
Una de las planicies del condado de Yorkshire, en el norte de Inglaterra, agrupa una serie de monumentos un tanto tétricos. Junto a la iglesia de St. Mary, un campo de lápidas ennegrecidas y ladeadas hace suyo el terreno dibujando un ambiente lúgubre. Unos cuantos metros más allá se encuentra el monumento que enfatiza aún más si cabe esta sensación, la abadía de Whitby. Del templo gótico ya solo queda su esqueleto. Ni puertas, ni techo, ni sus cristaleras.
Fundada en el 657 d.C, la historia no ha tratado demasiado bien a esta iglesia y es que aunque fue erigida como un templo importante por la realeza anglosajona, pronto quedaría destruida por las invasiones vikingas. Permaneció en ruinas hasta el siglo XI, cuando se restauró, pero varios siglos más tarde, bajo el mandato de Enrique VIII, se abandonó y se retiraron muchos de sus bloques para construir castillos y casas. Finalmente, los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial terminaron por minar su estructura hasta lucir el aspecto que posee en la actualidad. Una estética decrépita que sin embargo, sirvió para aparecer en la popular novela de Bram Stoker, Drácula.
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