Si preguntamos a nuestro entorno cómo definirían un hotel de lujo, es posible que la variedad de respuestas fuese tan variable que sería imposible, incluso, aglutinarlas con el etéreo calificativo de las estrellas. Un edificio emblemático, un buen spa, un servicio excepcional, discreción o por el contrario todo tipo de atenciones son algunos de los calificativos que justificaran pagar un precio alto ante una demanda cada vez más creciente, incluso en los tiempos que corren, y que lucha cada día por resultar diferencial.