Javier Sánchez

En Makoko, la vida transcurre en función del agua. Sobre ella se asientan miles de casas, de ella también se extrae la principal fuente de alimentación -el pescado- y a través de ella se organizan la vida, los colegios, las calles, los distritos, los mercados y los medios de transporte. Las canoas tratan de abrirse paso a través de una nube flotante de basura. Así es la gran manzana nigeriana ubicada en la capital financiera del país, Lagos.
Se construyó en 1860 cuando comenzaron a llegar a esta zona cientos de pescadores procedentes del país vecino Benín y fue engordando sus cifras censales hasta llegar a ser en la actualidad más de 150.000 personas. La vida entre estas callejuelas inundadas se define por la violencia, la pobreza y la lucha contra un gobierno que desde hace varios años aspira a eliminar del mapa un lugar que se ha convertido en una mancha para un país que pretende erigirse como el motor económico del continente africano.
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