
Todos los procesos creativos son un viaje en sí mismo. ¿Cómo ha sido el que has hecho con Bajaré de la luna en tirolina?
Ha sido, sin duda, un viaje placentero hacia la espontaneidad de un chaval alocado de 11 años. El hecho de que el protagonista no tenga filtro es muy liberador, sobre todo en estos tiempos.
Escribiste la novela durante el confinamiento. ¿Y eso?
Mi agente literaria me llamó y me dijo “Oye, recuerdo que una vez me enviaste unas páginas de la vida de un chaval bastante tronchantes. Deberías aprovechar el confinamiento para acabarlo”. Y así hice. Había acabado el disco de Love of Lesbian y se me presentaba un mes realmente extraño, sin nada que hacer excepto ver series. El libro me ayudó a mantener el sentido del humor en un momento realmente complicado.
¿Cuánto tiene de ti Déibid, el preadolescente protagonista?
Creo que Déibid es el chaval que, por una temporada, fui. La diferencia es que él verbaliza siempre, mientras que yo, con aquella edad, como todos, supongo, me fui podando. Déibid es rápido mentalmente hablando, pero ante los problemas se recluye demasiado en la fantasía. El libro es su aprendizaje. Un tránsito en aquella edad tan difícil en la que eres medio niño y medio hombre, ese territorio fronterizo de la pubertad es muy creativo, en realidad, debido a la contínua contradicción en la que vivimos durante esos años.

Ciudad Juárez
“Empecé a gestar la El paso, del último disco, cuando, en Ciudad Juárez y tomando algo, veíamos la frontera con Estados Unidos”
¿Qué tipo de lectura nos ofrece el libro?
Una lectura amable, creo. En realidad, si entras en el mundo de Déibid, te das cuenta de que él intenta mostrar siempre su parte más humorística, mientras que en su interior hay verdaderas tormentas. Puede que nos siga sucediendo a todos.
Como compositor y cantante de Love of Lesbian has recorrido mundo. ¿Un lugar que tengas grabado en la memoria, descubierto a raíz de un concierto?
Hace poco pudimos indagar la historia del teatro romano de Mérida a raíz de un concierto inolvidable. Lo cierto es que es un enclave que debería ser más conocido. Visitarlo con cierta calma y al lado de una persona entendida es un viaje en el tiempo, y lo tenemos cerca.
¿Y esa canción inspirada por un viaje o una ciudad concreta?
El paso, del último disco. Empecé a gestarla cuando, en Ciudad Juárez y tomando algo, veíamos la frontera con Estados Unidos. Tan cerca, pero, a la vez, tan distantes. Dos mundos mirándose de frente. Puede ser que allí chocaron las olas de la geografía y la política, y en aquella dualidad me sentí inspirado como para hablar de dar “pasos” en la vida.

Islandia
"Islandia es un enclave que se defiende por sí mismo. Una experiencia en 360º"
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Cuando uno se pasa esa vida de gira, ¿viajar por placer apetece menos?
Sería estúpido negarlo. A veces, necesito sacar fuerzas para salir de viaje con la familia. Es lógico, creo. Lo único que deseo es quedarme en casa y no salir, a menos que sea necesario. Pero, al final, recuerdo que las emociones entre un viaje y el otro son muy dispares, y por supuesto acabo disfrutándolo.
¡Viajemos un poco! Si ponemos rumbo al norte, ¿adónde nos llevas?
A Islandia. Es un enclave que se defiende por sí mismo. Una experiencia en 360º.
¿Y mirando al sur?
Te diría que a Buenos Aires. Borges influye mucho en esa decisión.
Toca el este. ¿Qué destino eliges?
Lo más al este que he estado es Egipto. Allí aprendí que el concepto del tiempo occidental es arbitrario.

Hvar, Croacia
“Aún sueño con los fetuccini a la trufa que me comí en Hvar, una de las increíbles islas de Croacia”
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¿Y al oeste?
Lo más al oeste que he estado es Austin. Tocamos en un festival llamado South by Southwest y nos hinchamos a comprar instrumentos musicales.
¿El plato más impresionante que has probado en un viaje?
Croacia, en una de sus increíbles islas, Hvar. Unos fetuccini a la trufa con los que aún sueño.
¿Y el souvenir más querido de cuantos tienes en casa?
Uno que compré en las inmediaciones de Chichen Itzá. Me ha acompañado en cada cambio de vivienda.
Sincérate: ¿gastas alguna manía viajera?
Caminar. Mucho. Solo así sales del circuito establecido. Perderse, casi siempre, es bueno.

Luxor
Templo de Luxor, en Egipto
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¿Qué no puede faltar nunca en tu maleta?
Unos auriculares para escuchar música o podcasts en el avión.
¿El mejor viaje de tu vida?
Diría que Islandia, pero Egipto me marcó muchísimo.
¿Y tu viaje-sueño pendiente?
Japón y el Tibet.
Llega la última pregunta: ¿por qué viajas?
Para reafirmarme en la idea de que nuestra personalidad es casual, coyuntural. Y ver que podríamos ser de muchas más maneras.