habitando el tiempo

Por qué una aldea aragonesa en ruinas se ha convertido en la alternativa a la España vacía

Premio Hispania Nostra 2021, la intervención en las ruinas de Ruesta (Zaragoza) fija el futuro del Camino de Santiago Francés a su paso por Aragón.

El primer pueblo abandonado que visitó Sergio del Molino en su vida fue Ruesta. La anécdota aparece en su ensayo La España vacía (abril 2016), donde explica que por aquel entonces en la entrada había unos carteles oxidados que advertían del peligro de andar por allí. Un aviso optimista, escribe, porque aquello “presuponía que quedaba algo en el pueblo que aún podía caerse”. En aquella visita, Sergio del Molino era un chaval menor de edad que mientras paseaba entre cascotes y maleza creía distinguir a Burt Lancaster interpretando la versión cinéfila de El Gatopardo de Visconti que había visto hacía poco: puro aire romántico para una escena de lo más rural.

 

Sin embargo, siempre hay algo más que se puede caer y, con el paso del tiempo, aquel derrumbe y aquella ruina en Ruesta no dejaron de empeorar. Como escribió Diderot, todo perece y solo el tiempo sigue adelante. Y en ese seguir adelante, en ese ir desvaneciéndose todo, como explicó el francés, está la clave de la fascinación que sentimos ante una ruina. 

 

“Aquí hay una memoria en suspensión, una especie de aire denso, de niebla posada”, cuenta el arquitecto Sergio Sebastián Franco (1976) a este cronista mientras pasean por las ruinas de Ruesta y sus alrededores y suenan los pájaros con esa calidad diáfana que solo ya hay en algunos lugares de esa España que se ha dado en llamar vacía (o vaciada). Sergio Sebastián conoce bien las ruinas de Ruesta. La firma de arquitectura que lidera (Sebastián Arquitectos) lleva desde el 2017 realizando una serie de actuaciones allí y en diversas obras de restauración para recuperar el trazado del Camino de Santiago Francés a su paso por el entorno de Yesa, por encargo de la Confederación Hidrográfica del Ebro y del Gobierno de Aragón. Las intervenciones realizadas hasta ahora han sido distinguidas recientemente con el Premio Hispania Nostra 2021 y se han convertido en un modelo para diversos congresos sobre despoblación y patrimonio en riesgo.

 
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shutterstock 1276903447. La memoria sumergida

Foto: Shutterstock

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La memoria sumergida

Al pie del formidable farallón calizo de la sierra de Leyre, el embalse de Yesa, conocido como “el mar del Pirineo”, dibuja algo parecido a una enorme lágrima entre verde y azulada que se extiende a lo largo de 10 km de longitud, la práctica totalidad en territorio aragonés, aunque el represamiento del río Aragón esté en población navarra. Cerca hay diversos lugares de interés como el monasterio de Leyre, el castillo de Javier, el Valle de Roncal o las foces de Lumbier que hacen del embalse un entorno de interés turístico y natural.

 

El embalse inunda en su mayor parte tierras del Canal de Berdún, en la comarca histórica de La Jacetania. Es uno de esos lugares de España de muchísima cultura latente abandonada y no investigada y que en la década de 1960 vio cómo todo quedaba bajo las aguas. Para su construcción no se expropió ningún pueblo, pero sí las zonas de cultivo del valle, lo que hizo que los habitantes de Tiermas, Ruesta y Escó abandonaran obligados sus hogares al ver torpedeada la línea de flotación de su futuro. Hoy son pueblos abandonados que plantean serios desafíos territoriales que tienen mucho que ver con el patrimonio cultural y paisajístico y que están sometidos al abandono, al expolio, y al avance de la recolonización natural. A todo ello responde el proyecto de Ruesta.

 
DSC 0227. Ruesta

Foto: Sebastián Arquitectos

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Ruesta, en la frontera del espacio y del tiempo

Desde lo alto del roquedal donde se levantó el castillo de Ruesta se podía divisar perfectamente la confluencia de los ríos Aragón y Régal y también el Canal de Berdún, con todas sus vías que permiten ir de valle en valle pirenaico. Se podía otear, pero ya no porque el acceso al castillo está cerrado por peligro de desprendimiento. Aguantan dos torres, pero una vez tuvo tres. Algunos antiguos vecinos aún recuerdan cómo se tiró la tercera para usarla de cantera, para el frontón y el empedrado del pueblo. 

 

“Esta siempre ha sido un poco una tierra de nadie. Una especie de moneda de cambio entre Navarra, Aragón, los asentamientos islámicos...”, explica Sergio Sebastián, mientras observa con ojo de arquitecto cada grieta, cada pilar quebrado, cada zarza que trepa por un muro. Son muchos en la zona los que cuentan casi como una anécdota, con media sonrisa en los labios y sentimiento estoico, que por aquí pertenecen a la provincia de Zaragoza, pero que el prefijo que tienen es el de Navarra y el hospital al que van es el de Pamplona. Y todo ese revoltillo administrativo da idea del singular enclave que ocupan estos pueblos fronterizos.

 
DSC 0276. Las ruinas que seremos

Foto: Sebastián Arquitectos

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Las ruinas que seremos

En la parte donde no se ha intervenido, Ruesta parece el escenario de una ciudad abandonada para una película apocalíptica, pero hubo una época en la que todas las casas tuvieron nombre. Ahora las conocen por el número que les quedó en el expediente de la expropiación de las tierras. Cada una de ellas era un pequeño organismo dentro del pueblo, “porque era la casa y los cultivos que tenía esa familia”, explica Sergio Sebastián.

 

Ese avance imparable que recorre toda ruina del que habló Diderot se manifiesta con la vegetación, la humedad de la cuenca hidrográfica, el riesgo sísmico y, por supuesto, por el comportamiento humano. “Uno de los problemas más serios que ha habido aquí ha sido el expolio. Incluso a plena luz del día -cuenta el director de los trabajos- se llevaban la parte decorativa de los arcos, lo cual genera una patología muy recurrente en todas las casas”. 

 

Se retira la clave y se genera un punto débil y el arco se descarga y el tiempo avanza por él con facilidad hasta que el muro vence, se cae. La madera se pudre, se desintegra, caen las piedras, todo vuelve a la naturaleza de la que salió. “En cierta forma es bonito ver cómo la naturaleza vuelve a recuperar lo que era suyo. Te hace pensar sobre cómo construimos hoy, en los materiales que usamos, todos esos ladrillos de cara vista, los plásticos… ¡Qué mala ruina vamos a dejar en el futuro!”, exclama Sergio Sebastián al pasar por la ruinosa iglesia de Ruesta.

 
CASA 54 1. La dignidad de una ruina

Foto: Sebastián Arquitectos

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La dignidad de una ruina

“Te quedabas a dormir por la noche en el pueblo y oías cómo se caían las casas. En el fondo -prosigue en su explicación- aprecias que la ruina no es algo inerte. En realidad, es un organismo vivo. Una noche se te hunde no sé qué y al día siguiente cae no sé cuántos. Es algo que te pone los pelos de punta”. Cuando Sergio Sebastián habla de las obras que dirige siempre insiste en que no se trata de evitar el avance de las ruinas ni de la devolución de toda la materia arquitectónica al suelo del que pertenece, sino que se trata de encontrar el modo de que “Ruesta pueda volver a ser arquitectura, función y razón: dar dignidad a esa ruina”.



Como dice Cesare Brandi en su teoría acerca de la restauración (1998), para que ésta sea legítima, no debe querer revertir el tiempo ni borrar la historia de cómo se ha llegado a ser ruina. Esto en Ruesta se ha manifestado en una serie de intervenciones moderadas y de urgencia que, sin alterar los valores arquitectónicos originales del pueblo, han buscado manifestar una nueva atmósfera ambiental.

 
CASA 59 INTERIOR 2. El tiempo habitado

Foto: Sebastián Arquitectos

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El tiempo habitado

Como ocurre en muchos de los pueblos abandonados de España, el cementerio de Ruesta es lo más vivo. Puede parecer una paradoja, pero tal como comenta Sergio Sebastián, para el Día de Todos los Santos, en Ruesta hay vecinos que vienen a visitar a sus muertos. Su recuerdo es la última de las memorias de lugar, porque, de algún modo, habitamos el tiempo más que el espacio. Son las ruinas bellas (la hiedra, la madera agrietada, lo vernáculo y natural) su efecto más evidente.

 

Cuenta Sergio Sebastián que durante una de las intervenciones entraron en una de las casas para hacer unas obras de consolidación y que apareció allí una hornacina donde no hacía mucho alguien había depositado una urna con las cenizas de un ser querido. “Aquel hallazgo fue muy emocionante. En cierto modo estábamos en una ruina, pero aquel lugar debió ser parte de la memoria de alguien del pueblo”. Una vez acabada la intervención, volvieron a colocar la urna en su sitio, en la alacena de la cocina, en el intradós de la fachada de una de las casas de la calle principal de Ruesta.

 
ORTOFOTO. Drones y golondrinas

Foto: Sebastián Arquitectos

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Drones y golondrinas

Fue durante la primavera de 2019 que se iniciaron las obras de consolidación de las edificaciones que dan a la ruta del Camino de Santiago en Ruesta y que han merecido el reconocimiento del Premio Hispania Nostra 2021 (creados en 2002 por la Comisión Europea). Antes, para la redacción del Plan Director de Ruesta, se emplearon tecnologías de información y digitalización aplicadas. Volaron drones entre las golondrinas que anidan bajo los aleros porque era la única forma de estudiar con garantías de seguridad las condiciones físicas de los restos y hacer una descripción de los elementos arquitectónicos y escultóricos de interés artístico, de los materiales, de los sistemas constructivos y estructurales, de las instalaciones… La CGT, a quien la Confederación Hidrográfica del Ebro cedió en 1988 el pueblo y parte de su término municipal, podó toda la vegetación que impedía el acceso al pueblo.

CASA 60 1. La levedad de la arquitectura

Foto: Sebastián Arquitectos

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La levedad de la arquitectura

Los trabajos para la consolidación estructural de las casas del pueblo, algunas de las cuales estaban en riesgo de colapso inminente y del tejido urbano han consistido en el vaciado de escombros, en el drenaje del interior de las parcelas y refuerzo de los muros. “Se trata de respetar los valores de la ruina como fragmento”, explica Sergio Sebastián mientras recorremos la calle principal de Ruesta.


Otras intervenciones son apenas sugerencias, breves detalles al modo de un je trouve arquitectónico: una puerta con mallazo, unas bisagras con unos tornillos, unas maderas que entonan al tiempo con el color del muro… “En ningún caso hemos querido quitarle el carácter de ruina. Ruesta ya no es un pueblo, es una ruina bellísima con toda la capacidad evocadora que puede tener una ruina”, detalla el director de las obras.

CASA CHOCOLATERO 2. Estar y no estar...

Foto: Sebastián Arquitectos

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Dibujando sombras del pasado

En su tiempo, el de la Casa del Chocolatero fue un balcón llamativo de algo más de cuatro metros de largo con su barandilla y todos sus elementos decorativos. En las escenas grabadas por Berlanga en Ruesta para su película La Vaquilla (1995), donde se encuentra el campamento de los Republicanos, todavía se puede ver la casa con su cubierta, con forjado, casi en su estado original. 

 

Ahora la casa es una ruina y el balcón es un hueco cuya silueta está enmarcada por un dintel y montantes de pino cuperizado colocados según estuvieron originalmente dispuestas las ventanas. Algo más abajo, un travesaño de atado recrea el antepecho en el que una vez se apoyaron los dueños de la casa. A nivel del forjado interior, un tablazón protege las cabezas de las vigas podridas, dibujando la sombra del balcón original. El balcón está y no está, es como el gato de Schrodinger, pero en arquitectura.

 
CALLE DEL CENTRO  2. Dibujando sombras del pasado

Foto: Sebastián Arquitectos

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Abriendo las ventanas de la memoria

“Buscamos reproducir situaciones arquitectónicas originales -cuenta Sergio Sebastián-, pero no intentamos dar esa imagen temática, excesivamente figurativa de otro tipo de intervenciones. Ruesta no es un telón, es una ruina y tenemos que mostrarla como tal”. Hay algo poético en volver a dibujar la sombra de algo que fue y sin embargo ya no está: a veces para que surja lo poético basta con unas cuantas tablas bien puestas. Porque de eso se trata la intervención en Ruesta, de poesía y de salvaguardar el espíritu de un tiempo. 

 

Y precisamente ese es el enfoque que ha llamado tanto la atención de diferentes organismos, porque no se está restaurando para fijar población, sino para encontrar alternativas posibles más creativas. “Yo personalmente -frente a una de las casas de la Calle del Centro- creo que no tiene mucho sentido pensar que vas a volver a ocupar un pueblo con población fija y servicios, un pueblo que ya está abandonado, cuando al lado hay otros que se están quedando vacíos y que ya tienen esos servicios. No es sensato pensar que vamos a volver a hacer crecer un pueblo en Ruesta.”

 
Casa 57. Este camping es una ruina muy bella

Foto: Sebastián Arquitectos

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Este camping es una ruina muy bella

“El gran desafío en la recuperación de un complejo con las características de Ruesta es comprender su posible uso futuro”, prosigue en su explicación del proyecto. En ese sentido, una de las propuestas presentadas por la firma que lidera pasa por el concepto de “camping difuso”. Es una estrategia de bajo coste y que tendría resultados casi inmediatos. “Yo lo llamo Ruesting -afirma Sergio Sebastián esbozando una sonrisa-. En el fondo se trata de buscar con la imaginación un uso a estos solares que se han generado entre las ruinas. Que los hay y pueden generar además sinergias positivas”.

 

Tras la intervención, las casas son continentes a la espera de creatividad. Una vez asegurada la estructura de cada una de las viviendas que se ubican en la Calle del Centro, y sin mucha inversión más, podrían convertirse en un área creativa de campamento urbano de unas veinte parcelas que puede funcionar junto al actual albergue de peregrinos. Este volver a habitar a partir del turismo nómada retrasaría la ruina de las casas y la desaparición del tejido urbano. “La vida renacerá desde dentro de los muros, la luz se verá de nuevo surgir por las ventanas en la noche de verano y el propio uso será el mejor garante de su mantenimiento”, explica Sergio Sebastián.

 
CALLE DEL CENTRO 4. El camino marcado

Foto: Sebastián Arquitectos

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El camino marcado

Los peregrinos pasan por delante de un enorme mural pintado en la carretera. Sobre el fondo blanco, unas letras rojas dan la bienvenida al albergue de Ruesta en diferentes idiomas. Unos pocos pasos más, aparece la señal inconfundible del camino y una flecha amarilla que señala hacia dentro del pueblo. Así ha sido desde siempre, desde sus orígenes, el Camino de Santiago Francés atraviesa por dentro. Poco transitado, el tramo aragonés pasa por quince términos municipales, la mayoría en la comarca de La Jacetania. 

 

El Camino de Santiago, inscrito desde 1993 en la lista de Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, es la máxima esperanza de Ruesta. Es pasado y es futuro y el hecho de que el pueblo esté incluido como bien del Camino es un argumento al que se debería haber prestado más atención. Sin embargo, a finales de 2017, el deterioro de algunas viviendas obligó al desvío temporal de la ruta a los peregrinos.

 

“Es que aquí el escombro lo inundaba todo”, cuenta Sergio Sebastián mientras explica las diferentes actuaciones realizadas para salvar el tramo original que pasa por el interior del pueblo. Una de las casas amenazaba derrumbe, pero a pesar del colapso inminente, prefirieron hacer lo posible por mantenerla: apuntalar y con unos tensores de acero poner a plomo los muros y asegurarlo todo mediante vigas de hormigón que dan forma a un anillo superior que evita los movimientos laterales. A veces fijar la memoria cuesta, pero no por ello hay que dejarse tentar por el vértigo del olvido.Tirar aquella casa  hubiera generado un solar que hubiera distorsionado el tejido urbano original. En eso se basa el proyecto de actuaciones en Ruesta, en aprovechar la memoria del lugar siempre latente y en evocar a la vez los fantasmas de las construcciones pasadas.

 
IMG 20210625 115119 (1). El germen del futuro del camino

Foto: José Alejandro Adamuz

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El germen del futuro del camino

Al salir de Ruesta, llega una de las partes más bonitas del Camino de Santiago a su paso por Aragón. Es un espacio muy natural, de interés paisajístico, con muchas orquídeas salvajes, mucha madera de boj, robles y aves y chicharras llenando de sonido el bosque: es una naturalidad que convive con el impacto visual de la ingeniería. El recrecimiento del embalse llegará muy alto. Es algo que se aprecia bien en el barranco del río Regal, en la línea que dibuja la tala de pinos que será la marca de la cota mínima de tránsito. Tiene el aspecto de haber impactado en el lugar una bomba. 

 

De ahí para abajo, todo quedará inundado por las colas del pantano, lo que va a obligar a reconducir el tramo de camino desde la salida del pueblo. Ya hay un proyecto que contempla ir ganando cota progresivamente por un camino existente que pasa por debajo del cementerio de Ruesta, también se piensa en el desvío de la Fuente de Layana y en la construcción de una pasarela-mirador de unos 100 metros que cruzará el río y que se quiere diseñar de forma que quede totalmente integrada con el espíritu del camino. 

 

Este va a ser el germen del futuro Camino de Santiago francés: “El criterio es mantenerlo por aquí, no lo vamos a llevar por la carretera. En el fondo, el camino es lo que puede seguir dando sustento a la zona”, explica Sergio Sebastián. Caminando unos metros más, se pasa por el antiguo camping de Ruesta, abandonado hace ya unos años, y se llega a la ermita de San Jacobo, una de las cuatro que  han sido intervenidas en el proyecto. La alternativa sería llevar a los peregrinos  por la carretera.

 
IMG 20210625 105955. Ermitas orbitando

Foto: José Alejandro Adamuz

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Ermitas orbitando

Las cuatro ermitas -San Juan y San Jacobo de Ruesta, San Juan de Sigüés y San Pedro de Artieda- iban a quedar inundadas. Finalmente, el embalse alcanzará una cota algo menor y por eso Sebastián Arquitectos recibió el encargo de restaurarlas. En cada una de ellas se ha establecido un diálogo entre la integración de lo nuevo y lo antiguo existente: en San Jacobo, mediante unas puertas muy especiales con forma de concha de vieira; en San Juan de Sigüés, mediante un altar minimalista que flota sobre una hermosa alfombra de piedra recuperada. En San Pedro de Artieda están trabajando en un proyecto para que la restauración ponga en valor los ricos elementos romanos que hay integrados en las fábricas. 

 

Y a un kilómetro de Ruesta, la ermita de San Juan, junto al trazado del Camino de Santiago, es un ejemplo espectacular de todo ese trabajo realizado. El desafío era importante, pues la ermita llevaba cubierta más de veinte años por un tejado de chapa y debía recuperarse gran parte de su volumen.“Esta era una ruina un poco insolente. También hay que decirlo, que hemos dejado que esto se convirtiera en una ruina entre todos”, comenta Sergio Sebastián. Se ha utilizado para ello un lenguaje arquitectónico que confiere a la fachada un sorprendente protagonismo, que recibe el tratamiento de una auténtica obra de arte contemporánea y abstracta, compuesta por una serie de piezas realizadas con tecnología 3D que llegan a reproducir unos mechinales que aparecen en el ábside. Eso permite que dentro se cree una penumbra evocadora y que todo lo de afuera se filtre dentro, “hemos vuelto poroso y ligero el muro -detalla Sergio Sebastián-, que se vea que, en el fondo, esto ya no es una ermita, sino otra cosa”.

 
70 Ermita San Juan Sebasti†n Arquitectos. Un brindis al arte

Foto: Sebastián Arquitectos

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Ser tiempo habitado

En el solar junto a la ermita hay un árbol que ha dado buena sombra a los operarios que han realizado los trabajos. También hay un buen montículo con las piedras que se hundieron de la ermita original, al que se ha ido encaramando Sergio Sebastián en cada visita de obra para fotografiar el avance de los trabajos. Una vez que se han acabado, se convertirán en el material con el que el artista  Nacho Arantegui montará una obra con forma de retícula, casi como un camposanto, disperso y diseminado, orbitando alrededor de la ermita como metáfora de la memoria de lo que hubo, un tiempo habitado de nuevo.