
La dinastía Saliendra levantó, en el siglo VIII, este espectacular templo con forma de pirámide que hoy es un auténtico reclamo para todo viajero que se deja caer por coordenadas indonesias. Y es que sus seis plataformas y sus icónicas estupas mantienen el halo misterioso y fascinante propio de todo templo abandonado. De hecho, durante siglos, estuvo cubierto de ceniza volcánica hasta que en el siglo XIX fue descubierto por el gobernador británico de Java. Desde entonces hasta nuestros días, estas ruinas se han recuperado y rehabilitado hasta ser todo un icono del país. Ver el amanecer desde lo alto ayuda a entender la magnificencia del que es el mayor monumento budista del mundo.