España

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Playa de La Caleta, la playa urbana por excelencia

Hablar de La Caleta no es hablar de una playa, si no de la intimidad de una ciudad. Se podría decir que esta postal típica de Cádiz funciona a modo de un microcosmos que la representa a pequeña escala. A parte de la fama mediática por ser la playa en la que se bañó Halle Berry en Muere otro día, de la serie James Bond, La Caleta es una playa de carácter familiar que ha atraído desde siempre a artistas y bohemios como Isaac Albéniz, Paco Alba, o Fernando Quiñones, el poeta más querido de Cádiz.

Cabo de Gata

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Cabo de Gata

Tomar como campo base cualquiera de sus pueblos blancos como Mojácar, Níjar, San José o Carboneras es una de las mejores decisiones para lanzarse a descubrir un Parque Natural que regala paisajes de película. La playa de los Genoveses, la de los Muertos o la playa de Mónsul son algunos de los ejemplos de su belleza natural, cuya guinda puede contemplarse en el Arrecife de las Sirenas, junto al faro del Cabo de Gata. El origen volcánico del parque le dota de un aspecto salvaje acentuado por las llanuras desérticas que lo rodean. Un cóctel inolvidable.

Guiomar Huguet, editora adjunta.

 

Gijón

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Gijón

En cualquier época del año, aún con la fina lluvia que es tan habitual por el norte, apetece un delicioso paseo junto al mar. Pasar por la conocida playa de San Lorenzo, entre la iglesia de San Pedro y el yacimiento de la antigua ciudad romana de Gigia, y acabar en el Cerro de Santa Catalina, desde donde disfrutar de unas espectaculares vistas a los pies de la enorme escultura de Eduardo Chillida, el Elogio del Horizonte. El barrio de Cimadevilla, el más antiguo de Gijón, ofrece multitud de sidrerías y tabernas en las que degustar de su rica gastronomía y de un culín, o más de uno, de la bebida más conocida de Asturias.

Sandra Domènech, coordinadora editorial de Viajes National Geographic.

 

Priorat

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Priorat

Pocos paisajes del vino en los que la voluntad haya vencido tantos problemas como este rincón del interior de la Costa Daurada. Se podría decir que con los monjes que llegaron de Provenza para fundar la Cartuja de Escaladei llegó el vino a esta región de orografía escarpada. Precisamente, el secreto de esta denominación de origen está en sus viñas en pendientes que parecen querer tocar el cielo y que hacen madurar la uva en un clima extremo. Son vinos tan personales que muchos enólogos pueden llegar a diferenciar de que viña exacta es cada uno de los caldos. Por toda esta cultura, su entorno natural, los bellos pueblos, los hoteles con encanto y el lujo gastronómico, es una de las eternas candidatas catalanas a Patrimonio de la Humanidad.

José Alejandro Adamuz, editor colaborador digital de Viajes National Geographic.

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León

Hay un punto en el callejero que define exactamente lo que es la ciudad de León. Se trata de la confluencia entre Avenida Ramón y Cajal y la Calle Ruíz de Salazar, en pleno centro. Allí, aparecen de un solo vistazo para el visitante cerca de dos mil años de historia: al norte, en primer término, la torre románica de San Isidoro (S. XI y XII), un poco más lejos, el mejor tramo conservado de la segunda muralla romana (S. III); Al sur, el Palacio de los Guzmanes (S. XVI) y la fantasía medieval de la Casa Botines (S. XIX) que diseñó Gaudí para León. Y a esta lección magistral, hay que sumarle todo lo bien que se come y se bebe, el ambiente pausado de las calles del barrio Húmedo o del Romántico y la mirada al presente, y al futuro, del barrio Era de Renueva con ejemplos de arquitectura contemporánea, como el colorido Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León (MUSAC).

José Alejandro Adamuz, editor colaborador digital de Viajes National Geographic.

Costa Quebrada (Cantabria)

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Costa Quebrada (Cantabria)

Es de carácter montañés; y sin embargo, Cantabria puede sacar pecho sin complejo de tener uno de los litorales más bellos de España. Diríase que su especial morfología tiene un origen mítico: hace unos 100 millones de años, la Península Ibérica rotó con relación al continente abriéndose espacio así para el mar Cantábrico y dando lugar a los característicos pliegues de este litoral. Se podría decir que el paisaje excepcional de la Costa Quebrada es el testimonio de la eterna lucha entre el mar y la tierra. El Parque Geológico de Costa Quebrada se desarrolla a lo largo de unos 20 kilómetros, en los que se encuentran playas escénicas como la de Arnía con sus espectaculares flysch, o playa del Madero, mucho más recóndita, acantilados de horizontes tremendos, yacimientos prehistóricos y afloramientos rocosos que parecen lienzos.

José Alejandro Adamuz, editor colaborador digital de Viajes National Geographic.

 

Sierra de la Tramuntana

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Sierra de la Tramuntana

Un viento le dio nombre, pero su esencia es pétrea. La sierra de Tramuntana se extiende en la costa occidental de Mallorca como una columna vertebral de la isla: desde Estellenc al Cabo de Formentor, pasando por su punto más alto, el Puig Major, a 1.445 metros. Mientras la mayoría de miradas se dirigen a la costa sur, donde las playas son más dóciles, este paisaje cultural, declarado patrimonio mundial por la Unesco en 2011, se abre como un universo propio en la isla en el que descubrir pueblos bohemios como el Deià de Robert Graves, playas sorprendentes como la cala del Torrent de Pareis, faros o carreteras que por sí solas ya son todo un espectáculo. Aún se siente el eco de personajes míticos como George Sand, Chopin y el archiduque Luis Salvador de Habsburgo, quien puso en primera línea del turismo del S. XIX a la isla de Mallorca.

José Alejandro Adamuz, editor colaborador digital de Viajes National Geographic.

Soria

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Soria

Para cualquier persona no iniciada en el turismo soriano esta opción puede parecer, a priori, secundaria. Nada más lejos. Los campos de Soria que cantó Machado así como las animadas calles de su ciudad tienen un sinfín de ofertas para los viajeros: desde un salto en el tiempo hasta la Antigüedad romana y la resistencia de los numantinos frente al gran Imperio hasta una ruta enológica por la ribera del Duero, pasando por fortalezas medievales como el espectacular castillo de Gormaz o rutas senderistas por el Parque Natural del Cañón del Río Lobos. Una delicia de destino que combina naturaleza, cultura y gastronomía. ¿Qué más se puede pedir?

 

Guiomar Huguet, editora adjunta.

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Rías Baixas

Las Rías Baixas son tradición, naturaleza, paisajes y buen comer a partes iguales. Las dos ciudades de referencia son Vigo y Pontevedra, ambas a orillas de ría y con vitales cascos antiguos entre los que se esconden las mejores barras donde saborear el producto del mar. Pero además, en los pequeños pueblos pesqueros aún puede sentirse la esencia de un litoral que podría recorrerse saltando de faro en faro hasta terminar en las Islas Cíes, parte del Parque Nacional de las Islas Atlánticas.

Guiomar Huguet, editora adjunta.

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Bahía de Cádiz

La riqueza cultural, natural e histórica de la zona solo es comparable con la belleza y longitud de sus interminables playas. Coronada por la capital de la provincia, Cádiz, una de las urbes más antiguas de Europa, el resto de la zona de la bahía y sus alrededores esconde playas de la talla de el Palmar, Caños de Meca o Camposanto, ciudades históricas como San Fernando y pueblos encantadores de casas blancas encaladas y amplios porches con hamacas y tumbonas. Relax made in Andalucía

Javier Flores, director digital de National Geographic.

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Granada

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Granada


La Alhambra es una maravilla refinada de la arquitectura. Para admirarla antes de conocerla, lo mejor es subir al barrio de muros y casas blancas del Albaycín, y allí buscar miradores como el de San Nicolás, con una vista del monumento con el marco natural de Sierra Nevada al fondo. Otra opción es buscar rincones escondidos con perspectivas menos conocidas, como las que se encuentran mientras se pasea por el empinado barrio del Sacromonte, lleno de cuevas donde antes se vivía y hoy se acude para cenar en restaurantes o para ver espectáculos y algún museo de flamenco. La fortificada Alcazaba es la parte más antigua y austera del conjunto, de gran contraste con los delicados palacios nazaríes, que fueron creados pensando en el deleite de los sultanes, con estancias decoradas con filigranas de estuco y patios refrescados por fuentes como la de los Leones. De esa época son también los jardines del Generalife, donde los juegos cantarines de agua acompañan al visitante –en verano son el escenario de un festival de música y danza–. Es cierto que Granada no se entiende sin su Alhambra, pero la ciudad reclama envidiosa que descubramos sus otros atractivos: la Catedral, en cuyo interior se halla el mausoleo de los Reyes Católicos, los baños árabes convertidos en spa donde relajarse, alguna de las teterías moriscas de la calle Calderería, las casas con «carmen» o jardín donde cenar bajo las estrellas, sin descuidar coquetear con la tradición del tapeo, una práctica que, como en el resto de Andalucía, en Granada resulta inolvidable.

Asun Luján, redactora de Viajes National Geographic

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Triángulo castellano: Salamanca, Ávila y Segovia

Ávila, Segovia y Salamanca pueden configurar una escapada de fin de semana que funda monumentos, paisaje, gastronomía e historia, mucha historia. 

 

  1. Ávila conserva la muralla medieval más completa de la Península. Edificada en el siglo XI, desde la distancia impresiona por sus dimensiones, con casi 2,5 km de perímetro y muros de 12 m de alto. Hasta 2000 hombres trabajando durante 9 años fueron necesarios para levantarla. Y cuándo hoy se contempla uno se pregunta qué tuvo esa ciudad en el pasado para precisar ser tan protegida. En la Edad Media, sus torres garantizaban la defensa cuando la ciudad tenía que repeler los ataques moriscos. Sus murallas se traspasaban por puertas que también servían para precintarla en caso de epidemias o para controlar el comercio de víveres, como revela el nombre de la Puerta del Peso de la Harina. Otras también muestran con su nombre la función que tenían, como la Puerta de la Cárcel o la de los Malaventurados, por la que salían los condenados a muerte. Hoy el principal acceso al casco histórico de Ávila se realiza por la robusta Puerta del Alcázar, muy próxima a la Catedral. El templo, con aspecto de fortaleza, está adosado a la muralla, sobre la que además discurre un paseo de adarve desde el que se contempla el casco antiguo y varias iglesias románicas construidas extramuros, como la de San Vicente. Santa Teresa nació en la provincia de Ávila y vivió muchos episodios de su vida en la ciudad, por lo que su figura se recuerda constantemente en puertas, plazas, monumentos, tiendas, mesones y hasta el guisos y dulces como las deliciosas yemas de Santa Teresa.
     
  2. Al este de Ávila se sitúa Segovia, otra capital con famoso monumento. Se trata de su Alcázar, residencia de los reyes castellanos entre los siglos XII y XVIII, y el edificio más relevante y elevado de la ciudad medieval. Se dice que desde una de sus torres el rey Alfonso X estudiaba el firmamento. El centro de Segovia se extiende a los pies de su Alcázar, como un museo al aire libre de arquitectura. La obra más antigua del conjunto es el Acueducto romano, con más de veinte siglos de historia, cuya parte más elevada y famosa es la que cruza la Plaza de Azoguejo, rodeada de mesones tradicionales. Un dédalo de calles medievales serpentean entre el Alcázar y el Acueducto, donde se pueden visitar la Cátedra gótica y las iglesias románicas de San Esteban y San Andrés sobresaliendo sobre los tejados.
     
  3. Cerrando el trío por el oeste se llega a Salamanca, una de las ciudades más ilustradas de la Península. La Plaza Mayor ha sido fiel testigo de las distintas etapas vividas. Considerada ejemplo de arquitectura civil barroca, a lo largo de su historia ha tenido varias funciones, desde coso taurino a patíbulo hasta escenario teatral y sede del Ayuntamiento. Hoy sentarse en una de las terrazas de los bares y mesones tradicionales que se cobijan bajo sus pórticos es el mejor modo de conocer el pulso de esta ciudad de alma juvenil por su Universidad, la más antigua de España, fundada en el siglo XIII. La plaza suele ser el inicio de muchos paseos que no dejan de pasar junto a rincones famosos, como la Casa de las Conchas renacentista o el Convento de las Dueñas, obra cumbre del plateresco salmantino. En cualquier caso, todo paseo debe dirigirse a sus catedrales, sí, en plural, porque Salamanca tiene dos: la Vieja, del siglo XII, y la Nueva, del XVI.

Baix Empordà

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Baix Empordà

La comarca del Baix Empordà es un mosaico de pueblos medievales, calas intactas, playas y arenales de dunas, masías reconvertidas en pequeños hoteles y restaurantes, de interior o con vistas al mar. De todo su territorio, lo que el escritor Josep Pla llamaba l’Empordanet es la joya guardada en el cofre. Un triángulo imaginario que tendría en un vértice su pueblo natal, Palafrugell, y en los otros la Vall d’Aro y las Gavarres, con dos archipiélagos fijos en el mar, las islas Formigues al sur frente al cabo de Cap Roig, y las Medes al norte. El literario l'Empordanet hay que descubrirlo a ritmo lento, por carreteras secundarias que se encuentran con pueblos medievales que emergen entre campos de girasoles, trigo o arroz, o a pie siguiendo el Camino de Ronda, el sendero que bordea toda la Costa Brava desde Blanes a Portbou, y va asomándose a miradores y calas recogidas entre acantilados, donde solo algunos pinos atrevidos se vuelcan a besar el mar. En el litoral del l’Empordanet también se encuentran enclaves que preservan su esencia marinera, en su fisonomía y en la gastronomía, como Tamariu, Sa Tuna o Calella de Palafrugell, una antigua aldea de pescadores donde las barcas aún reposan junto a la orilla o sobre la arena, y en la que se siguen cantando nostálgicas habaneras en las tabernas.

Asun Luján, redactora de Viajes National Geographic

 

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Toledo


Toledo respira historia. Se percibe especialmente cuando se recorren los callejones de su barrio antiguo, algunos tan solitarios que al traspasarlos hacen sentir escalofríos al rememorar mil y una leyendas. Aquí pervive la herencia de árabes, judíos y cristianos que lo habitaban en el pasado y por los que Toledo fue conocida como la Ciudad de las Tres Culturas. Aquel crisol cultural también se plasma en la arquitectura, con mezquitas, sinagogas e iglesias conviviendo de forma ejemplar. Para atestiguarlo ahí están la mezquita del Cristo de la Luz, las sinagogas del Tránsito y la de Santa María la Blanca, la Catedral coronada por una de las agujas más intrépidas de la arquitectura religiosa o el Monasterio de San Juan de los Reyes, edificado en 1746 por los Reyes Católicos para conmemora la victoria en la batalla de Toro. Otros enclaves han transformado su función original, como el Hospital de Santa Cruz, que nació en el siglo XIV para dar cobijo a los huérfanos y hoy exhibe objetos arqueológicos, esculturas y pinturas. En Toledo también vivió El Greco, del que se puede seguir una ruta que discurre por su casa-museo y enclaves donde ver algunos de sus cuadros, sobresaliendo El entierro del señor de Ordaz, en la parroquia de Santo Tomé. Dejando atrás el silencio del barrio histórico uno se topa con el ajetreo de bodegas y mesones tradicionales y un sinfín de tiendas donde se venden armas y armaduras, cerámicas y recuerdos. Un buen lugar para pulsar el ritmo actual de la ciudad es la Plaza Zocodover, con sus calles colindantes. Pero también vale la pena salir del centro urbano, por ejemplo por la Puerta de Bisagra, construida en 1550 como entrada principal de la ciudad, para recorrer el Paseo del Tajo, un camino que sigue la orilla del río, desde el que se contemplan vistas de la ciudad dominada por el Alcázar, un sobrio edificio que hoy acoge un museo del ejército. 
 

Asun Luján, redactora de Viajes National Geographic

Menorca

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Menorca

Mahón en el este y Ciutadella en el oeste señalan los dos extremos de esta isla de contrastes, donde las playas tienen un carácter distinto si se hallan en la acantilada costa norte o entre los pinares del sur. Los pueblos se desperdigan como perlas blancas por la costa y el interior rural, moteado de campos y haciendas que elaboran quesos y embutidos sabrosos, crían vacas y caballos que demuestran su porte en los “jaleos” de las fiestas de verano. La cultura talayótica , con sus taulas y navetas de piedra, demuestra que Menorca ya era considerada un enclave ideal hace miles de años. Las actividades en la isla son numerosas y variadas: recorrer a pie o en bicicleta el Camí de Cavalls (el sendero que rodea la isla por la costa), contemplar la puesta de sol desde la Punta Nati o desde el Cap d’Artrutx, practicar el windsurf, navegar en canoa, bucear en la Reserva Marina del Norte, observar aves en la Albufera des Grau… Y lo mejor de todo es que no hay que esperar al verano para disfrutar de todo ello.

Sandra Martín, redactora jefe de Viajes National Geographic

 

Sierra de Guara (Huesca)

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Sierra de Guara (Huesca)

Este macizo agujereado por la acción de los ríos emerge como una isla a medio camino de los picos y valle pirenaicos que asoman por el norte, y las extensiones de campos que anuncian los Monegros por el sur. El Parque Natural de la Sierra y los Cañones de Guara es un paraíso para los aficionados al descenso de barrancos. Los hay de distinta dificultad, con más o menos agua, pero todos requieren de un guía experto que conozca los secretos de cada río. El otro tesoro de Guara lo ofrecen sus pueblos, enroscados en torno a una iglesia o a la orilla de un río, aprovechando el frescor del agua, a la sombra de los olivos y con las viñas dorando las uvas con las que luego se elaborarán sabrosos vinos del Somontano. Las localidades de referencia para disfrutar de actividades en el río son Alquézar, con su fortaleza morisca transformada en colegiata colgada de un acantilado que se asoma al río Vero, y Rodellar, sobre el espectacular barranco de Mascún y el valle del río Alcanadre. 

Sandra Martín, redactora jefe de Viajes National Geographic

 

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P.N. de Somiedo

Asturias tiene en este parque uno de sus espacios naturales mejor preservados. Declarado Reserva de la Biosfera, Somiedo se considera un ejemplo de la convivencia entre la actividad humana y la fauna salvaje. Los cuatro valles del parque (los de los ríos Somiedo, Pigüeña, Valle y Saliencia) reúnen aldeas donde aún perviven viejos oficios y donde empiezan numerosas rutas hacia lagos y prados con cabañas de pastores o brañas. Y también recorridos guiados para observar osos, ciervos y urogallos, que han hallado en Somiedo un hogar magnífico y exuberante.

Sandra Martín, redactora jefe de Viajes National Geographic

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Parque Nacional de Aigüestortes y Estany de Sant Maurici


Con más de 200 lagos, ríos, cascadas y praderas inundadas, el agua es el protagonista del Parque Nacional de Aigüestortes i Estany de Sant Maurici, en el Pirineo central. Una extensa red de senderos se adentra por sus múltiples valles y asciende entre bosques de pinos y abetos hasta alcanzar los lagos y prados de las zonas altas. Allí empieza una segunda ronda de caminos que salvan collados, conectan refugios (la ruta Carros de Foc pasa por los 9 refugios del parque) y permiten coronar cuatro cumbres de más de 3000 m y otras menos altas pero emblemáticas, como el Gran Tuc de Colomèrs (2933 m) o el doble pico de Els Encantats (2748 m). Se puede acceder desde las comarcas leridanas del Val d’Aran, la Alta Ribagorça, el Pallars Jussà o el Pallars Sobirà. Entre las rutas más sencillas y accesibles para familias con niños pequeños destaca la vuelta al lago de Sant Maurici (se llega en taxi todoterreno desde Espot), en el sector oriental, y la subida al lago y refugio de Colomèrs, accesible desde el valle de Arán.
 

Sandra Martín, redactora jefe de Viajes National Geographic

Sierra Norte de Guadalajara

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Sierra Norte de Guadalajara

La España vacía no está así por su patrimonio natural ni por sus encantos rurales. Y quizás el mejor ejemplo de ello sea esta comarca que, sin tener un nombre marketiniano, es delimitada a la perfección por el Henares. Al otro lado de este río esperan hayedos, pinares, picos amables y hoces inesperadas. Pero, sobre todo, un conjunto de localidades como Atienza o Sigüenza donde el arte y las gastronomía sorprende en cada esquina. Y eso sin hablar, aún, de los pueblos negros, el epítome de un ruralismo pobretón... que está más de moda que nunca. 

Javier Zori del Amo, director digital de Viajes National Geographic.

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Rioja Alta y Rioja Alavesa

Sí, el vino define la Península Ibérica como ningún otro cultivo, pero en esta zona ubicada entre la Sierra Cebollera y la de Cantabria su cultura se ha sublimado hasta la perfección. Viñedos que ondulan burlando al Ebro, aldeas horadadas por decenas de calados y bodegas que han liderado la revolución enoturística del país son sus principales reclamos visuales. pero aquí lo que impera es el sentido del gusto, de ahí que sea un pecado obviar los pintxos en Ezcaray, las chuletillas asadas al sarmiento en cualquier viñedo o los restaurantes modernos que, ya sea en Haro, Briones, Laguardia o en Elciego, sofistican a un vino que cada vez es más vanguardista. 

Javier Zori del Amo, director digital de Viajes National Geographic.

El Hierro

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El Hierro

La isla más joven y pequeña de las Canarias constituye un destino excepcional para quien busque lugares auténticos, naturales y remotos. El Hierro es una isla de miradores, que se asoman al Atlántico desde vertiginosos acantilados, y un lugar óptimo para vivir a un ritmo tranquilo. El Mar de las Calmas, con la asombrosa transparencia de sus aguas, está considerado el mejor enclave de submarinismo de Europa. En las alturas de La Dehesa, sabinas gigantes enroscadas por el viento seducen con sus fantasiosas formas. Por el Camino del Jinama, un fantástico sendero empedrado se encarama entre los bosques de laurisiva. En La Restinga, el campo de lava de El Lajial permite disfrutar del espectáculo de la tierra creándose a sí misma.

Josan Ruiz, director de Viajes National Geographic.

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Las Villuercas (Cáceres)

La comarca de Las Villuercas, un dédalo de pequeños valles al sudeste de Cáceres, es una de las áreas naturales más valiosas de Extremadura. En este rincón donde las serranías se tapizan de castaños, robles, rebollos, alcornoques y encinas, miles de aves migratorias encuentran su hogar cada invierno. Las Villuercas son pródigas en pinturas rupestres, ermitas e iglesias mudéjares (Humilladero, Santa Catalina), pueblos famosos por su artesanía o sus alimentos (Alía, Cañamero) o sus necrópolis, castros y fortalezas (Berzocana, Cabañas del Castillo). El enclave más famoso y emblema de la comarca es Guadalupe, con su monasterio fortificado del siglo XIV y su virgen negra, que daría nombre a una isla del Caribe y a la virgen más venerada de México.

Josan Ruiz, director de Viajes National Geographic.

Foto: Selva de Oza

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Selva de Oza (Huesca)

En la Boca del Infierno, la garganta que forma el río Aragón Subordán al norte del pueblo de Siresa (Huesca), hay espacio para el río y poco más. Las hayas, abetos y pinos que se encaraman por el desfiladero son la antesala de uno de los bosques más notables de Aragón. Al ensancharse el valle se llega al refugio y la zona de acampada de la Selva de Oza. De aquí parten dos excursiones memorables: la que lleva al ibón de Acherito (un lago a 1870 m) y la de Aguas Tuertas. Esta última puede acortarse remontando en autómovil el valle de Guarrinza por una pista. Luego el sendero trepa hasta un inmenso circo glaciar, donde el Aragón Subordán traza fantasiosos meandros en una pradera a 1615 m. Un dolmen añade más trascendencia al paraje, por si su belleza no bastara. Estamos en el lugar con más monumentos megalíticos del Pirineo, como se explica en el Centro de Interpretación del Megalitismo Pirenaico y de la Val d'Echo, junto al cámping de Oza.

Josan Ruiz, director de Viajes National Geographic.

Foto: iStock

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Los Arribes del Duero (Zamora y Salamanca)

Al oeste de Salamanca y Zamora, las dehesas de la penillanura que se despliega hasta la frontera con Portugal se ven cortadas súbitamente por los amplios cañones que el Duero y sus afluentes (Águeda, Esla, Huebra, Tormes, Uces) han excavado en el zócalo de rocas graníticas. El desnivel puede alcanzar los 400 m y en ocasiones el agua se precipita bramando por saltos extraordinarios, como el del río Uces en el Pozo de los Humos. Navegar por el Duero en esta zona o recorrer sus orillas por el sendero GR-14 es la mejor forma de apreciar estos paisajes primigenios del “Far West” peninsular. A poca distancia del agua hay aldeas donde el tiempo parece detenido, ideales para el turismo rural

Josan Ruiz, director de Viajes National Geographic.

Foto: Mikel Ponce

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El triunfo de lo Normcore

O sea de la normalidad. Porque, ¿acaso un barrio resucitado como este no era carne de gentrificación, modernez y gastronomía perezosamente globalizada? Y sin embargo, si por algo ha conseguido resurgir tanto el Cabanyal como el resto de los poblados marítimos es por su fidelidad a sí mismo. Es decir, al mar, al callejeo y a las barracas que, pese a adquirir el estatus y el reconocimiento de monumento, siguen siendo unos edificios maravillosamente improvisados. Y desde hace relativamente poco, unos iconos que funcionan tanto como escenario de Instagram como mesa para todo aquel forastero que, valenciano o no, llega hasta esta nueva meca culinaria.

Foto: Alex Crespo

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Sí, Mahoma va a la Montaña

Pero antes de comenzar esta excursión gastro conviene presentarle los respetos a los clásicos. Es decir, acudir relgiosamente a Casa Montaña, el restaurante que siempre estuvo ahí, bien como tienda de venta a granel en sus inicios o como templo del producto en los últimos lustros. Tiene el puntito folclórico necesario de un sitio como este ya que las grandes barricas de vermú y de vino monopolizan la decoración y siguen siendo fuente de peregrinación vecinal. Aunque en su inconfundible puerta art nouveau se oyen muchos acentos forasteros, su apuesta gastronómica y su servicio se ha orientado a contentar a los valencianos, de ahí que, más allá de haber sido un bastión político contra la especulación urbanística, sea un punto de encuentro de toda la ciudad. ¿Y que hay que tomar? Pues su vermú, sus clóchinas en temporada, sus anchoas, sus sardinas ahumadas, sus bravas… cualquiera de sus tapas y platillos son un acierto y un homenaje a algo tan sencillo como el buen producto.

La última novedad de estos pioneros es Barracart, un conjunto de barracas transformadas en apartamentos turísticos atendidos que permiten sumergirse integralmente en la noche a noche de este distrito.

 

Foto: Abel Gimeno

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Un mercado como referencia

Para comprender mejor el carisma de El Cabanyal conviene acercarse cualquier mañana a su mercado. Levantado tras la riada de 1957, aún mantiene su ajetreo y su estatus de sinécdoque del barrio. Por eso es una parada imprescindible en los diferentes tours que organiza Paseando los Poblados de la Mar, una empresa pionera en reivindicar el valor cultural, turístico y gastronómico de esta parte de Valencia. Curioseando en este ágora de estímulos se descubren cosas como que aquí llegan algunas de las mejores piezas de la lonja de Valencia o que la cocina de proximidad se sublima en el bar Mercado, donde preparan a los parroquianos cualquier cosa que hayan comprado en los diferentes puestos. Más KM. 0, imposible.

Foto: Pablo Casino

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Ayer, hoy y pasado mañana

Y alrededor del mercado, sobreviven algunas de las bodegas de toda la vida que siguen sirviendo comidas de calidad en entornos que, sin llegar a ser kitch, son puro patrimonio de la ciudad. Una de ellas es Bodegas Flor, que presume de una fecha de apertura centenaria (1893) y que destaca por ofrecer solo desayunos y almuerzos estrechamente vinculados a las liturgias de los puestos. A su vera están proliferando otros negocios como Bar Cabanyal o Work in progress que oscilan entre lo mono y lo moderno. Un bailoteo que se acaba cuando se prueban sus tapas y raciones, que acaban conectando de forma inexorable con la esencia marinera del Cabanyal.

Ya más cerca del Grao y del puerto esperan otros clásicos como Bodega LaPeseta, una barra de 1906 que ahora se ha convertido en un referente para el público más joven de la zona por la alegría del lugar, la tapa de paella gratuita de los domingos y lo que cuidan el producto local. No muy lejos Casa Guillermo resiste desde 1957 gracias a sus maravillosas anchoas, el santo y seña de un local incombustible.


Y el último en reabrir y en petarlo es La Aldeana, una maravilla inesperada enclavada entre las barracas más icónicas de la zona. Aquí su chef Alfonso García se ha propuesto dejar la alta cocina a un lado para triunfar a base de patatas bravas y otros platos como su pulpo con ropa vieja o sus arroces.

Foto: Pablo Casino

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Nuevos clásicos

A estas alturas no es una paradoja que la refundación gastronómica del barrio esté basada en los valores de siempre. Quizás la única novedad destacada que se sale del binomio ganador de producto clásico sublimado sea O’Donell, un antiguo pub reconvertido en templo del mar de lo más gourmet, en el que Jesús Barrachina y su equipo se empeñan con éxito en servir los mejores mariscos y pescados.

Sin embargo, lo ‘vintage’ es lo que marca, en todos los aspectos, las nuevas direcciones imprescindibles de los poblados. De hecho, con este adjetivo se define La FÁBrica, un espacio ecléctico, loquísimo y caleidoscópico en el Grao donde solo tienen una máxima: la diversión. La Paca, por su parte, cuenta con el salvoconducto de ser pionera en el terracismo en el Canyamelar, además de ser un referente como bar sin complejos ni dress code. Por su parte, L’Anyora se ha erigido como el nuevo gran restaurante, con una propuesta que, aunque aparentemente sea algo rural-chic marinero, aplasta todo prejuicio a base de sabor.

 

El pasado mes de mayo se inauguró Mercabañal. Se trata de un espacio gastronómico definitivo para el barrio con varias barras ubicado en el corazón de todo que promete atraer a un público más amplio que aún sea primerizo en la exploración gustativa de la zona.

 

Foto: Josep Gil

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Bares y cafeterías

Pero no todo van a ser restaurantes. De hecho, sus bares han sido, de algún modo, el caballo de Troya para muchos domingueros descreídos. Y entre todos ellos, La Fábrica de Hielo se lleva el premio como dinamizador del barrio por su programación cultural y su propuesta de ocio para todas las edades. Conciertos, mercadillos,proyecciones, clases… sus áreas y su agenda es tan variada como el Cabanyal, de ahí que sea todo un imprescindible para comprender este resurgir.

 

Foto: Mike Water

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Y otras dulces perversiones...

Pero esto no acaba aquí. Con la acertadísima rehabilitación que el arquitecto Ignacio de Miguel hizo del Teatre El Musical se creó un nuevo espacio, una cafetería que sintetiza la propuesta estéticamente chocante e integradora de este diseñador con el reposo típico de los foyer. Otro de estos nuevos oasis es el patio de la recientemente abierta cafetería-librería L’Arbre, donde las catas de café no son una apoteosis del postureo ni sus estanterías solo son aptas para culturetas de postín.

Foto: iStock

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Sa Caleta (el secreto local)

Junto a un nido de ametralladoras y un asentamiento fenicio, la diminuta cala de pescadores de Sa Caleta (no confundir con la rojiza Bol Nou) es una de las postales más bellas de Ibiza, y sin embargo, es muy poco conocida. Abrazada por acantilados y sin arena en la que tumbarse, se trata de un espacio muy singular, ocupado en su totalidad por las tradicionales casetas varadero dispuestas en una media luna encarada a un mar turquesa excepcional. Muy aconsejable para quienes gusten de lo auténtico y, sobre todo, no tengan miedo de meterse en el agua con una zambullida directa.

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Cala Saladeta (si hay ganas de fiesta)

Presididas por Els Amunts, la sierra que vertebra la costa norte, Cala Salada y su hermana cala Saladeta son la postal playera más típica de Ibiza. Pero si la primera es de ambiente familiar, la segunda es para los que les va la marcha. Cala Saladeta es pequeña, por lo que en pleno agosto se pone hasta arriba.  Se llega a ella a través de un sendero con vistas que supera fácilmente un peñón rocoso. Para cuando ambas playas estén colapsadas, existe algo así como la habitación del pánico, pero en playa, algo más al sur, en Punta Galera, donde hay un pequeño embarcadero natural donde poder relajarse con los turquesas del mar.

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Cala d'en Serra (la tranquila)

En agosto en Ibiza suele invadir la misma inquietud, ¿habrá un hueco para la toalla o no? Pero no en las playas que están fuera del mapa turístico habitual, como esta del municipio de San Joan de Labritja. Escondida, pequeña, con la arena gruesa y rocas en la entrada al mar, parece que lo tiene todo en contra, y sin embargo,  el entorno prácticamente virgen, el mar cristalino, las típicas casetas varadero y el estar poco concurrida la hacen ideal para tomarle el pulso por primera vez a la isla. 

 

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Cala d' Hort (la mística)

El Parque Natural de Cala d' Hort, Cap Llentrisca y Sa Talaia justifica por sí solo un viaje playero a Ibiza. Ahí están algunos de los arenales más espectaculares del suroeste ibicenco. Entre ellos, cal d’ Hort. Esta playa de orgulloso pasado hippie tiene un aire místico que haría las delicias del mismísimo Iker Jiménez. Es Vedrà es el islote que se ve desde la orilla. Su magnetismo es evidente. En él pasaba largas estancias el místico Francesc Palau alimentándose a base de huevos de gaviota y agua del mar. Hoy hay algunos restaurantes con vistas donde pasarlo mucho más cómodo.

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Es Figueral (para quienes gustan de tumbona)

En Ibiza, hasta la opción de playa familiar con restaurantes cerca tiene su punto salvaje.  Alejada de Santa Eulalia del Río, con vistas al islote de Tagomago, Es Figueral es la vecina burguesa de Aguas Blancas, pero tiene la misma belleza. Protegida por acantilados, el agua se muestra dócil y poco profunda, por lo que es ideal para empezar con el snorkel o para las primeras brazadas en solitario de los más peques de la familia. Los aficionados a las playas nudistas, tienen su espacio hacia el extremo izquierdo.

 

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Es Cavallet (a todo ambiente)

Ubicada en el interior del Parque Natural de Ses Salines, Es Cavallet es una histórica entre las playas nudistas de la isla. Tal vez fuera porque era poco concurrida, ya que por orientación, en ella acostumbra a soplar viento tierra adentro y con las olas llega gran cantidad de restos de Posidonia que se queda en la orilla. Pero eso no debería ser problema para disfrutar de una de las mejores playas de Islas Baleares, también muy popular entre la comunidad LGBT, que ha hecho del Chiringay su particular lugar de encuentro.

 

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Platges de Comte (universo playero concentrado)

Todo un universo playero por el que navegar a sólo unos 8 kilómetros de Sant Josep. Hace tiempo, estas calas guardaban la esencia hippie de Ibiza, pero estos últimos años, la fama a golpe de redes sociales ha hecho que estén mucho más masificadas. Aún así vale la pena. Nada más llegar, al abrigo del histórico chiringuito Sunset Ashram, hay dos calas que parecen siamesas. Hacia poniente, aparece Racó d’en Xic, tradicionalmente nudista. Caminando hacia Ses Roques, se abren pequeñas calas de roca. Son más incómodas, pero a cambio se gana en tranquilidad. Los atardeceres por aquí son mágicos.

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Es Portitxol (o si no hay ganas de fiesta)

Disfrutar de la esencia Mediterránea sin artificios ni aglomeraciones se paga con un poco de aventura. Y es que no es fácil llegar a Es Portixol, no al menos por tierra. Por eso, este puerto natural de casetas varadero solo está frecuentado por los pescadores de la zona y senderistas que gustan andar por entre acantilados. Tras un descenso de una media hora entre pinos, la posible incomodidad de las rocas y gravas queda sobradamente compensada por la calma y la sensación de absoluta libertad. Hace snorkel aquí es una auténtica delicia.

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Cala Benirrás (para darle al tambor)

Esto es más que un día de playa, Cala Benirrás es toda una experiencia ibicenca. A la belleza de su entorno, hay que añadir su ritual de tambores cuando llega el atardecer. Sobre todo, el domingo, que es cuando más gente se concentra y le da al lugar un ambiente hippie inigualable mientras el sol se va poniendo tras ‘el dedo de Dios’, como se conoce popularmente al Cap Bernat, el singular islote frente a la orilla.

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Es Jondal (o cuando lo que importa es el chiringuito)

Ya era una playa singular, porque tenía más de campesina que marinera. Los pescadores la evitaban porque los bolos y cantos rodados no eran una ayuda precisamente a la hora de sacar las barcas del agua. Pero en los años 80 a alguien se le ocurrió abrir un chiringuito para dar servicio a los barcos que fondeaban de excursión frente a la playa, y desde entonces, Es Jondal es famosa por tener algunos de los  beach club más en forma de cada temporada, como el Blue Marlin o el Tropicana Beach Club.

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Gijón (Asturias)

Gijón ha sido escogido como el mejor destino urbano de España con el 30% de los votos en su categoría. Es la ciudad del horizonte, el de Eduardo Chillida, y el de las familias que no se resisten a la seductora tierrina del buen comer y del buen escanciar. La capital de la costa de Asturias inspira los sentidos como pocas. Basta darse un paseo por la playa de San Lorenzo, subir a lo alto del cerro de Santa Catalina o recorrer el puerto deportivo al caer la tarde para darse cuenta de ello.

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Fornell (Menorca)

La costa norte de Menorca es especial, y en él, Fornells destaca. Ya no lo hace sólo porque fuera el lugar donde la familia real prefería comerse la caldereta de marisco, si no porque su belleza de postal no ha pasado desapercibida a las familias. Además de la gastronomía, valoran poder pasar un día playero en las cercanas cala Tirant, Cavalleria o Cala Pregonda, o la oportunidad de pasear por las callejuelas entre casas de fachadas perfectamente pintadas de blanco o caminar al atardecer desde el pueblo a la Torre de Fornells, la singular construcción levantada por los ingleses hace ya un par de siglos que resiste al paso del tiempo.

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Torla-Ordesa (Huesca)

Cualquiera podría enamorarse de uno de los pueblos más bellos de Huesca. Éste, además, es la puerta de entrada al maravilloso mundo de aventuras que llega a ser el Valle de Ordesa. La villa medieval, con el imponente Mondarruego de fondo, fascina a pequeños y mayores por las historias de épicas, por el encanto medieval de sus casas construidas en piedra, por su iglesia románica, por el olor a humo y a carne a la brasa y porque, en definitiva, el tiempo aquí pasa a otro ritmo, casi como si no importara.

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El escénico castillo de Loarre

En el siglo XI su silueta ya dominaba los campos de la Hoya de Huesca. El castillo de Loarre es una de las  fortificaciones mejor conservadas de la Península y su construccción románica ha llegado hasta hoy en condiciones inmejorables. Su aspecto auténtico y contundente lo ha convertido en escenario de películas en distintas ocasiones como el filme de Ridley Scott, el Reino de los cielos de 2005.

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Castillo de alcázar de Segovia

Conocido como bastión en el siglo XII, fue residencia de reyes hasta el XIX. Su torre del homenaje, en el centro del recinto, y las cúpulas cónicas de sus torretas dibujan su inconfundible silueta. Frente a él se extiende el centro histórico segoviano, repleto de alicientes artísticos y gastronómicos.

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Playa de Langre, Ribamontán al Mar (Cantabria)

Un escénico anfiteatro arenoso en el que disfrutar del mar salvaje y del carácter rural de los prados de alrededor, así es la que muchos señalan como una de las mejores playas de Cantabria. Al naturalista y popular divulgador Félix Rodríguez de la Fuente le encantaba y también a los primeros nudistas, que disfrutaban del aislamiento del lugar. Sobre todo en agosto, es un arenal de uso mixto en el que conviven 'textiles' y naturistas, más en la zona de poniente, en la conocida como Playa Pequeña o Langre II.

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Playa de Es Trenc, Campos (Mallorca)

No es una de las playas nudistas menos concurridas, pero sí una de las más paradisíacas. Si ya se está habituado a pasear las desnudeces propias, se puede disfrutar de la arena blanca y fina y de las aguas turquesas de este paraíso próximo a la localidad de Campos, aunque bien podría pasar por una playa del Caribe… En sus tres kilómetros siempre hay espacio para la práctica del nudismo.  

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Playa Benijo, Tagana (Tenerife)

La playa Benijo, con su característica orilla de color negro, la proximidad del macizo de Anaga y los roques en la orilla, ocupa un paisaje de un magnetismo del que es difícil apartarse. El mar contrasta con la textura polvorienta que cubre el ambiente, que tiene mucho de lunar. Es una de las playas nudistas míticas de Islas Canarias. Una belleza natural sin trampa ni cartón.

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Playa de Torimbia, Llanes (Asturias)

Esta no es una playa cualquiera en la que encuerarse, si no la playa nudista más antigua de Asturias. Se inauguró en los años 60 como una pequeña porción más de libertad conseguida en el país. Además, es una de las playas más bellas de Asturias. Las vistas de este arenal fascinaron al director José Luis Garci, que lo escogió para algunas escenas de su película El abuelo. Cada temporada lleguen más turistas, por lo que 'textiles' y naturistas conviven en armonía.