidad.
La serie enfrenta a los personajes a una crisis que les obliga a adaptarse. El apagón es temporal y, mientras se soluciona, hay que aprender a vivir en la nueva realidad. ¿La serie habla, sobre todas las cosas, de la capacidad del ser humano para adaptarse a lo que haga falta?
Sí, entre otras cosas… Hablamos de un escenario en el que lo primero es sobrevivir. Es como ir a llamar al cerebro reptiliano para que se ponga en marcha, porque es una cuestión de supervivencia total. La adaptación es parte de nuestra naturaleza y se pone a trabajar a cien mil, hasta el punto de que aparecen ciertos claroscuros morales y ciertas fricciones éticas. Digamos que la civilización da paso a la barbarie, que se acerca hacia allí.

“Menorca a mis 20 años fue un viaje salvaje y muy libre”
Foto: Istock
El capítulo que protagonizas, “Confrontación”, cuenta cómo los vecinos de una pequeña urbanización han conseguido organizarse en comunidad para sobrevivir, pero todo cambia cuando un grupo de niños se instala en la zona y amenaza la convivencia que habían construido. Tú personaje, madre de una adolescente, vive un gran conflicto…
Marta es una mujer que siempre ha creído en la posibilidad de un mundo mejor y trabaja para ello. Está súper implicada en la educación de su hija, de hecho, hay un momento en que se comenta que se ha leído no sé cuántos manuales de psicología adolescente, es alguien que quiere hacerlo bien. A los cuatro meses del apagón, ella intenta mantener la normalidad como puede, trata de sujetar el mundo que conocemos dentro de toda esa circunstancia tan crítica. Pero la amenaza de los niños, que poco a poco van colonizando la urbanización, y la burbuja que se han montado los vecinos para poder sobrevivir, en la que empiezan a peligrar el agua y los alimentos o la huerta, la ponen en un punto de tensión. Quiere proteger eso, pero, a la vez, es consciente de que son niños que necesitan ayuda. Ve en peligro a su hija, en pleno proceso iniciático, en la adolescencia, que empieza a juzgar con una mirada crítica a los adultos por cómo se están saltando ciertos principios éticos, abandonando a los niños y no ayudándoles, protegiéndose de ellos… Su hija es como un espejo para ella, le hace ver los errores que están cometiendo. Eso, junto con la atracción que su hija siente por los niños, lo que hace que se vaya alejando de ella, le provoca un miedo que la lleva a saltarse ese umbral moral y acercarse hacia la barbarie.
Por suerte, tu vida personal es mucho más tranquila. ¿Sigues instalada en un pueblo de la montaña alavesa o la ciudad ha conseguido “engancharte”?
Sigo viviendo en un pueblo, sí. ¡Ahí estoy!
¿Y no es difícil compaginar tu profesión con el lugar donde vives?
Bueno, a veces, puede ser más incómodo porque, a la hora de viajar, igual tienes que viajar más. Ahora estoy trabajando en Madrid [grabando una serie cuyo título aún no puede desvelar] y mis compañeros viven aquí y cuando terminan se van a su casa; yo estoy fuera. O por ejemplo, a la hora de moverme, pues tengo que ir del pueblo a Vitoria y de Vitoria a donde sea. Pero, de momento, me compensa totalmente vivir donde vivo, porque, cuando llego allí, la desconexión es muy inmediata, me desestreso mucho.

“Quiero conocer Marruecos, su cultura y merodear por pueblos de allí, tanto de mar como de interior”
Foto: Istock
Cuando puedes, ¿cuánto viajas por placer?
Siempre que puedo. A ver, no hago grandes viajes, hago más rutas y, sobre todo, dentro de la península. Me encantan las carreteras secundarias, los pueblos pequeñitos, auténticos, donde no hay mucho turismo. Hago escapaditas de tres días por Navarra, País Vasco o La Rioja, cerquita de casa. Cuando estoy trabajando mucho fuera, lo que me apetece es estar en casa.
Entonces, ¿eliges destinos próximos porque el trabajo no te permite irte más allá?
No, realmente siempre ha sido así. Es lo que me gusta. No quito valor a lo otro, a viajar lejos, pero mi tendencia siempre ha sido coger el coche y muchas veces no saber muy bien cuál va a ser el viaje. Igual, marcarme un objetivo así a lo lejos e ir improvisando por el camino por carreteritas, ir encontrando sitios y quedarme sobre la marcha donde me apetece. Me gusta más ir descubriendo cosas que no espero ni he imaginado.
¡Eres una aventurera!
Me encanta improvisar, dormir al aire libre, en la furgo o con la tienda. Tampoco tiene que ser siempre este plan, pero me gusta dejar espacio a los descubrimientos y la aventura. A veces, puede ser un poco loco no encontrar un sitio para dormir, pero, sí, mis viajes tienen muy poca preparación.
¿Cuál es el más inolvidable o especial de todos?
Uno que hice a Menorca con 20 años y un montón de amigos. Había un amigo que estaba trabajando allí en verano y íbamos llegando cuando cada uno podía. Unos llegaban, otros se iban. Tuvimos un verano precioso, asalvajado total, con la mochila puesta, moviéndonos, haciendo autostop, durmiendo por las playas con el saco debajo de las estrellas… Fue muy libre. Creo que es el viaje que más me ha marcado.
¿Hay algún destino con el que sueñes?
No te creas que soy mucho de eso… No tengo un viaje muy claro con el que sueñe, sí que hay muchos sitios a los que me gustaría ir. Como México o Islandia, para ver las auroras boreales. ¿Sabes qué pasa? Rápidamente me sorprendo, soy de ir a ver los cerezos en flor del Valle del Jerte y emocionarme. Hay tantas cosas hermosas en el planeta por ver…
Coordenadas viajeras
Patricia López Arnaiz
¿Adónde nos llevas si vamos al norte?
Pues vamos a ver las auroras boreales a Islandia. ¡Tengo muchísimas ganas!
¿Qué destino eliges mirando al sur?
Marruecos, que no lo conozco todavía y lo tenemos al lado. Quiero conocer su cultura y merodear por pueblos de allí, tanto de mar como de interior. A mí lo que me gusta es vagabundear y descubrir cosas distintas.
¿Y si vamos al este?
India es un sitio que me gustaría conocer. Y también la Capadocia. ¡O la China rural!
Toca el oeste...
Me quedo con México. Tengo una amiga viviendo allí, pero también he conocido a gente de allí que está aquí, descendientes, y la tradición mexicana me atrae muchísimo.
¿Qué no puede faltar en tu equipaje cuando viajas?
Un libro. Suelo llevar siempre uno de ficción y otro de ensayo. Y, a veces, también poesía. En los momentos en que estoy más lúcida, a lo mejor, me apetece leer ensayo y, cuando quiero algo más de relajo y de viajar con la mente, me pongo con una novela. Y si voy a un sitio maravilloso y estoy en un enclave que me gusta mucho, pues igual me pongo a leer un poema para potenciar el momento. Pero intento ser práctica. Si tengo que ir con un mochila, me llevo solo uno.
¿Gastas alguna manía viajera?
Yo viajo para estar perceptiva, así que intento llegar a un estado de todo lo contrario. Voy totalmente predispuesta a recibir, no tengo ninguna manía. Es más que se me olvide llevar algo necesario, lo demás es partir y estar receptiva al momento. O sea, intentar estar donde estoy y observar y escuchar y sentirme en el lugar en el que estoy. El objetivo es ese, por eso cualquier destino es bueno. Al final, es como un ejercicio casi meditativo de conectar con el sitio.
¿Recuerdas una de esas conexiones tan especiales?
Sí, desde luego, son instantes. Por ejemplo, en Menorca me ha pasado. Volví el año pasado, 20 años después. Fue muy diferente, porque no fue ese salvajismo de la aventura que te he contado antes, pero hubo un momento maravilloso en que nos bañamos de noche… Era una noche con la luna pequeñita y se veían todas las estrellas. Estábamos flotando y no veías el horizonte, no sabías dónde acababa el mar y dónde empezaba el cielo. Era como estar flotando dentro del universo, negro total, con las estrellas. Fue un momento brutal.

“India es un sitio que me gustaría conocer. Y también la Capadocia. ¡O la China rural!”
Me da a mí que eres poco de souvenirs… ¿Tienes alguno en casa?
Tengo arena de Menorca en una cajita. Se quedó metida en un bolsillo en un baño nocturno con las bermudas puestas y, a la mañana siguiente, descubrí ese puñado de arena y me lo llevé.
¿Un plato que tengas grabado a fuego en el paladar?
¡Las gambas de Huelva! Mi iniciación en el vino blanco fue en Sevilla. Siempre había bebido tinto, porque al blanco no terminaba de pillarle el punto. Y fue trabajando en Sevilla, cuando fui a hacer La Peste, cuando me inicié en el vino blanco por las gambas de Huelva, que estaban increíbles. Luego me pasó que, a la vuelta, cuando tomaba vino blanco, sentía que comía gambas de Huelva [risas]. Mi cerebro ya hacía el nexo directo.
Mirando al futuro, ¿dónde te imaginas retirada?
Donde ya vivo… Lo que pasa es que sí que me gustaría, aunque en el pueblo estoy guay, tener un refugio literal en el monte, algo más salvaje. Puede ser bonito tener las dos cosas. Ahora mismo, me gusta estar cerca de la familia, entonces, no me iría lejos.
Última pregunta, y obligada: ¿por qué viajas?
Viajar es como limpiarte la mirada, ser capaz de volver a mirar con interés y curiosidad, y buscar la belleza, tanto de los lugares como de la gente. Es como si viajar te diera un poco vista de pájaro y te pudieras ver a ti mismo funcionado en esa cultura. Creo que nos ayuda a olvidarnos de en qué trabajamos, de las preocupaciones… Todo eso se queda en tu lugar de rutina.