El primero en morir

El trepidante y oscuro San Francisco del 'Club de las Mujeres contra el Crimen'

RBA Libros publica en España el primer volumen de la intensa saga de James Patterson que tiene lugar en la vibrante ciudad californiana.

Un hombre en el pasillo grita "Champagne" y David abre la puerta de la suite nupcial del Hotel Mandarin Grand Hyatt, donde él y su novia han celebrado su boda, sin sospechar que será lo último que haga en la vida. Con una escena del crimen, así comienza El primero en morir. James Patterson es la JK Rowling de los thrillers policíacos, un auténtico corredor de fondo de best sellers que lleva más de 150 millones de libros vendidos en todo el mundo. Ahora RBA Libros trae a España una de sus sagas más exitosas, la del Women 's Murder Club (el Club de las Mujeres contra el Crimen), una combinación adictiva de CSI Las Vegas y Anatomía de Grey que tiene como escenario San Francisco.
 

San Francisco
Foto: Shutterstock

Pero antes de que David y Melanie sean brutalmente asesinados la noche de su boda, tenemos dos páginas de prólogo, un cinematográfico flash forward que pone en escena a Lindsay Boxer, inspectora de la policía en San Francisco. “Todo esto es tan difícil, tan horrible, tan inverosímil... Es muy poco propio de mí”, dice aterrada. Es una noche de julio insólitamente cálida en la ciudad. Cualquiera podría decir que es una noche agradable, pero ella sostiene su revólver de servicio contra la sien. Lo que queda por delante son cuatrocientas páginas trepidantes, una investigación al límite para dar con un asesino en serie capaz de lo peor. Pero con James Patterson, San Francisco no es sólo un escenario policial, también es en esta ocasión, el escenario de la amistad de unas mujeres valientes.

Seguir viajando

Lindsay  —treinta y cuatro años, dos años como inspectora jefe en el grupo de Homicidios, recién diagnosticada con la extraña anemia aplásica de Negli—  vive en una casa azul, reformada, en Potrero Hill, desde la que ve la Bahía y el Oakland Bay Bridge, el puente colgante que une la ciudad con la ribera este de la bahía de San Francisco y que se abrió al tráfico en noviembre de 1936, seis meses antes del icónico Golden Gate. 

 

El primero en morir
Imagen de cubierta cedida por RBA Libros

El de James Patterson es un San Francisco en el que todavía no han irrumpido los móviles y los buscas suenan de repente en el bolso o en la americana, una ciudad en la que ni Airbnb ni los coches eléctricos de Elon Musk aún no han irrumpido en las calles. Un San Francisco como el de las películas y series policiacas de principios de los 90, una ciudad en la que se desayuna con el Chronicle vespertino en lugar de mirar las noticias en el carrusel infinito de internet y en la que aún es posible encontrar locales que no se han vendido a la estética más cuqui y naïf, como el Susie's, “una cafetería animada y festiva, con murales en las paredes y con buena comida caribeña”, a donde Lindsay suele ir a que la camarera de siempre le sirva un buen margarita y una ración de pollo picante. 

Seguir las andanzas de Lindsay es moverse por la ciudad a bordo de su polvoriento, aunque fiable, Bronco. Mirar por la ventanilla mientras pasa por la calle Cuarta, la Tercera, Mission Street, el Moscone Center, llegar tal vez al Embarcadero, sin un destino muy claro, solo por tratar de amortiguar las imágenes que se le pasan en bucle por la cabeza con los novios asesinados y el rostro serio del doctor Orenthaler cuando le informó de los resultados de las pruebas médicas: “Lo que tienes puede poner en peligro tu vida. Puede ser mortal, Lindsay”. Eso es exactamente lo que le dijo.

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Aún con la enfermedad de Negli, Lindsay puede correr sus habituales cinco kilómetros hacia el sur del puerto en esas mañanas en las que aún es capaz de sentir algo parecido a la felicidad, cuando la costa pardusca de Marin, la bahía, e incluso Alcatraz, lucen con un especial brillo. Hay también lugares donde la geografía urbana confluye con la biografía de la protagonista, como Fort Mason Park (perteneciente al Golden Gate National Park), su lugar secreto, donde puede reconciliarse con la vida de nuevo, como si los doscientos veinte escalones que hay para subir fueran suficientes para alejarse de todo lo malo que está viviendo.

Allí arriba, suele recordar un fragmento de Thoreau: “El tiempo no es más que el río donde pesco. Bebo de él, pero al beber, veo el lecho arenoso y detecto lo poco profundo que es. Su corriente fluye, pero la eternidad permanece. Querría beber más en el fondo, pescar en el cielo, cuyo lecho de guijarros está compuesto de estrellas”. De nuevo la literatura salvando vidas.

 

Una enfermedad extraña, posiblemente mortal, y un psicópata que no para de preguntarse a sí mismo qué es lo peor que ha hecho nadie forman un combo que puede desequilibrar a cualquiera. Pero si Lindsay sigue en pie no es porque haya encontrado el libro de autoayuda definitivo para enfrentarse a la muerte y la violencia, sino porque encuentra el equilibrio en la amistad, la que se trenza entre las mujeres valientes que constituyen el Club de las Mujeres contra el Crimen: Cindy Thomas (la reportera recién llegada al Chronicle), Claire Washburn (la médico forense con la que Lindsay se suele encontrar en el Palacio de Justicia), y Jill Bernhardt (la asistente del fiscal del distrito). ¡In margaritas veritas!