Helsinki y su archipiélago siempre han tenido una relación estrecha que va más allá de lo meramente natural. Antes de que aquel asentamiento portuario se convirtiera en la capital del país una vez los zares tomaran control del Ducado allá por el año 1809 estas islas servían como como varadero para pescadores. Décadas antes, la creciente tensión entre las coronas suecas y rusas, provocó que estos trozos de tierra se transformaran en bastiones defensivos, en fortalezas desde donde proteger el litoral de los ataques marítimos. Y ahora, estos reductos naturales se han convertido en una especie de laboratorio para proyectos artísticos y turísticos con un claro enfoque en la sostenibilidad. Si Vallisaari el año pasado se convirtió en la sede de la bienal de arte de la ciudad, este año está de estreno Laajasalo, donde se emplaza Majamaja, un poblado de cabinas autosuficiente al que se accede por mar o por tierra gracias a los carriles bici y a los puentes que conectan la metrópolis finlandesa con este remoto paraje.