A Lisboa se la puede amar por sus plazas, por sus miradores, sus monumentos, por sus paseos relajados, por el ir y venir de los tranvías, por la figura eterna de Pessoa, por su deliciosa gastronomía, por sus cafés a modo de refugio. Son buenos argumentos, por supuesto. Pero a Lisboa también se la puede amar por su rostro amable y verde, por sus ideales condiciones para practicar deportes o para entrar en contacto con la naturaleza. Todo un mundo natural, deslumbrante y encantador, de diversas especies vegetales y animales y lugares privilegiados para su observación, aguarda al viajero: Lisboa, como un city break perfecto, suma de ciudad moderna y naturaleza. Eso es lo que espera a quienes hagan la maleta para visitar la capital de Portugal.