De la Val d’Aran a Josep Pla le llamó la atención “los grandes bosques de abetos de sus importantes laderas”, le parecieron árboles prodigiosos de una esbelta elegancia. Si hubiera tenido oportunidad de visitarlos en otoño le habrían fascinado aún más. Escoltado por montañas sublimes, el valle guarda celoso toda la esencia del Pirineo catalán con un paisaje alpino que alcanza en el otoño un esplendor especial.
Antes del invierno, cuando la nieve atrae a multitud de aficionados al deporte del esquí, los días claros y aún soleados del otoño brindan la oportunidad de disfrutar de forma agradable de todos los encantos del valle. Sólo basta con calzarse unas buenas botas, llevar ropa cómoda y guardar algún que otro libro en la maleta, el resto lo ponen sus paisajes, los caminos, la explosión de color de los árboles y una deliciosa gastronomía con la que reponer energía.