Cuestionario en modo avión

Rodrigo Cortés: "de Salamanca me enamoran la piedra y el frío"

El director de cine estrena 'El amor en su lugar', que ya está en las salas.

Hace seis meses exactos, Rodrigo Cortés (Pazos Hermos, Orense, 1973) publicó su segunda novela: Los años extraordinarios (Literatura Random House). Hace cuatro semanas, estrenó miniserie (y reboot) en HBO: Historias para no dormir, de la que dirige uno de sus cuatro capítulos (La broma, se llama el suyo). Y, en el día de hoy, vuelve a dar a la cartelera de cine un nuevo estreno: El amor en su lugar, un “viaje” al gueto de Varsovia en enero de 1942, donde 400.000 judíos de toda Polonia llevan más de un año confinados por los nazis. En ese lugar y época se contextualiza su historia.

Rodrigo Cortés

Foto: D.R.

Todos estos proyectos los abandera junto a los podcast Aquí hay dragones y Todopoderosos, en los que habla de cine, literatura y música. “A veces confluyen en el tiempo diferentes obras que, como es natural, no se crean a la vez, sino de forma consecutiva. Pero sí, ha sido un año productivo y hasta fructífero”, celebra el responsable de la aclamada Buried (y director de estrellas como Robert de Niro, Sigourney Weaver, Uma Thurman o Ryan Reynolds), a quien también le convergen, a menudo, profesión y viajes en la vida. Esos en los que mandan el qué y el quién por encima del dónde, y que Cortés exprime como una suerte de encuentros con personas y lugares, nuevos o ya conocidos. Pero cuando es él quién elige, su brújula personal señala en cuatro direcciones: Asturias (al norte), la gaditana sierra de Grazalema y la ciudad de Córdoba (al sur), el Bajo Aragón (al este) y el Alentejo de Portugal (al oeste). A ningún destino soñado apuntan sus ganas, espontáneas y desplanificadas, de conocer mundo. Los viajes, como todo, llegarán en la vida. Él, mientras tanto, pone su corazón en Salamanca: en su piedra vieja y en su frío.

Me gusta más el qué que el dónde. Y aún más el con quién.

¿Cómo te encuentras con el suceso que vertebra tu nueva película: la representación por parte de artistas judíos de la comedia musical Milosc Szuka Mieszkania (El amor busca apartamento) en el teatro Fémina de Varsovia?

La descubre David Safier, coguionista de la película, mientras investiga para otra obra suya y pergeña un primer borrador en el que un grupo de actores tiene que representar la obra en el invierno del 42 mientras toma una decisión a vida o muerte antes del toque de queda. Cuando leo el borrador, dedico varios meses a investigar la vida en el gueto, leyendo solo material escrito en el interior de sus muros entre el 40 y el 43, cuando todo era confusión e información contradictoria. El gueto no era un campo de concentración, sino una sociedad hacinada y muy compleja, muy jerarquizada, en el que cada cual trataba de recordar a su manera que seguía vivo, incluyendo los artistas, que continuaban tocando en los cafés, haciendo recitales de poesía, actuando en el teatro en condiciones precarias... Es cuando decido encender una vela a Billy Wilder y abordar las sucesivas reescrituras del guion hasta llegar a la versión definitiva.

Salamanca

Salamanca

"En Salamanca, cada rincón de calorcito cuenta más y cada paseo abrumador te recuerda".

Foto: iStock

En medio de la barbarie y la muerte que siempre acecha, la voluntad de seguir desarrollando la vida cultural, aún en las condiciones más duras, adquiere un significado romántico. La película es casi un canto de amor al teatro y al arte…

Nunca trato de transmitir un mensaje en mis películas, más bien de contar una buena historia que el espectador pueda descodificar y hacer resonar con sus vivencias y emociones. El arte no tiene una función salvífica, no responde, creo yo, a un propósito sagrado, simplemente es inevitable: es una de las maneras en que el ser humano se expresa. Y es incontenible, por duras que sean las circunstancias. No importa lo densas que sean las tinieblas, lo impenetrable que sea la oscuridad (y se me ocurren pocos períodos más aciagos que el de la Segunda Guerra Mundial), siempre habrá alguien que encienda, en algún rincón, una cerilla, porque eso es lo que somos y eso es lo que nos hace humanos. El amor en su lugar es, ante todo, una película de actores, una película sobre el teatro. Y cualquiera que haya trabajado en el teatro sabe que la función se hace. Pase lo que pase.

Entre bambalinas, los actores se enfrentan a un dilema de vida o muerte ante la posibilidad de llevar a cabo una fuga después de la función. ¿El conflicto viene servido por la elección entre la supervivencia o el amor?

El amor, si es verdadero, es desinteresado, siempre pone primero al otro. Es un acto de renuncia. “¿Qué es mejor, amar o ser amado?”, se pregunta a menudo en la película, algo especialmente relevante en un contexto en el que todos quieren vivir media hora más, y ser amado y protegido puede suponer salvar la vida. Pero el amor verdadero implica sacrificio. Cuando en la película se pregunta “¿Qué estás dispuesto a hacer por amor?”, el significado necesariamente será: “¿Qué estás dispuesto a sacrificar?”.

Asturias

Asturias

“Asturias es hermosa y acogedora, huele a humedad, a vida, está siempre bien cuidada y en ella se come tan bien como en Galicia”.

Photo by Kamila Maciejewska on Unsplash

Mucho amor, ya en el terreno personal, es el que profesas a la ciudad de Salamanca, donde te criaste, aunque eres natural de Orense. ¿Qué te enamora de ella?

Aunque parezca mentira, la piedra y el frío. Lo dura que puede llegar a ser. Su belleza inabarcable y, a la vez, su implacable aspereza. Porque cada rincón de calorcito cuenta más y cada paseo abrumador te recuerda que estás vivo.

¿Viajas a menudo a tu Galicia natal? ¿Cómo de gallego te sientes?

No voy tanto como querría, esa es la verdad, pero no solo me siento gallego, sino que me sé gallego. Mi madre (gallega, claro) fue a Orense a dar a luz, fue una decisión meditada, así que soy gallego por mandato materno, que es como decir por mandato lunar, la retranca me fluye por las venas, así como mi incapacidad para diferenciar, al menos como escritor, lo mágico y lo cierto. Tengo, pues, la doble nacionalidad, como la tenía Torrente; si alguien me preguntara qué soy, diría “gallego”, y si me preguntara de dónde, respondería que “de Salamanca”.

Ni siquiera tomo fotos cuando viajo, trato de vivir los sitios y guardarlos en el cerebro.

Muy lejos, en Estados Unidos, has desarrollado gran parte de tu trayectoria como cineasta. ¿Recuerdas algún lugar inolvidable de allí al que te haya llevado un rodaje?

Empujaré un poco al norte y mencionaré una pequeña localidad canadiense en la región de Ontario: Hamilton, no exactamente por su belleza, sino por sus muy visibles vestigios de una prosperidad metalúrgica que ya no existía. Era una ciudad subsidiada que abandonaba casas que una vez fueron felices para buscar trabajo, llena de rincones fantasma junto a negocios que pugnaban por nacer y hacer crecer alguna flor entre las grietas; una ciudad azul y gris en medio de un entorno bellísimo. Me impresionó cuánto contaba en silencio.

De vuelta a España, ¿qué pueblo o ciudad es para ti ‘casa’?

Salamanca. De nuevo, su frío y su piedra vieja. Pero también Madrid, que es lo suficientemente fría y un poco casa de todos.

Córdoba
Foto: iStock

Si ponemos rumbo al norte, ¿adónde nos llevas?

A Asturias, aunque sea gallego. Para despistarme, digo. Galicia es hermosísima, pero está salpicada de un feísmo intermitente que, por otra parte, la hace genuina y especial. Asturias es hermosa y acogedora, huele a humedad, a vida, está siempre bien cuidada y en ella se come tan bien como en Galicia (y eso es decir mucho).

¿Y mirando al sur?

La sierra de Grazalema (en Cádiz) tiene algo especial, con esas carreteras estrechas y sinuosas y esos veranos frescos llenos de chicharras. Y los pueblos enjalbegados que quedan tan cerca. En cuanto a las capitales, me entusiasma Córdoba, que siempre queda algo apartada por Sevilla y Granada. Es una ciudad bellísima y tan llena de rincones que toda ella se diría un gran rincón.

Toca el este. ¿Qué destino eliges?

Tengo otra cuna en el Bajo Aragón, de donde era mi padre. Hasta toqué el tambor de niño en esas Semanas Santas tan llenas de abismos y ruido. Es un paisaje árido salpicado de oasis semienterrados, rojos y verdes. Cada tomate se le arranca al desierto.

¿Y al oeste?

Cruzo la raya de Salamanca y me voy a Portugal, por ejemplo, al Alentejo, de una belleza imposible, protegida, seguramente, por siglos de pobreza. Le decadencia es bella siempre, tal vez porque la vida late siempre debajo, porque siempre resulta acogedora e indiferente, y nunca acaba de extinguirse.

Encuentro algo banal lo de ir tachando nombres de lugares en la lista.

¿Guardas en tu memoria un “mejor viaje de mi vida”?

No. Guardo gente. Y a muy poca. Tiendo a no idealizar el pasado, que es un producto de la imaginación.

Viajar y comer es todo uno. ¿Algún plato impresionante que recuerdes?

¡Qué mal se me dan estas cosas! Tampoco soy un viajero gastronómico. Comer es también un acto social para mí, que hago con enorme placer cuando estoy con gente con la que disfruto. Una vez tomé unos canutillos de crema que acababa de hacer el arcángel San Gabriel, me pareció a mí. Mordí la masa, aún calentita y recién frita, la crema se me fundió en la lengua, y puse literalmente los ojos en blanco, como si fuera Meg Ryan. No soy paladar, por otra parte, de comidas sofisticadas, soy hijo de gallega y aragonés.

Alentejo

Alentejo

“El Alentejo es de una belleza imposible, protegida, seguramente, por siglos de pobreza”.

Photo by Álvaro Montanha on Unsplash

¿Y el souvenir más querido de cuantos tienes en casa?

No tengo ni guardo souvenirs. Me deshago con facilidad de las cosas. Ni siquiera tomo fotos cuando viajo, trato de vivir los sitios y guardarlos en el cerebro.

¿Qué no puede faltar nunca en tu maleta?

Nada poético: un multicargador de USB con todos los conectores posibles.

Sincérate: ¿gastas alguna manía viajera?

No, que yo sepa, solo una rareza de la que me he dado cuenta con el tiempo: suelo abandonar la habitación, no importa cuántos día haya estado en ella, sin haber encendido ni un segundo el televisor. Normalmente, no sabría decir dónde está el mando.

El mundo es muy grande… ¿Tienes algún viaje soñado?

En mi adolescencia quería ir a Praga. Luego fui y resultó que estaba tapada por un montón de turistas, entre ellos yo mismo, que se la tapaba a otros. Lo mismo me pasó en Florencia. La verdad es que no quiero ir a ninguna parte, aunque espero conocer, sin proponérmelo demasiado, muchos sitios aún. Los que toquen.

Pregunta final y obligada: ¿por qué viajas?

En general, por trabajo. Para tener reuniones, conocer actores, localizar, rodar, hacer promoción, visitar festivales... No siento el impulso de perderme en una isla por vacaciones ni de conocer selvas impenetrables ni de visitar playas infinitas, aunque aprovecho para conocer lugares, comidas y gentes cuando voy por otra causa. Me gusta más el qué que el dónde. Y aún más el con quién. Encuentro algo banal lo de ir tachando nombres en la lista.