Cualquiera que hable con Javier Cacho apreciará que sonríe mucho. También que es optimista al modo de Ernest Shackleton, quien sin desfallecer un solo momento, logró salvar la vida de los 28 integrantes de su expedición tras pasar 21 meses atrapados por los hielos antárticos. Este explorador entre comillas, como él mismo se define, llegó por primera vez a la Antártida en la década de los ochenta para investigar el agujero de la capa de ozono. “Me enamoré —habla desde una casa de campo con Viajes National Geographic—. Me deslumbró la estética, su belleza plástica, esos animales absolutamente fuera de lo normal, y me maravilló ese espíritu de solidaridad que hay en todas las personas que la habitan”.
Ahora, la Antártida ha sellado ese amor incondicional en unas coordenadas del mapa topográfico como quien se tatúa en el cuerpo un nuevo amor: Javier Cacho se ha convertido en el primer español en dar su nombre a una isla de la Antártida.
El primer español en dar su nombre a una isla antártica
Él, que llevaba años viendo los nombres de grandes exploradores en accidentes geográficos como el estrecho de Gerlache, isla Charcot o mar de Amundsen, ahora se encuentra con que el Comité Científico para la Investigación en la Antártida (SCAR) ha bautizado un islote como Cacho Island, en reconocimiento a su contribución en la investigación del continente helado y por su trabajo también en apoyo al programa antártico búlgaro. Precisamente, el Instituto Antártico Búlgaro ha sido el promotor de ‘bautizar’ la isla con el nombre del científico español.
Se trata de una isla rocosa de 19 hectáreas con forma de media luna que se encuentra “pegadita a la isla Snow, una de las del archipiélago de las islas Shetland, muy cerca de Livingston, donde está la Juan Carlos I”, explica con el mismo orgullo con el que se podría mostrar la foto de un hijo. Es una zona que conoce muy bien, pues fue comandante de la base española en diferentes temporadas. “Si hubiera podido leer el futuro, cuando estuve en la Península Byers, con unos prismáticos hubiera visto mi isla”, exclama riendo.
Quien llegue a Cacho Island será bienvenido. No podía ser de otro modo tratándose la Antártida de un espacio para la cooperación internacional. Pero si pudiera elegir a quién invitar primero, lo tiene muy claro: “Mi mujer y mi hija. Fíjate, mi mujer también era científica, podíamos haber ido como equipo, pero teníamos una hija pequeña. Mi hija sufrió la Antártida porque era un lugar que se comía a su padre. Desaparecía durante cuatro meses… Hace muy poco que ha empezado a sentir cariño por ese continente donde he dejado el corazón”. Fuera del ámbito familiar, la primera persona que invitaría a su isla es a Eduardo Martínez de Pisón, dice de él que, además de sabio, no ha conocido a persona más buena nunca.

Foto: iStock
Javier Cacho se declara antártico de sentimiento, sin más norte que el propio sur. Dice que el primer flechazo de la Antártida se recuerda siempre. Fue a raíz de su primer viaje que comenzó a interesarse por todos los exploradores polares que ayudaron a completar el hueco vacío que había en los mapas. “Me sentí deslumbrado por la figura de los exploradores y sus epopeyas”, explica quien se ha dedicado desde entonces ha escribir libros que se pueden leer publicados en Fórcola Ediciones: Nansen, Shackleton, Amundsen… De ellos dice que son como los amigos, que cada uno tiene su forma de ser y sus particularidades, y entonces para un momento quieres a uno u otro. “Pero, yo me quedaría con Nansen, para tomar un café y para ser como él. Porque él es un explorador científico. Él sí era todo un explorador”.
Si Javier Cacho no se dedicara a la ciencia podría escribir libros de autoayuda a partir de las enseñanzas de los héroes de la Antártida. De, Amundsen, destacaría su profesionalidad: “se centró en ser explorador polar y dedicó toda su vida a ese objetivo”. De Scott y los ingleses: “el entusiasmo a pesar de su fracaso, que a mí no me lo parece tanto”; de Shackleton: “su liderazgo y optimismo”. Enseñanzas que seguro puso en práctica a miles de kilómetros de sus seres queridos: “En la Antártida eres muy consciente de la lejanía. Eso lo tienes siempre muy presente. En las dos direcciones. Si te pasa algo a ti o si le pasa algo a tu familia”. De ahí, explica, que en el terreno, la Antártida es un lugar de acercamiento social más que de distanciamiento.

Foto: Javier Cacho
Escucharle sobre cómo era hablar desde el continente helado con su mujer en la década de los ochenta es imaginar la escena de una novela de aventuras decimonónica. Mantenían conversaciones por telegrama y a través de radio. Cuenta que en la base argentina, hablaban por una línea unidireccional, tipo: “Te quiero. Corto. Yo también te quiero. Corto…”. Sin embargo, prefiere quedarse con lo bueno, como cuando cada día, una hora antes de cenar en la base, subía a un cerro cercano donde se sentaba a contemplar el paisaje. “Pero, oye...Siempre digo que en La Pedriza se pueden vivir emociones muy similares. Vale, no será tan glamuroso como la Antártida, pero todos podemos vivir momentos así”.
Javier Cacho se despide a lo Shackleton: “Muchachos, de esta salimos… Bueno, he apañado un poco la frase. En realidad dijo: “Muchachos, volvemos a casa”, pero con la pandemia justo que estamos saliendo de casa ahora… Optimismo, ¿ves? Siempre…”. Y sonríe.