La serie 3 Caminos es un viaje espiritual, además de físico. ¿Qué te ha dejado a ti, a nivel personal, esta experiencia?
Mucho tiempo para disfrutar de la naturaleza en silencio, una amistad muy bonita con mis compañeros y una experiencia que me ha sorprendido porque no había hecho el Camino y no entendía su valor. Que no lo he caminado como lo camina la gente porque que he estado en un rodaje, pero he podido sentir la magia que tiene e imaginar lo que es pasar todos esos días caminando sin más.
La serie aborda la vida de sus cinco protagonistas a través de tres momentos, con el Camino de Santiago como eje vertebrador. ¿Qué historia quiere contar?
Ahora mismo hay pocas series, aunque las hay, que hablen de la vida. En este caso, el Camino se convierte es un personaje más y representa la vida, y estos personajes son los que la transitan. Los temas que aborda son todos los que conlleva vivir y abandonar también este camino, como el paso del tiempo, la amistad como valor que se mantiene, el amor, el desencuentro en el amor, la muerte… Sus creadores tuvieron claro desde el principio que este era el valor a jugar en la serie.
3 Caminos es también un viaje físico, el que ha requerido la propia serie por un escenario absolutamente real. ¿Qué destacarías de los caminos, parajes, escenarios que has recorrido durante el rodaje?
El poder de la naturaleza, lo grande que es. No conocía nada de Pamplona ni tampoco de León y su comarca de la Maragatería, y he visitado parajes que son salvajes, que están casi vírgenes, aunque el hombre todo lo ha alcanzado. Había algo de la dimensión y grandeza de la naturaleza, que creo que es inabarcable y que, por mucho que la destruyamos, se regenera a una velocidad tremenda. Este verano, la zona donde vivo se quemó y en dos meses ya estaba todo verde, yo no daba crédito.

Castrillo de los Polvazares
El pueblo maragato por antonomasia: Castrillo de los Polvazares
Foto: Istock
Tu profesión de actriz te ha llevado hasta Nepal, Canadá, México, Argentina, Italia o Islandia. De todos los escenarios internacionales en los que has trabajado, ¿cuál te ha dejado un sabor especial?
Islandia es un país tan alejado de nuestra cultura… Esos paisajes sí que son mucho más salvajes e inexplorados que los nuestros, solo por la población que hay, que es mínima comparada con el territorio. Y, además, ofrece unos paisajes que en mi vida he visto: una playa llena de restos de glaciares que era de color gris y tenía unos glaciares varados, como una especie de templo de hielo en medio. O la zona de los fiordos, ¡estuvimos un día entero siguiendo a una ballena obsesionados con poder verla más de cerca! Y ya no te digo los géiseres o la Blue Lagoon. Estás en medio de la nieve, en un lago de aguas termales, restregándote barro blanco... Es una gloria, entre la personalidad de los islandeses y lo que es el paisaje, la orografía, el lugar en sí. Hay algo de esa forma de vivir que a mí me fascinó, que está muy lejos de mí. El medio en el que viven genera y crea los hábitos, las tradiciones, modela su tipo de vida.
Y del resto de lugares, Roma se me quedó en el corazón, ya no solo por el valor histórico que tiene y la energía que hay ahí, que a mí me llegaba directamente. Es una ciudad muy viva y, a pesar de la era moderna, permanece y perdura. El Panteón es un lugar que no me canso de visitar. La ciudad en sí tiene partes como un tanto decadentes y la naturaleza es mucho más verde que en Madrid y se abre paso a través de los edificios, las grieta… ¡Y eso me invita a soñar! Es una ciudad también mágica para mí.
Y en España. ¿Qué gran descubrimiento has hecho a raíz de un rodaje?
Pamplona y la comarca de la Maragatería, en León, donde fuimos a ver una cascada en la que me dijeron que se hizo un anuncio de Fa hace muchos años. Estuvimos comiendo allí todos juntos. ¡Qué lugar más bello! Me dices que estoy en algún lugar de Sudamérica y me lo creo. Aluciné mucho también, por cierto, con el Hotel La Lechería, donde se come increíble, ¡lo recomiendo muchísimo! Les han concedido el título Bib Gourmand en la Guía Michelin 2021. Estábamos deseando que llegara la hora de comer o cenar para ir. ¡Riquísimo todo! Los postres eran increíbles… y las cremas. Y también quiero destacar Samos, un pueblo en el interior de Lugo que me fascinó. ¡Era como de cuento!
Pregunta obligada: ¿y tú por qué viajas?
¡Fácil! Porque me gusta observar y conocer lo desconocido.
¿Cómo de grande es tu espíritu viajero? ¿Con qué frecuencia conoces mundo?
En este último año, menos de lo que me gustaría. Pero sí he sido muy viajera, menos en los últimos dos años, en que he sentido que me apetecía estabilidad, estar tranquila y no he tenido tanto esa necesidad de salir. Pero desde que pude y gané el suficiente dinero como para poder viajar, me marché. Empecé a trabajar con 18 años y mi primer gran viaje fue con 21 años a México, yo sola, con la mochila. ¡Imagínate mi madre, pobrecita! Me decía: “Por favor, Vero, ve a Ibiza y drógate como todo el mundo” [risas]. Mi abuela era mexicana, de San Luis de Potosí, pero fui a México, no por conocer su tierra, que manda narices que no he ido, sino porque me llamaba muchísimo la atención. Me fui a Chiapas y a Oaxaca. Y me alegro de haberlo hecho, porque luego aquello se empezó a ponerse imposible. Hoy en día iría a Tulum, pero eso de cogerte un coche y recorrer el país… Si ya en su momento tenía sus peligros, ahora más.

Calles de San Cristobal de las Casas
Calles animadas de San Cristobal de las Casas, capital cultural de Chiapas
Foto: Istock
¿Cuál ha sido, hasta el momento, el viaje de tu vida?
El de México fue uno, porque fue un impacto muy bestial, no había salido al mundo hasta ese momento. Y también está el viaje que hice a la Patagonia con mi pareja hace unos 11 años.
¡Sigamos viajando! Si pones rumbo al norte, ¿qué destino eliges?
Londres me gusta mucho. Es una ciudad muy cosmopolita, los barrios parecen pequeños pueblos, tiene mucha naturaleza, pero también el centro puro de la ciudad. Tienes de todo al alcance, lo que a mí me gusta: la sensación de vivir cerca del campo, pero estando en una ciudad. Tiene un parque precioso que se llama Hampstead Heath con unas lagunas a las que iba a bañarme en verano, y alucinaba… Pensaba: vivo en la ciudad y me estoy bañando en un parque gigante que parece un bosque en una pequeña laguna. ¡Extraordinario! He trabajado allí y hecho amigos, y las experiencias que he tenido siempre han sido muy positivas. He sido muy feliz en Londres.
¿Y mirando al sur?
Me quedo con Asilah, en Marruecos, con sus casitas blancas… ¡es precioso! Y la arquitectura árabe me fascina. También la artesanía, la comida, la gente es muy divertida… Y tiene unas playas maravillosas.
Al este, ¿adónde vamos?
A Asia y, en concreto, a Bali, Indonesia. Fui hace muchos años por una amiga que estaba pasando allí un tiempo. Ya estaba bastante manido, pero tenía unos lugares alucinantes. Me acuerdo de Ubud, donde había un templo sagrado con monos. La comida también me encantaba. Luego, en cualquier lugar, te daban un masaje increíble y a muy buen precio. La arquitectura, con sus casas bajitas, también era preciosa. Y hay mucho verde. ¡Me encantó!
¿Y al oeste? ¿Algún lugar preferido?
En esta ocasión, me quedo en España: el Valle del Jerte en Extremadura. Cáceres es precioso.
Pongámonos gastronómicas. ¿El plato más impresionante que tienes clavado en el paladar?
Donde mejor he comido en mi vida ha sido en España. Recuerdo una cena, en Kabuki de Tenerife, que se me caían las lágrimas. Recientemente, también en Tenerife, en el restaurante Haydée, me comí un menú degustación que incluía una ostra, que no sé que le pusieron, pero estaba de muerte… Y una crema holandesa de clorofila, huevo y calabaza… y no sé qué más.

Bali
Templo de Pura Lempuyang, en Bali
Foto: Istock
¿Ese momento en el que, en un viaje, te has emocionado profundamente contemplando algo?
Fue en México, en el sur de Chiapas. Hubo un momento en que iba en una pick-up de transporte de cerdos y me puse a llorar de lo bonita que era la sierra que estaba observando. Me dirigía hacia el Parque Natural El Triunfo. Y también me pasó en Costa Rica, donde fui hace cinco años, en el Parque Nacional Corcovado, que es una locura. Fui en la época en que los animales se trasladan hasta allí por el clima y, caminando por la selva, porque eso ya es selva, vimos una boa constrictor. Los pájaros, los árboles… Todo era una pasada. Y el mar y las playas.
¿Gastas alguna fobia o manías viajeras?
Necesito sentirme segura donde duerma. En Chiapas, estuve cerca de 20 días en un poblado con otro chico que encontré en el camino que era americano y que, como yo, también estaba viajando. Colaboramos en el pueblo y, a cambio, nos dejaron dormir en un barracón hecho con maderas y plásticos, bastante largo. Una noche, estando allí durmiendo, entraron unos 10 hombres con linternas. Yo estaba dormida y me despertó el compañero. El miedo que pasé porque no sabía qué querían fue terrible. No se movían, solo nos apuntaban con las linternas. Yo no sabía si nos querían matar, robar o qué nos iban a hacer. Después de esa experiencia, siempre que he viajado, he necesitado sentir que estoy en un lugar donde puedo descansar tranquila. Nunca supimos qué pretendían, pero pensamos que quizá querían robarnos las cámaras o la tecnología que llevábamos encima, porque, en el momento en que nos movimos y fuimos a encender la luz, salieron todos disparados.
¿Tu suvenir más querido de cuantos tienes en casa?
Una ballena tallada en madera con un hombre subido a lomos que le compré a un artesano en Creta. Estuve hace pocos años y me recordó a la Ibiza de hace mucho tiempo, de cuando no estaba el jaleo de las discos y toda esta cosa. Recuerdo una tarde que me pasé tan a gusto en una playa kilométrica donde no había nadie. Es un lugar fascinante.
¿Tu viaje-sueño pendiente?
África, solo conozco algo del norte: Marruecos y Túnez. Hay un sitio en Tanzania, un parque natural nacional, el cráter del Ngorongoro, donde hay un montón de especies de animales. Me han hablado cosas increíbles.