Las casetas de playa fueron antiguamente una pieza muy característica del veraneo más elegante, y, gracias a sus colores, también del más decorativo. Su función era la de proteger a sus usuarios del sol, del viento o del gentío. También servían para cambiarse de ropa sin riesgo de ser visto y para guardar los trastos. De madera, tela o hasta latón, solían colocarse al inicio de la temporada estival y se retiraban al final del verano, con la llegada de ese septiembre que siempre amenaza con traer tiempos más fríos.
A día de hoy, playas de todo el mundo continúan tiñéndose de alegres colores gracias a estas casetas de madera o carpas de lona. Muchas, además, tenían un origen asociado a diversas funciones, como la pesca, y han acabado siendo un reclamo turístico. En muchos casos, estas llegan a ser más conocidas, incluso, que la propia playa que las alberga.