
No, no es el auditorio más fastuoso ni más moderno del mundo, pero es el único capaz de congregar a amantes de la música y a curiosos el mismo día. Y es que desde 1939 (desde 1941 de forma ininterrumpida) la sala dorada del Musikverein de Viena capta la atención de todos gracias al famoso Concierto de Año Nuevo. Una tradición que nació como una programación extraordinaria basada en las obras de Strauss y que se ha convertido en una fecha más de estas fiestas. Su final, la famosa Marcha Radetzki, es la forma más civilizada que tiene el Viejo Continente de estrenar año y, en cierto modo, es la oportunidad que se da a sí misma la música culta de desmelenarse un poco.