El sur de Alaska: viaje en barco "a la última frontera"

Una travesía por el Pasaje Interior, un territorio de islas y fiordos en el que bosques, ballenas y glaciares son los protagonistas absolutos.

Alaska, el mayor estado de los Estados Unidos es famoso por sus historias de la fiebre del oro, su condición de última frontera y su extraordinaria naturaleza. El viaje de siete días a bordo del crucero Bliss de Norwegian Cruise Lines (NCL) permite adentrarse en el sur de este asombroso territorio, una región a la que solo se accede en barco o en avión. La ruta empieza en Seattle y como las cuentas de un collar va engarzando paradas que por sí solas ya merecen un viaje: Juneau (la capital de Alaska), Skagway, la Bahía de los Glaciares, Ketchikan y un parada final en la ciudad canadiense de Victoria. 

 

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iStock-1156922779. SEATTLE, LA PUERTA DE ALASKA

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SEATTLE, LA PUERTA DE ALASKA

El barco zarpa de Seattle, una ciudad vital y abierta a la bahía de Elliott, por la que de mayo a octubre navegan cientos de veleros y los cruceros que van rumbo a Alaska. Cuna del grunge de Nirvana o Pearl Jam, de la cadena Starbucks y de proyectos artísticos como el parque de las Esculturas, Seattle es una ciudad acogedora con un mirador de 360 grados en la Space Needle, una torre de 184 m de alto que se encara al otro gigante de la zona, el volcán Mount Rainier (4.392 m).

En su ruta rumbo norte, el Norwegian Bliss de NCL navega en paralelo a la costa de la Columbia Británica canadiense hasta adentrarse por el Pasaje Interior, un laberinto de islas y penínsulas coronadas por montañas nevadas y bosques que casi tocan el agua. Desde sus amplios ventanales, múltiples cubiertas y balcones se contempla a todas horas panorámicas espectaculares además de avistamientos de ballenas, orcas o delfines.

iStock-1141438186. Juneau, la capital de Alaska

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Juneau, la capital de Alaska

El buque se desliza suavemente sobre un agua azul grisáceo que se torna brillante y turquesa cuando el día es soleado hasta que se avista Juneau, asentada sobre una estrecha franja de tierra. La capital de Alaska es una localidad de unos 32.000 habitantes a la que solo se llega por mar o por aire y cuya carretera más larga mide 70 km. La única forma de alcanzar los pueblos dispersos por este laberinto acuático son los barcos de línea de Alaska Marine Highway y los vuelos de Alaska Airlines, o bien contratando un viaje en lancha o avioneta.

Juneau creció gracias a las minas de oro y, aunque la última cerrara en 1984, su recuerdo se mantiene vivo en las estructuras del puerto y en las decenas de joyerías del centro. La ciudad vive ahora del turismo, sobre todo de los cruceros (de mayo a octubre), y de la pesca del salmón, una actividad que junto al oro forma parte del ADN de todas las poblaciones del sur de Alaska.

Para entender por qué a Juneau la llaman la “San Francisco de Alaska” hay que asomarse a algunas de las estrechas y empinadas calles-escalera que trepan montaña arriba. El exagerado apodo es un reclamo innecesario pues la capital alaskeña tiene un poderoso motivo para seducir a los visitantes: la naturaleza. Y no hace falta ir muy lejos para disfrutarla de lleno. El teleférico que sube al Mount Roberts sobrevuela el bosque pluvial templado que cubre esta montaña de 1160 m y ofrece vistas magníficas de la bahía de Juneau. Aún más espectacular es acercarse al glaciar Mendenhall (20 km de longitud), uno de los 38 que descienden del gran campo de hielo de Juneau; se accede a la base en autobús desde el centro de la ciudad.

 

 

Si se dispone de algo más de tiempo, Juneau invita a explorar su red de 210 km de senderos, realizar una salida guiada por el bosque para observar osos, sobrevolar en avioneta la zona o navegar por la bahía de Juneau a la caza fotográfica de ballenas, delfines o leones marinos.

iStock-508143265. Ballenas y osos a la vista

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Ballenas y osos a la vista

El encuentro con la fauna de Alaska produce una sensación similar al vértigo y el verano es la mejor época para vivir esa experiencia. Los osos negros y grizzlis están en plena actividad en los bosques de abedules y abetos de Sitka (árbol nacional de Alaska), mientras que las ballenas jorobadas ya disfrutan de las plácidas bahías del Pasaje Interior tras regresar de su retiro invernal en las cálidas aguas de Baja California y Hawái.

A partir de junio, las propuestas de salidas guiadas en barco, todoterreno o avioneta para observar animales se multiplican. Algo que también puede hacerse desde el mismo crucero. Desde la barandilla de la cubierta o del balcón del camarote es posible avistar nutrias marinas, orcas, marsopas de Dall, leones marinos o ballenas jorobadas. Como curiosidad: el catálogo de la Universidad de Alaska Southeast tiene un registro de las colas de todas las ballenas avistadas en la zona. 

Hay otro animal magnífico que se ve fácilmente sin prismáticos: el águila calva o águila americana, que puede alcanzar los 6 kg de peso y superar los 2 m de envergadura. Es habitual verla sobrevolar los fiordos cerca de la orilla, acechando las aguas en busca de presas que luego acabarán de devorar en nidos de dimensiones “palaciegas”: casi una tonelada de peso, más de 2m de ancho y 4 de hondo. Curiosamente y a pesar del tráfico aéreo, su principal amenaza son los peces de gran tamaño pues pueden arrastrarlas al fondo.

iStock-547429760. El Estrecho de Hielo, Icy Strait Point

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El Estrecho de Hielo, Icy Strait Point

La pesca del salmón plateado y real fue durante décadas el motor económico de esta región de fiordos. A 35 millas de Juneau, en la punta de la isla Chicagof, la localidad de Hoonah ha hallado en el turismo crucerista un revulsivo económico y un motivo para recuperar su memoria histórica.

Habitada por los huna desde hacía siglos, en 1912 la Hoonah Packing Co instaló al norte de la ciudad la que sería la principal factoría conservera de salmón del sur de Alaska. La fábrica dejó de funcionar en 1953 y, tras décadas de abandono, fue adquirida por la asociación nativa Huna Totem Corp, que remodeló el viejo edificio y en 2004 inauguró el puerto de Icy Strait Point para acoger grandes buques. Desde mayo de 2022, un telecabina sube a los visitantes hasta casi la cumbre del monte White Alice, desde donde se realizan caminatas para observar osos y también las cabras blancas y peludas de las Rocosas.

The Cannery, la antigua factoría, aloja ahora un restaurante, una tienda de souvenires y artesanía local y un museo con maquinaria de la época. Aún se pueden ver las tablas sobre las que se limpiaba y cortaba el pescado para después enlatarlo y cocerlo al horno durante horas. El trabajo era duro e intenso pues las capturas debían prepararse en el mínimo tiempo posible, si era necesario trabajando días seguidos. Así lo explica Johan Dybdahl, que creció en una de las sencillas casas de madera que aún se alzan frente al viejo muelle y que ahora acompaña a los visitantes.

iStock-583696924. Ketchikan, tótems y burdeles

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Ketchikan, tótems y burdeles

La entrada al puerto de Ward Cove es un paseo sensacional entre orillas de bosques con algunas casas dispersas y águilas calvas sobrevolando las aguas (hay unos 30 nidos en la zona). Desde el mismo muelle una decena de autobuses trasladan gratuitamente hasta el centro de esta ciudad fundada en 1885. Encrucijada de barcos mercantes y pesqueros en la ruta por el Pasaje Interior, Ketchitkan mantiene el espíritu comercial de sus fundadores en el casco histórico, con multitud de tiendas y restaurantes. 

Su enclave más famoso es Creek Street, un paseo sostenido sobre pilones con edificios de madera que conservan el aspecto de inicios del siglo xx, cuando esta zona portuaria era el “distrito rojo” de Ketchitkan. Aún puede visitarse el burdel de Dolly y conocer mil historias sobre los contrabandistas que durante los años de la ley seca se deslizaban bajo los muelles las noches sin luna.

Los tótems son el otro gran aliciente de Ketchitkan. Se ven por toda la ciudad, coloridos, tallados con formas animales (cuervos, águilas, ballenas, osos…), de pie a la entrada de un parque, de una calle o de un museo. Los más imponentes se hallan en cuatro localizaciones, accesibles en autobús: Saxman Totem Park, Totem Bight State Park, Potlatch Park y el pequeño museo Totem Heritage Center, a 15 minutos a pie, que exhibe una decena de tótems con más de cien años de antigüedad.

El crucero de NCL atraca en Ketchitkan a primera hora de la mañana del sexto día después de cruzar el Pasaje Interior en sentido sur, pero para muchos viajeros esta ciudad marca el inicio de su ruta por Alaska porque suele ser la primera etapa de la travesía de la mayoría de cruceros y se halla a solo 2h de vuelo de Seattle.

iStock-578286220. Skagway y la fiebre del oro

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Skagway y la fiebre del oro

Skagway aparece encajada en el fondo de un fiordo y rodeada de altas cumbres que permanecen nevadas diez meses al año. El crucero ocupa el muelle principal del alargado puerto como un enorme hotel flotante que en pocas horas triplica los mil habitantes de esta tranquila localidad. Llegar al centro requiere apenas veinte minutos de paseo y recorrer su calle mayor otros veinte, si se es capaz de no entrar en todas y cada una de las tiendas de souvenires que la flanquean. Camisetas, gorras, caza-sueños, figuritas, imanes, tazas, joyas y bisutería, latas de salmón… los comercios ocupan los bajos de edificios de madera que conservan el aspecto de la fiebre del oro, una época de disputas a punta de pistola. Aún queda el saloon y, en las afueras, el cementerio en el que bajo lápidas medio torcidas yacen los pioneros de aquella época, algunos famosos por solucionar los conflictos a base de balazos.

iStock-1160059273. Chilkoot Trail y el tren del White Pass

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Chilkoot Trail y el tren del White Pass

El 17 de julio de 1897 el periódico The Seattle Post Intelligence anunciaba con grandes titulares: Gold!Gold!Gold! Fue el tiro de salida de la estampida de buscadores de oro que llegaron a Skagway dispuestos a hallar el dorado mineral en los ríos Yukón y Klondike.

Aquellos aventureros remontaban el río Taiya hacia el paso Chilkoot, una ruta convertida ahora en el Chilkoot Trail, un sendero de largo recorrido que recorre los 53 km (entre 3 y 5 jornadas) que separan el fiordo de Skagway del lago Bennett, en Canadá; El punto de partida es Dyea, a 14 km de Skagway, que también tuvo su época de apogeo gracias a la fiebre del oro, pero que se desvaneció en apenas una década.

El ferrocarril histórico del White Pass ofrece una alternativa mucho más descansada y adecuada si la estancia en la ciudad es de pocas horas. En un trayecto de menos de tres horas a bordo de vagones de época es posible hacerse una idea del colosal proyecto que supuso la construcción de esta vía férrea entre 1898 y 1900 que cruzaba hasta más allá del lago Bennett. Sus impulsores tuvieron que enfrentarse a las nevadas, los desprendimientos de rocas, laderas empinadas y gargantas vertiginosas que debían salvarse con puentes para funambulistas.

Hace 250 años la Bahía de los Glaciares era una inmensa lengua de hielo que cubría los fiordos por donde hoy navegan los cruceros y barcos de avistamiento. Parque nacional, reserva de la biosfera y patrimonio mundial por la Unesco, Glacier Bay es un santuario natural de 13.000 km2 que abarca cumbres de más de 3000 m, bosques en los que viven osos, renos y cabras montesas y una docena de glaciares, ocho de los cuales vierten sus hielos al mar. El más fácil de ver desde el barco es el Margerie, de 34 km de largo, 1,6 km de ancho y 76 m de altura por encima del agua y 30 m por debajo.

Desde la cubierta principal del Norwegian Bliss de NCL se tiene una vista completa de este coloso gélido desde las 6 de la mañana hasta las 3 de la tarde, tiempo de sobras para contemplar sus grietas y oír el crujido de los bloques cayendo al agua. Hay otras distracciones alrededor del barco: a pocos metros, nutrias marinas que se zambullen entre icebergs de distinto tamaño que flotan en el fiordo; y al salir a aguas más abiertas, el resoplido de alguna ballena.

El centro de información del parque se localiza a la entrada de la bahía, en Barlett Cove, donde hay una zona de acampada y un sencillo alojamiento para los viajeros independientes. El aeropuerto de Gustavus es la conexión más rápida con el resto de Alaska.

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Bahía de los glaciares

Hace 250 años la Bahía de los Glaciares era una inmensa lengua de hielo que cubría los fiordos por donde hoy navegan los cruceros y barcos de avistamiento. Parque nacional, reserva de la biosfera y patrimonio mundial por la Unesco, Glacier Bay es un santuario natural de 13.000 km2 que abarca cumbres de más de 3000 m, bosques en los que viven osos, renos y cabras montesas y una docena de glaciares, ocho de los cuales vierten sus hielos al mar. El más fácil de ver desde el barco es el Margerie, de 34 km de largo, 1,6 km de ancho y 76 m de altura por encima del agua y 30 m por debajo.

Desde la cubierta principal del Norwegian Bliss de NCL se tiene una vista completa de este coloso gélido desde las 6 de la mañana hasta las 3 de la tarde, tiempo de sobras para contemplar sus grietas y oír el crujido de los bloques cayendo al agua. Hay otras distracciones alrededor del barco: a pocos metros, nutrias marinas que se zambullen entre icebergs de distinto tamaño que flotan en el fiordo; y al salir a aguas más abiertas, el resoplido de alguna ballena.

El centro de información del parque se localiza a la entrada de la bahía, en Barlett Cove, donde hay una zona de acampada y un sencillo alojamiento para los viajeros independientes. El aeropuerto de Gustavus es la conexión más rápida con el resto de Alaska.

norwegianbliss-ketchikanalaska. La experiencia a bordo

Foto: Norwegian Cruise Lines

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La experiencia a bordo

Viajar por Alaska en el crucero Norwegian Bliss de NCL es una oportunidad de oro para adentrarse en un paraíso de difícil acceso. Observar el horizonte en busca del resoplido de alguna ballena y fotografiar sin parar el perfil de montañas e islotes se convierte en una excitante rutina diaria. De la mañana a la noche, la luz cambia el aspecto del agua y de los bosques de las orillas: azul turquesa, gris plateado, un verde brumoso casi marrón, el cobre del atardecer... Y lo más extraordinario es que, en un buque capaz de alojar a más de 4000 personas, esos matices se pueden contemplar en absoluta intimidad desde sus múltiples cubiertas, desde el balcón del camarote o desde los amplios ventanales del salón principal y los restaurantes. 

La gastronomía es uno de los puntos fuertes del Norwegian Bliss. Las cartas de sus restaurantes exhiben especialidades de medio mundo, preparadas por chefs y sommeliers que conocen a fondo los productos y servidas con gran profesionalidad y delicadeza. Desayunar, almorzar o cenar se convierte en una experiencia agradable desde el mismo momento en que se entra por la puerta de alguno de los restaurantes del Bliss (cocina italiana, francesa, japonesa, marinera, de grill, internacional, mexicana). También hay una cervecería, una coctelería, un bar terraza, además de un club de comedia, un auditorio, un local con música en vivo y una discoteca; ah! y spa. La vida dentro del barco puede ser también muy intensa. De vuelta al camarote, el balcón panorámico nos regalará otra inigualable vista del paisaje de Alaska, un mundo salvaje, sin domesticar, intacto.

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