Que nunca se hiciera librero, ese fue el consejo que le dieron a David Garnett sus padres. Por supuesto, como ocurre siempre con los consejos que no se piden, no hizo caso a sus progenitores y acabó montando junto a su amigo Francis Birrell una librería en el Soho londinense. Aguantó un tiempo feliz todo el trabajo de la gestión del fondo de libros antes de deshacerse de su participación en el negocio y salir corriendo. Eso sí, la experiencia le dejó algo muy claro, que a su descendencia les insistiría que “sobre todo” no se les ocurriera nunca hacerse libreros.
Parece ser que ni Patricia Heredis ni Leo Maita conocían esta anécdota que se suele contar en los corrillos del mundo del libro cuando se habla del negocio con ironía o de lo contrario han hecho como David Garnett: lo que les ha dado la gana. Afortunadamente, porque si no Madrid se hubiera perdido una librería tan singular como Los pequeños seres.
El día que llegué a la librería, Leo y Patricia llevaban prácticamente toda la noche sin dormir. Habían hecho el traslado ellos solos de una biblioteca privada de 5.000 libros comprada a unos anticuarios conocidos. El almacén estaba lleno de cajas y ellos agotados: “Ha sido descomunal, asómate para que veas...”, me dijo Leo. Efectivamente, el lugar estaba repleto de cajas de cartón que amenazaban con dejarnos atrapados en un alud funesto. En ese momento estuve tentado de explicarles la anécdota de David Garnett, pero me pareció una broma demasiado pesada para el momento.